lunes, 16 de noviembre de 2015

Debemos exigirle mucho o poco a nuestro hijo?

¿Debemos exigirle mucho o poco a nuestro hijo?

¿Le damos a nuestro hijo muchas responsabilidades o no le damos prácticamente ninguna? La respuesta a esta pregunta requiere de un término intermedio, ya que cualquiera de los dos extremos puede resultar contraproducente. Veamos cada caso.
Cuando se le pide demasiado
Hay sociedades con expectativas muy elevadas que exigen al niño una madurez precoz, cargada de responsabilidades, y no permiten el proceso armónico propio de la infancia. El niño necesita tiempo para jugar y tener respuestas infantiles propias de su edad. Los padres muy exigentes, que sobrecargan al niño con múltiples actividades y piden respuestas muy perfectas, es posible que obtengan actitudes desadaptativas con los consiguientes riesgos de que produzcan sintomatología. El ritmo de vida en los países de Occidente es cada vez más rápido y competitivo, con lo que los padres e instituciones exigen cada vez más a la infancia responsabilidades de adultos relacionadas con tener multitud de conocimientos; creen que dicho archivo masivo de aprendizaje es necesario para afrontar, con la mayor brillantez posible, el  futuro. Si bien es importante motivarles para que se interesen por entretenimientos nuevos, debe tenerse en cuenta en qué etapa se encuentran y no pedir razonamientos excesivos.
Cuando se le pide poco

La carencia de expectativas y exigencias también puede acarrear problemas. Si nunca se le pide nada al niño, éste crecerá con un sentimiento de abandono, sin pautas de referencia, que lo llevará a sentirse angustiado y confuso. Los adultos demuestran con sus demandas su relación afectiva y le introducen las nociones de reglas que serán la base de su responsabilidad. Pensar que las exigencias pertenecen solamente a  la escuela es una grave equivocación. El fundamento de la curiosidad, base para cualquier aprendizaje, y de las relaciones afectivas se construye en el ambiente familiar, y es a partir de éstas que el niño se adapta o no socialmente. La creencia de que la infancia es un “mundo feliz” que no se debe perturbar con quehaceres, puesto que éstos ya vendrán posteriormente, puede tener consecuencias negativas en su personalidad. Los niños a los que no se les exige ninguna responsabilidad, suelen acabar siendo chicos anárquicos, ansiosos y exigentes, acostumbrados a obtener “todo” lo que piden, al momento, y sin poder esperar.