Hay algo que nos pasa a muchos de mi edad y casi nadie se atreve a decir en voz alta: el amor nos sigue importando, pero ya no nos cabe en los moldes que nos vendieron. No lo odiamos. No lo evitamos. Pero tampoco lo consumimos como antes. No queremos repetir relaciones vacías, ni prometer para siempre sin saber si mañana todavía vamos a estar enteros. Somos la Generación Z, sí. Nacimos entre pantallas, pero eso no significa que no queramos conexión real. Lo que pasa es que queremos otro tipo de verdad.
Hace poco leí un artículo del New York Times sobre cómo los jóvenes están redefiniendo el amor. Se hablaba de relaciones sin compromisos fijos, de vínculos que no se nombran, de parejas que no lo parecen y de sentimientos que se viven sin filtros ni etiquetas. Algunos lo llaman situationships. Otros, matrimonios lavanda. Pero a mí me suena más a una pregunta viva: ¿cómo queremos amarnos hoy?
No tengo todas las respuestas, pero tengo 21 años, amigos con los que converso hasta la madrugada, memorias de amores que dolieron y otros que florecieron sin reglas. Tengo también un blog donde escribo lo que no sé cómo decirle al mundo en voz alta. Y tengo la certeza de que estamos en medio de una transformación.
Mi generación no le teme al amor. Le teme a la mentira que lo rodea. Al cuento de hadas con final tóxico. Al "juntos para siempre" que en realidad fue control, dependencia o rutina sin alma. Le tememos a amar como nos dijeron que había que hacerlo, sin preguntarnos si eso nos hacía bien.
Yo aprendí algo de eso viendo a mis papás. Una relación larga, sí. Pero no perfecta. Lo que rescato de ellos no es el número de años, sino las decisiones diarias de seguir eligiéndose incluso cuando no era fácil. Y eso, curiosamente, es lo mismo que muchos jóvenes estamos intentando hoy, pero desde un lugar distinto. Queremos elegir con libertad, no con culpa. Queremos vínculos donde nadie posea a nadie. Donde lo esencial no sea la exclusividad, sino la autenticidad.
Hace unos días hablé con una amiga que lleva meses saliendo con alguien. Se ven, se cuidan, se extrañan, pero no son “novios”. No hay aniversarios ni publicaciones en redes. Y sin embargo, se nota que hay cariño real. ¿Es menos amor solo porque no tiene título? Tal vez lo que nos está pasando no es que amamos menos… sino que amamos diferente.
En Bienvenido a mi blog, mi papá alguna vez escribió que “el amor verdadero no necesita exhibirse, solo necesita vivirse con coherencia”. Me quedó sonando. Porque eso es algo que nos toca en lo profundo a los jóvenes: queremos menos espectáculo y más verdad. Menos corazones en Instagram y más presencia en las conversaciones incómodas. Menos frases prefabricadas y más miradas que digan: “no te entiendo del todo, pero me quedo”.
También es cierto que muchas de nuestras formas de amar surgen de un contexto difícil. Una economía que no da respiro. Una salud mental en crisis. Una cultura que nos empuja a siempre tener éxito, incluso en las relaciones. A veces el "no compromiso" no es frialdad, sino defensa. Un intento de protegernos en un mundo que cambia a cada rato.
No estamos huyendo del amor, estamos buscando formas que no nos asfixien. Por eso, muchos prefieren acuerdos fluidos, convivencias sin papeles, o incluso amistades tan profundas que se parecen al amor. Y eso no está mal. Lo maluco es juzgar esas decisiones desde una moral antigua que solo conoce una forma de vincularse.
En Mensajes Sabatinos se habla mucho de esas nuevas formas de habitar lo humano. Ahí encontré una frase que me golpeó con dulzura: “Quien ama, no siempre quiere quedarse. Pero quien se queda, no siempre ama de verdad.” Y me hizo pensar en todas las veces que nos quedamos por costumbre o por miedo, no por amor real.
Creo que estamos aprendiendo a dejar ir, a no aferrarnos. A entender que a veces el amor verdadero también se demuestra sabiendo soltar. Que no todas las relaciones tienen que durar, pero todas deberían dejarnos algo: una risa, una cicatriz, una lección. Como decía mi abuelo: “Lo importante no es cuánto dura una historia, sino cuánta vida tuvo dentro.”
También veo cómo muchos de nosotros nos estamos cansando del algoritmo. Las aplicaciones de citas se volvieron como menús de supermercado emocional. Y aunque pueden ser útiles, cada vez más personas prefieren conocerse en la vida real. En un concierto, en una biblioteca, en una conversación sin filtros. Buscamos lo que no se puede programar. Lo que no viene con “match” automático.
En Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías, he aprendido que incluso en lo espiritual, el amor es movimiento. No se encierra, no se impone. Se elige. Y eso me conecta con una idea que me ronda últimamente: tal vez el amor más puro es el que no busca poseer, sino acompañar.
Y sí, algunos dirán que esta generación no sabe amar. Que somos fríos, que no nos comprometemos. Pero yo digo que sí sabemos, solo que lo estamos intentando a nuestra manera. Con dudas, con contradicciones, con miedo a veces… pero con honestidad. Porque el amor real, el que vale la pena, no nace de la perfección, sino de la sinceridad.
Hoy quiero cerrar esta reflexión con algo que me digo a mí mismo cuando siento que me estoy perdiendo en medio de tanto ruido: no te olvides de sentir. No analices tanto. No compares tanto. No sigas fórmulas. El amor no es una meta. Es un camino que se construye de a dos. O de a tres. O incluso solo… mientras aprendes a amarte como nadie más lo ha hecho.
Agendamiento: Whatsapp +57 310 450
7737
Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros
grupos
Grupo de WhatsApp: Unete a nuestro
Grupo
Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal
Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo
👉 “¿Quieres más tips como
este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario