Desde que tengo memoria, he crecido rodeado de conversaciones profundas en la sala de mi casa. Entre tazas de café, libros subrayados y preguntas sin respuesta, fui entendiendo que la vida no es solo lo que pasa “afuera”, sino lo que ocurre dentro de nosotros cuando aprendemos a observar. Y fue justo en uno de esos silencios cotidianos, mirando a mi perro, que entendí algo que me voló la cabeza: alimentar no es solo dar comida… es dar presencia.
Yo no soy veterinario. Soy un joven colombiano de 21 años, nacido en 2003, curioso por naturaleza y criado entre tecnología, espiritualidad y una familia que insiste en que la rutina no mata, sino que estructura. Y como muchos, también tengo un perro. Uno que no solo mueve la cola cuando llego, sino que me enseña —todos los días— sobre el amor sin palabras.
En esta época de ritmos acelerados, muchos creen que tener una mascota es solo cosa de llenar el plato y ya. Pero hay algo más profundo detrás de esa acción diaria que solemos hacer con prisa. ¿Sabías que el horario en el que alimentas a tu perro afecta su digestión, comportamiento e incluso su esperanza de vida? Yo tampoco lo sabía… hasta que me lo cuestioné.
Según estudios recientes de la Asociación de Médicos Veterinarios de Pequeños Animales (AVMA) y otras fuentes como el American Kennel Club, los perros adultos deberían comer dos veces al día: una por la mañana (entre las 7:00 y 9:00 a.m.) y otra por la tarde-noche (entre las 5:00 y 7:00 p.m.). Esto no es capricho. Esta rutina sincroniza su reloj biológico, mejora su metabolismo y evita problemas como la obesidad o la ansiedad por comida.
Pero esto va más allá de la ciencia. Va del alma. Porque cada vez que le sirvo su comida en silencio, me doy cuenta de lo importante que es también “alimentar el vínculo”. Los perros no tienen reloj, pero sí memoria emocional. Y cuando sienten que cada día a la misma hora reciben tu cuidado, tu atención, tu presencia… no solo se nutren, también confían.
Y aquí viene algo que me marcó: no deberíamos alimentar a un perro justo después de que haya corrido o jugado intensamente. Hay que esperar al menos entre 30 minutos y una hora. Si no, corremos el riesgo de causarle una torsión gástrica, una condición grave, sobre todo en razas grandes. Y esto, aunque parezca muy técnico, me enseñó una verdad muy humana: que no todo se resuelve corriendo. Que a veces hay que esperar, dejar que el cuerpo se calme, que el corazón baje de revoluciones… antes de recibir lo que necesita.
En uno de los artículos de mi papá en Bienvenido a mi blog, encontré una frase que se me quedó grabada: "Hay que aprender a comer con conciencia, porque comer distraído es otra forma de no estar." Y pensé: ¿no aplica eso también para los animales? ¿Cuántas veces alimentamos a nuestras mascotas con la mente en otro lado, sin detenernos a observarlas, sin conectar?
Hay días en los que, mientras le doy de comer a mi perro, simplemente me siento al lado y lo miro. Él come. Yo respiro. Es nuestro ritual. Y en ese instante, todo lo demás deja de importar. No hay redes, no hay pendientes, no hay pasado ni futuro. Solo ese presente sencillo que tanto nos cuesta valorar.
A veces, cuando escribo en mi blog El blog Juan Manuel Moreno Ocampo, lo hago para vaciarme por dentro. Para entenderme. Para ver si alguien más allá se siente igual. Y hoy lo escribo también como un recordatorio: cuidar no es solo responsabilidad, es un acto espiritual. Alimentar es una forma de orar con las manos.
Si tienes un cachorro, el ritmo cambia. Ellos necesitan comer 3 o 4 veces al día, porque están creciendo, porque su sistema digestivo aún es frágil. Y eso me hace pensar en los humanos también: en cómo necesitamos más contención al comienzo, más pausas, más atención. Como cuando somos niños o cuando la vida nos rompe y volvemos a empezar desde cero.
En muchos hogares colombianos, tener un perro es parte de la familia. Pero no todos entienden que el cuidado emocional y la salud física van de la mano. Por eso, desde este pequeño rincón digital, quiero invitarte a que te preguntes: ¿a qué hora alimentas a tu perro? ¿Lo haces con prisa o con presencia?
Y ya que estamos hablando de presencia… te invito a pasar por este artículo de Mensajes sabatinos, donde se habla de cómo lo cotidiano —como el pan de cada día, como el cariño hacia un animal— puede convertirse en un acto sagrado. Porque la espiritualidad no solo vive en los templos, sino en el gesto simple de dar.
Yo no tengo todas las respuestas. Pero sí tengo algo claro: desde que incluí a mi perro en mi rutina con conciencia, mi vida también se organizó mejor. Su necesidad de horarios me enseñó disciplina. Su mirada cuando me atraso me enseñó responsabilidad. Y su calma después de comer me recordó que también debo cuidar mis propios tiempos.
Así que si hoy llegaste hasta aquí, no es casualidad. Tal vez era el momento de preguntarte no solo cómo cuidas a tu mascota, sino cómo te cuidas tú. Porque al final, todos tenemos hambre de algo… y no todo se llena con comida.
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