Desde que tengo memoria, mi casa ha estado llena de patas que no son humanas. Perros y gatos han sido parte de mi vida tanto como cualquier familiar cercano. Ellos no hablan con palabras, pero sus miradas, sus movimientos y su energía hablan en un idioma que uno aprende a entender con el tiempo. Por eso, cuando escucho hablar de “desparasitación externa” no lo siento como un tema técnico o veterinario más, sino como una verdadera responsabilidad afectiva que tenemos hacia esos seres que confían plenamente en nosotros.
A veces me sorprende la naturalidad con la que convivimos con nuestras mascotas sin darnos cuenta de lo vulnerables que son frente a amenazas silenciosas. Las pulgas, garrapatas, piojos y otros parásitos externos pueden parecer “cosas menores”, pero en realidad tienen un impacto directo en su salud física, emocional y hasta en la nuestra. No es exagerado decir que desparasitar externamente es un acto de amor, prevención y respeto por la vida.
En Colombia, por ejemplo, todavía hay muchas familias que no tienen claridad sobre la frecuencia adecuada de desparasitación o que esperan a que aparezca una infestación visible para actuar. Esa mentalidad reactiva es peligrosa. La mayoría de parásitos externos se reproducen rápido y se esconden en rincones invisibles de la casa, jardines o parques. Según datos actualizados de entidades veterinarias y de salud pública, las garrapatas pueden transmitir enfermedades como la ehrlichiosis y la babesiosis en cuestión de horas, y las pulgas no solo causan alergias severas, sino que también pueden transmitir tenias.
He visto casos cercanos de mascotas que, por no recibir una desparasitación constante, desarrollaron problemas de piel crónicos o anemias severas. Y también he visto cómo, con educación y cuidado preventivo, otros peludos viven felices, sanos y activos. La diferencia muchas veces está en el nivel de conciencia de sus cuidadores.
Cuando era niño, mi mamá siempre decía algo que ahora entiendo más profundamente: “Cuidar de un ser vivo es cuidar de ti mismo”. Ella lo aplicaba tanto a los animales como a las personas. Hoy veo que esa frase conecta directamente con lo que significa tener una mascota: no es una moda, ni un accesorio emocional, es un pacto de cuidado mutuo. Por eso, cada vez que aplico pipetas, collares o baños especiales a mis gatos y perros, no lo hago como una tarea rutinaria, sino como parte de un vínculo real.
La desparasitación externa no se trata solo de aplicar un producto cada cierto tiempo. También es observar, estar atentos, anticiparnos. En los meses de clima cálido —cada vez más intensos debido al cambio climático— el riesgo de proliferación de parásitos aumenta significativamente. Las temperaturas elevadas favorecen la reproducción de pulgas y garrapatas, lo que implica que nuestros cuidados deben ser más frecuentes y conscientes. Aquí es donde la tecnología y la información nos ayudan a no improvisar: existen calendarios digitales, apps veterinarias y recordatorios automáticos que pueden convertirse en aliados perfectos.
Además, hay una dimensión menos visible, pero igual de importante: la conexión espiritual y emocional con nuestros animales. En mi blog Amigo de ese Ser Supremo en el cual crees y confías muchas veces he hablado sobre la capacidad que tienen los animales de conectarnos con lo esencial: la presencia, la ternura, la lealtad sin condiciones. Cuidarlos en lo físico es también honrar esa conexión invisible que nos sostiene.
También creo que debemos hablar sin miedo de la responsabilidad compartida: no es tarea solo del “dueño” de la mascota. Si vives en un edificio, conjunto residencial o barrio donde muchos animales comparten espacios, la desparasitación colectiva y coordinada es clave para evitar ciclos de reinfestación. En la Organización Empresarial Todo En Uno se han publicado análisis interesantes sobre cómo la colaboración comunitaria mejora prácticas cotidianas que impactan la salud colectiva —y este tema encaja perfectamente ahí.
Otra reflexión importante es cómo este tipo de cuidados básicos nos enseña sobre hábitos y prevención en otros aspectos de la vida. Así como una pulga pequeña puede causar grandes problemas si no se actúa a tiempo, también en nuestras relaciones, en la salud mental o en la sociedad en general, ignorar las señales pequeñas muchas veces desemboca en crisis evitables. Prevenir es, en el fondo, una forma de amar.
Hoy en día, existen tratamientos muy variados: pipetas mensuales, collares de larga duración, sprays, baños medicados y comprimidos orales que protegen por semanas. La elección depende de factores como el entorno, el tipo de pelaje y las condiciones particulares de cada mascota. Pero más allá del método, lo importante es la constancia. Un solo mes de descuido puede revertir meses de cuidado.
También es necesario educar a las nuevas generaciones en esta responsabilidad. Muchos jóvenes adoptan animales con entusiasmo, pero sin comprender del todo el compromiso que implica. No basta con darles comida y cariño: la salud preventiva es parte de esa relación. Y creo que, como jóvenes, tenemos una oportunidad única de combinar tecnología, información y empatía para elevar el estándar de bienestar animal.
Cuando uno se toma en serio estos temas, algo cambia internamente. Ya no se trata de “cumplir con una obligación”, sino de actuar desde la consciencia y la coherencia. Y eso, curiosamente, termina fortaleciendo nuestra relación con nosotros mismos.
Por eso, la próxima vez que veas a tu perro rascarse con insistencia, o a tu gato lamiéndose más de lo habitual, no lo ignores. Obsérvalo con atención, actúa con responsabilidad. La desparasitación externa no es solo una medida veterinaria: es una manifestación concreta del vínculo que decidiste construir con ese ser.
Y si aún no has comenzado un calendario de desparasitación regular, este puede ser el mejor momento para hacerlo. Tu mascota te lo agradecerá con salud, energía y esa mirada limpia que no necesita palabras para decir “gracias”.
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— Juan Manuel Moreno Ocampo
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