Hace un tiempo tuve una conversación que me removió por dentro. Alguien me dijo: “Hay cosas que uno hace por deber… pero que igual lo rompen por dentro.” Me quedé en silencio, como si esa frase me hubiera desnudado una parte del alma. Desde entonces, he pensado mucho en ese dolor silencioso que sentimos cuando hacemos lo que “toca”, lo que el mundo espera, aunque por dentro algo se quiebre. A eso, algunos lo están empezando a llamar daño moral. Yo simplemente lo llamo... cargar con lo invisible.
Vivimos en una sociedad donde se nos enseña que hay que ser buenos, responsables, serviciales, correctos. Y sí, claro que es importante actuar con ética, con respeto, con compasión. Pero nadie nos habla del costo emocional que puede tener sostener esa imagen cuando va en contra de lo que sentimos, cuando las decisiones que tomamos —aunque justas— nos dejan con un nudo en el pecho. Nos enseñaron a sentirnos mal por hacer daño a otros, pero no nos enseñaron a sanar cuando ese “otro” termina siendo uno mismo.
Cuando empecé a leer sobre el daño moral, me encontré con historias de soldados que seguían órdenes, de médicos que tomaban decisiones en medio de emergencias, de policías, enfermeras, maestros… pero también de jóvenes como yo. Personas comunes que se vieron obligadas a actuar de formas que iban contra sus principios, o que no pudieron evitar un daño, aunque lo intentaron. Es un dolor particular. No es tristeza. No es culpa exactamente. Es como una mezcla de impotencia, vergüenza, traición interna. Y si no se habla, si no se acompaña, se convierte en una sombra que nos va vaciando.
Yo también he sentido eso.
No soy militar ni médico, pero he tenido que quedarme callado cuando sé que alguien necesitaba que hablara. He tenido que alejarme de personas que amaba por mi propio bienestar, sabiendo que eso iba a doler. He dicho “estoy bien” cuando por dentro me caía a pedazos, solo para no preocupar a mis papás. Y cada vez que hice eso, sentí que me estaba fallando, aunque fuera por una “buena causa”.
En mis escritos de Mensajes Sabatinos o en Amigo de ese Ser Supremo, muchas veces he intentado nombrar lo que no se ve. Esos vacíos, esos silencios que nadie quiere mirar. Porque lo que no se nombra, no se sana. Y porque muchos jóvenes —y no tan jóvenes— estamos aprendiendo a vivir con cicatrices que nadie puede ver.
Lo que más me impacta del daño moral es que no siempre hay alguien que te lo haya causado. A veces es la vida misma, o incluso tus valores, tu espiritualidad, tu educación. ¿Qué pasa cuando lo que tú crees que es “lo correcto” entra en conflicto con lo que te pide el corazón? ¿Qué pasa cuando esa tensión te rompe?
Me acuerdo de una chica que conocí en la universidad. Estudiaba medicina, era brillante, comprometida, pero vivía en un constante conflicto entre el sistema de salud y su vocación de servicio. Un día me dijo: “Me siento cómplice de un sistema que no cuida a los pacientes como deberían, pero no puedo dejar la carrera, porque es mi sueño.” Y lloró. Y entendí.
Este no es un tema de salud mental cualquiera. No es solo ansiedad o depresión (aunque muchas veces se mezclan). Es esa carga de haber hecho algo que era necesario… pero que también dolió. O de no haber podido hacer más. O de no haber podido hacer lo correcto en el momento justo. Es complejo. Es humano. Y es urgente que lo hablemos.
Hoy escribo este blog para decirte que si alguna vez has sentido que te traicionaste a ti mismo, no estás solo. Que si hiciste algo por proteger a otro, pero eso te hirió a ti, no es debilidad. Que si tomaste una decisión difícil y todavía cargas con sus consecuencias, no eres menos valiente por llorarlo. Todo lo contrario.
Sanar el daño moral no es olvidar. Es abrazarte con compasión. Es reconocer que hiciste lo mejor que pudiste con lo que sabías y con lo que tenías. Es permitirte pedir ayuda, hablarlo, soltar la vergüenza. Es volver a encontrarte con tu propia alma, sin juicio.
Yo no tengo todas las respuestas. Pero sí sé algo: no vinimos a este mundo a fingir que estamos bien. Vinimos a vivir con verdad, a sentirlo todo, a aprender a perdonarnos. Así que si estás leyendo esto y sentís que algo se movió dentro de vos, escuchalo. Quizás tu alma solo necesitaba que alguien le pusiera palabras a eso que no habías podido decir.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario