lunes, 14 de agosto de 2017

A los niños no les gustan los límites, pero los necesitan

La psicóloga Gloria Isaza Posse señala siete razones por las cuales es bueno para los hijos tener restricciones. Estos son algunos de sus consejos. 
 
Todos los días se oye decir que es necesario poner límites a los hijos. Para los padres muchas veces no resulta fácil saber cuando decir “no”, “basta”, “eso no se puede hacer”, “ese no es tu lugar”… Se preguntan: ¿por qué son tan importantes y en qué les van a beneficiar en la vida? Si queremos que sean felices, ¿por qué no darles gusto en todo y permitirles tomar las decisiones?

El deseo de los papás es educar hijos autónomos, es decir, capaces de hacerse cargo de sí mismos y de su vida cuando sean adultos. Para lograrlo es indispensable ponerles límites para que aprendan a cuidarse, valorarse, quererse y respetarse a sí mismos, a los demás y al mundo que los rodea. Límites y autonomía son inseparables en la vida.

El límite (limitis, que significa restricción, separación física o simbólica) es una especie de barrera protectora que toda persona debe tener para estar seguro, no hacerse daño ni permitir que otros se lo hagan. Los límites pueden ser externos o internos. Los externos son impuestos por otros: padres, amigos, el colegio, la ley. Los internos son los que se desarrollan dentro se sí mismo y ayudan a tomar decisiones: lo que hago o dejo de hacer, lo que permito y lo que no acepto, lo que es correcto y lo que no.

Los límites le sirven a los niños para:

Indicarles el camino a seguir. Les permiten desarrollar la guía para llevar una vida ordenada y saber los pasos a seguir para lograr lo que se proponen. Les enseñan a respetar sus cosas, sus proyectos, sus sentimientos, sus ideas y las de otras personas.

Construir un criterio propio. Los límites permiten a los niños desarrollar los valores, necesarios para tomar decisiones, hacer lo correcto para no hacerse daño ni hacerles daño a otros. Sin límites internos se sienten perdidos y sin saber qué hacer.

Darles seguridad. Desarrollar la capacidad de poner límites construye en el niño la confianza en sí mismo, la certeza de que puede cuidarse cuando está solo, enfrentar situaciones imprevistas y tener buenas relaciones con los demás. Aunque los niños protesten por los límites, con su comportamiento rebelde, arriesgado o desafiante buscan que los pongamos. Cuando los padres no ponen límites, los niños sienten que no les importa lo que ellos hagan o lo que les pueda pasar.

Protegerlos. Los límites preservan al niño de los miedos reales; les ayudan a cuidar y proteger su cuerpo, sus sentimientos, sus afectos, sus ideas, sus valores, sus proyectos, sus sueños y su entorno. Como los niños no están en capacidad de prever todos los riesgos, los padres son los encargados de poner los límites que necesitan para estar protegidos. A medida que crecen, irán aprendiendo a hacerlo solos.

Les muestran qué pueden hacer y qué no. Los límites permiten a los niños saber cómo comportarse en cada situación, que hay un momento y lugar para cada cosa; se dan cuenta de lo que están preparados para hacer y lo que no, descubren sus habilidades y sus debilidades.

Autocontrolarse y aceptar que no se puede. Los límites enseñan al niño a manejar y expresar sus emociones sin lastimarse o lastimar a otros. Le ayudan a comprender que no puede hacer todo lo que quiere y le gusta, que hay cosas que aunque quiera no puede hacer y otras que debe hacer aunque no le gusten. Esto le permite respetar a los demás, aceptar el NO como respuesta y cumplir con las tareas que le corresponden de acuerdo a su edad.

Aprender a ser responsable. Los límites muestran a los niños que todo comportamiento tiene un efecto, positivo o negativo, que debe aceptar y asumir. Le enseñan a hacerse cargo de lo que hace, dice, piensa y decide y con el tiempo, a prever las consecuencias de sus decisiones antes de tomarlas.

Para que los límites permitan a los niños desarrollar la capacidad de cuidarse y decidir solos, es necesario que los hayan grabado en su interior, que ellos se conviertan en sus propios guías y no necesiten tener de alguien que los cuide y corrija todo el tiempo. Actuar por convicción y no por temor.

Para que los niños entiendan y acepten los límites estos deben ser:
Claros. Decirle al niño en forma clara, concreta y sencilla lo que se espera que haga. Es importante explicarle la razón de seguridad o protección y la consecuencia si no se cumple. “Puedes tener diferencias con tu hermano, pero no se pueden gritar ni pegar pues podrían hacerse daño. Si lo hacen, tendrán que separarse mientras se calman y pueden hablar para solucionar la dificultad”. En algunas oportunidades se pueden dar opciones, “…puedes ir a tu cuarto para calmarte o controlarte y hablar ahora”.

Consistentes. No se pueden poner unas veces sí y otras no. Los padres entran en contradicciones y los niños aprovechan esta situación para lograr lo que quieren y evitar las consecuencias de lo que hicieron. “Pero si ayer me dejaste jugar videojuegos, ¿por qué hoy no?”

Ir cambiando con la edad. A medida que los niños crecen y muestran que están en capacidad de asumir un paso más en su autonomía, los límites se deben ir modificando. Es importante que los padres estén seguros de que el niño está preparado para asumir más responsabilidades. Cuando ellos muestran que pueden cuidarse, protegerse y tomar algunas decisiones, se les podrá ir dando más libertad. Los límites se pueden negociar con los hijos siempre y cuando su seguridad y su salud no se pongan en riesgo.

Los padres son los encargados de definir los límites, acompañar a los niños a que los cumplan y no permitir que ellos manden y decidan lo que se hace. Aprender y respetar los límites los prepara para asumir su vida, tomar decisiones positivas, vivir en comunidad, lograr sus proyectos, realizar sus sueños y ser felices.