viernes, 11 de julio de 2025

Cuando el hambre no es solo del cuerpo: TDAH, comida rápida y decisiones que pesan más de lo que parecen

 


Desde pequeño escuché muchas veces esa frase que se lanza sin mucha conciencia: “¡come rápido que se enfría!” O también esa otra: “¡deja de pensar tanto y termina de comer!” Y es que en muchas casas, como la mía, comer siempre fue una mezcla de rutina, cariño y, a veces, un poco de ansiedad disfrazada de necesidad. Pero con el tiempo, y con más conciencia, entendí que muchas veces lo que parecía hambre no era hambre, y que mis impulsos —como los de muchos jóvenes— tenían más relación con lo emocional que con lo nutricional. Hace poco leí un artículo de Psyciencia sobre la relación entre el TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad) y la comida rápida en adultos, y algo dentro de mí hizo clic.

No tengo un diagnóstico oficial de TDAH, pero sí reconozco comportamientos impulsivos, momentos de hiperfoco seguidos por lapsos en los que mi mente salta como una piedra sobre el agua. Y en medio de ese ritmo cambiante, comer muchas veces ha sido más que una necesidad: ha sido una respuesta automática. Lo interesante del artículo que leí es que no solo habla de nutrición o salud mental, sino que conecta dos aspectos que muchos tratamos como cosas separadas.

La impulsividad, uno de los rasgos más marcados del TDAH, no es solo tomar decisiones apresuradas. Es también ese momento en que estás estudiando y, sin pensarlo dos veces, pides por Rappi una hamburguesa triple con gaseosa. Es ese segundo en el que vas caminando y el olor a fritanga en la calle te gana el paso. Es sentir que tu cuerpo necesita una “recompensa”, algo que te devuelva al centro después de un día de sobrecarga mental.

Pero lo más profundo de esto no es la comida. Es lo que hay detrás. Las emociones que no se reconocen. El cansancio que no se nombra. El vacío que se tapa con papas fritas y salsas artificiales. Lo digo no para juzgar a nadie, ni siquiera a mí, sino porque me parece brutalmente honesto aceptar que muchas de nuestras decisiones alimenticias vienen de lugares emocionales mal digeridos.

La ciencia, sí. Claro que ayuda. La dopamina —ese neurotransmisor asociado con el placer y la motivación— tiene un papel central en todo esto. Las personas con TDAH suelen tener un sistema dopaminérgico “distinto”, por así decirlo, y la comida rápida, alta en azúcares y grasas, puede actuar como un disparador temporal de satisfacción. Pero esa satisfacción es como una bengala: brillante, intensa, y fugaz. Luego viene el bajón. Y muchas veces, también la culpa.

Pero, ¿qué hacemos con esta información? ¿Cómo bajamos esto al día a día sin que se sienta como una exigencia más o una nueva dieta que seguir? Yo, desde mi experiencia, no tengo una fórmula mágica. Pero sí he intentado pequeños gestos que me conectan más con lo que como y por qué lo como. A veces, antes de pedir algo, me detengo y me pregunto: “¿es hambre o es otra cosa?” A veces, escribo. A veces, hablo. A veces, simplemente dejo pasar el impulso. No siempre lo logro. Y eso también está bien.

Una de las cosas más duras para quienes lidian con el TDAH —diagnosticado o no— es sentirse desbordado por uno mismo. Sentir que no hay control. Que el cuerpo va por un lado y la mente por otro. Que el mundo pide foco cuando tu atención se disuelve. Y en esos momentos, la comida se convierte en refugio, en escape, en silencio. Por eso es importante hablar del tema con respeto, pero también con profundidad.

En casa hemos hablado mucho de esto. No solo del TDAH, sino de cómo nos relacionamos con lo que comemos. En uno de los artículos de Bienvenido a mi blog, mi papá habla de lo importante que es hacer pausas para mirar la vida con otros ojos. Y yo creo que esa pausa también aplica para mirar nuestro plato, nuestras elecciones, nuestras emociones.

No se trata de satanizar la comida rápida —porque seamos honestos, una pizza con amigos también tiene su valor emocional—, pero sí de empezar a preguntarnos si estamos comiendo para vivir o viviendo para llenar vacíos con comida. Porque al final, lo que comemos también nos construye. Y la forma en que lo hacemos dice mucho de cómo estamos habitando la vida.

Esta reflexión no busca darte soluciones. Busca darte compañía. Saber que no estás solo si alguna vez sentiste que te ganaron las ganas, que fallaste, que tu cuerpo actuó sin que tu mente alcanzara a decidir. Es parte de ser humano. Pero también es parte de crecer empezar a mirarse sin juicio, con más curiosidad y menos castigo.

Si algo de lo que leíste aquí te resonó, te invito a que lo compartas. O a que escribas. O simplemente a que la próxima vez que tengas hambre, te preguntes qué parte de ti realmente está pidiendo atención.

¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

Agendamiento: Whatsapp +57 310 450 7737

Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo

Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo

Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos

Grupo de WhatsApp:    Unete a nuestro Grupo

Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal  

Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo

👉 “¿Quieres más tips como este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.

— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

jueves, 10 de julio de 2025

¿Y si el futuro no es solo tecnología? Una mirada joven al trabajo que viene


A veces me despierto con la sensación de que el mundo se mueve más rápido de lo que puedo comprender. Las noticias hablan de inteligencia artificial, automatización y de cómo el 80% de los trabajos actuales podrían desaparecer para 2030. Como joven colombiano de 21 años, me encuentro en una encrucijada: ¿cómo prepararme para un futuro laboral que aún no existe?

La tecnología avanza a pasos agigantados. Empresas como Foxconn ya están implementando IA en sus procesos, aunque reconocen que aún se necesita la intervención humana para ciertas tareas. Esto me lleva a reflexionar sobre el papel que jugaremos los jóvenes en este nuevo panorama. ¿Seremos reemplazados por máquinas o encontraremos nuevas formas de aportar valor?

En mis conversaciones con amigos y familiares, surge una preocupación común: la incertidumbre. Muchos temen que sus estudios o habilidades queden obsoletos. Sin embargo, también veo una oportunidad. La IA puede encargarse de tareas repetitivas, liberándonos para enfocarnos en aspectos más creativos y humanos de nuestro trabajo.

He aprendido que la adaptabilidad será clave. No se trata solo de adquirir conocimientos técnicos, sino de desarrollar habilidades como la empatía, la comunicación y el pensamiento crítico. Estas cualidades nos permitirán colaborar con la tecnología en lugar de competir contra ella.

Además, la espiritualidad y la conciencia colectiva juegan un papel importante. En momentos de cambio, es esencial mantenernos conectados con nuestros valores y propósito. Esto nos dará la fortaleza para enfrentar los desafíos y construir un futuro más humano y equitativo.

En mi blog personal, comparto reflexiones sobre estos temas y cómo afectan nuestra vida diaria. Te invito a leer mis pensamientos en El Blog Juan Manuel Moreno Ocampo.

Imagen sugerida: Un joven sentado frente a una ventana, contemplando el horizonte con una mezcla de esperanza y reflexión. A su alrededor, elementos tecnológicos como una laptop y un smartphone, pero también símbolos de espiritualidad como una vela encendida o un libro sagrado. La imagen transmite introspección, juventud y conexión. Estilo artístico moderno con una paleta de colores suaves y cálidos.

¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?

Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

Agendamiento: Whatsapp +57 310 450 7737

Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo

Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo

Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos

Grupo de WhatsApp:    Unete a nuestro Grupo

Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal  

Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo

👉 “¿Quieres más tips como este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.

— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

miércoles, 9 de julio de 2025

¿Y si la salud de los animales también fuera un derecho público? Una mirada desde la conciencia que compartimos


Hace unos días, entre lecturas casuales y búsquedas que siempre terminan conectándome con algo más grande, encontré un artículo que hablaba sobre si es viable una sanidad pública para los animales. Y se me quedó rondando la pregunta como un zumbido suave pero constante: ¿de verdad creemos que cuidar a los animales es una opción, y no un deber ético? ¿En qué momento dejamos de verlos como parte del todo que somos?

Sé que a veces este tipo de temas parece “de otro mundo”, o que solo deberían preocuparle a los activistas, veterinarios o personas con muchas mascotas. Pero si algo me ha enseñado mi vida —y lo que he escrito en mi blog El blog Juan Manuel Moreno Ocampo— es que lo que le pase a un ser vivo, cualquiera que sea, nos afecta a todos. Porque todo está conectado. No es poesía: es conciencia.

Yo nací en 2003, y crecí viendo cómo los animales eran tratados con cariño en mi casa, pero también con indiferencia en la calle. Vi cómo muchas veces los humanos deciden que una vida vale menos solo porque no habla, no vota o no factura. Pero lo que sí hacen los animales es sentir, acompañar, sostener silenciosamente. Hay perros que curan depresiones mejor que pastillas. Hay gatos que salvan a las personas de su propia soledad. Hay caballos que devuelven la movilidad emocional a niños autistas. Y aun así, su salud sigue siendo un lujo, no un derecho garantizado.

¿No es curioso que podamos llevar a nuestro perro al parque y encontrar una fuente de agua para él, pero no podamos llevarlo al hospital si se enferma, a menos que tengamos plata? ¿No es contradictorio que exista una ley que penaliza el maltrato animal, pero que no garantiza atención médica básica gratuita? ¿Dónde está la coherencia?

El artículo que leí pone sobre la mesa un debate real: ¿es viable la sanidad pública para animales en nuestros países? Y aunque desde lo económico se podrían levantar muchas alertas, mi respuesta desde el corazón y la razón es: no solo es viable, es necesaria.

Piénsalo así: cuando un animal enferma, no solo sufre él. Sufre su entorno humano. Se interrumpen rutinas, se detonan angustias, se multiplican gastos que muchas familias no pueden asumir. He visto casos de personas de bajos recursos que cuidan a sus perros como a un hijo, y que cuando se enferman, no tienen más opción que verlos morir porque no pueden pagar una consulta. ¿Qué sentido tiene hablar de “sociedad consciente” si no podemos cuidar de quienes dependen de nosotros?

Ahora, yo no soy economista ni político. Soy un joven que observa, que siente y que se cuestiona. Pero sí sé que cuando una sociedad decide invertir en el bienestar más allá de la especie humana, da un salto evolutivo. Porque demuestra que entendió que el amor no se limita a lo que camina en dos patas.

He conocido adultos que ven este tema como “secundario”. Me han dicho que tenemos demasiados problemas en la salud humana como para preocuparnos por la veterinaria gratuita. Pero yo creo que si seguimos dividiendo tanto lo importante de lo urgente, nunca vamos a salir del círculo de dolor que hemos normalizado.

¿No será que si nos ocupáramos más de lo que parece “menor”, todo lo “grande” empezaría a sanar desde la raíz?

Lo que más me impacta de esta discusión es la oportunidad que abre: pensar en salud no como un servicio, sino como un ecosistema. En el blog Mensajes Sabatinos muchas veces se habla de cómo todo está interrelacionado. Y es cierto: la salud de un animal impacta en la salud emocional de un niño, en la sanidad de una comunidad, en la ética de una cultura. Cuando cuidamos a los animales, estamos cultivando algo más grande: la compasión que después se extiende a los humanos.

Además, no se trata solo de perros y gatos. También están los animales callejeros, los que viven en zonas rurales, los que sufren por negligencia humana. ¿Quién se encarga de ellos? ¿Qué pasa con los caballos usados para cargar escombros? ¿Con los animales de granja en pueblos sin acceso a veterinarios? ¿Por qué su vida sigue siendo invisible?

Mi abuela decía que uno reconoce la grandeza de una persona por cómo trata a los que no tienen cómo devolverle el favor. Y esa frase siempre me vuelve cuando pienso en este tema. Porque los animales no tienen cómo pagar, ni cómo votar, ni cómo levantar la voz. Pero sí tienen alma. Y cuando uno cuida un alma sin esperar nada a cambio, está haciendo el acto más puro de humanidad posible.

Sé que no es fácil implementar un sistema de salud pública veterinaria en un país como el nuestro. Hay prioridades, hay crisis, hay corrupción. Pero ¿acaso no podemos empezar a construir un modelo más empático, más colaborativo? ¿Por qué no pensar en alianzas entre universidades, municipios, ONGs y clínicas privadas para crear programas solidarios? ¿Por qué no enseñar desde los colegios la responsabilidad de cuidar a los animales, más allá del deber legal?

Yo creo en las soluciones pequeñas que cambian mundos. Y también creo que una sociedad que cuida a sus animales, inevitablemente empieza a cuidarse mejor a sí misma.

Ojalá este blog no quede solo como una reflexión bonita. Ojalá te lleve a actuar, aunque sea con un gesto: compartir este texto, ayudar a una fundación, levantar la voz en tu barrio cuando veas un animal abandonado, apoyar a quienes ya están trabajando por esto.

Y sobre todo, ojalá algún día no tengamos que pedir salud pública para los animales, porque ya la hayamos hecho realidad como sociedad despierta.


¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

Agendamiento: Whatsapp +57 310 450 7737

Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo

Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo

Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos

Grupo de WhatsApp:    Unete a nuestro Grupo

Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal  

Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo

👉 “¿Quieres más tips como este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.

— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

martes, 8 de julio de 2025

No todo lo que te conecta te cura: sobre ayahuasca, antidepresivos y la espiritualidad que duele



Nunca pensé que hablaría de esto tan públicamente, pero creo que ya es hora. He visto con mis propios ojos cómo personas cercanas a mí buscan sanación a través de la ayahuasca, como si fuera una llave mágica que lo resuelve todo. Y sí, no lo voy a negar: hay algo profundamente espiritual en ese encuentro con lo invisible, con lo que no se ve pero te atraviesa. Lo que me duele, sin embargo, es cómo algunos la convierten en una excusa rápida, en un escape, en una moda peligrosa que no siempre tiene en cuenta el cuerpo, el contexto, ni el alma.

Hace poco leí un artículo en Psyciencia que hablaba sobre los riesgos reales de mezclar ayahuasca con antidepresivos. Y me sacudió. No tanto por los datos técnicos (que son importantes y deberían ser más conocidos), sino porque me llevó a recordar cómo, entre tantos jóvenes como yo, se ha vuelto “normal” jugar con lo sagrado sin entenderlo. Como si la medicina ancestral fuera lo mismo que tomarse un Red Bull espiritual.

Me puse a pensar cuántas veces nos enseñan a buscar "la conexión" sin enseñarnos primero a sostenerla. Nos dicen: ve, lánzate al abismo, abre tu alma, despierta tus chakras… pero nadie te habla de qué hacer con eso que aparece después. ¿Qué pasa si lo que se despierta no es luz, sino sombra? ¿Qué pasa si lo que conectas no te libera, sino que te desordena más?

No quiero sonar como un moralista ni como un “adulto regañón”. Solo quiero hablar desde lo que he vivido y lo que he sentido. Tengo 21 años, y como muchos de mi generación, también he tenido mis noches oscuras, mis bajones, mis preguntas sin respuesta. He tenido días en los que una conversación me salvó más que cualquier medicina. Y también he tenido días donde necesité ayuda profesional y la pedí sin vergüenza.

Por eso, cuando veo a personas que mezclan antidepresivos con ayahuasca sin saber lo que están haciendo, me preocupa. Porque no es solo un tema físico —aunque los riesgos de síndrome serotoninérgico son reales y graves— sino espiritual. No puedes entrar a lo sagrado con el cuerpo dopado y el alma desconectada. No puedes pretender que una planta haga el trabajo que tú has evitado por años.

Y es que ahí está la trampa: nos han vendido que “la medicina natural” es siempre segura, que “lo ancestral” no tiene efectos secundarios, que “si es espiritual, no hace daño”. Pero eso no es verdad. Nada es inocuo cuando se toma sin consciencia. Nada sagrado sana cuando se usa sin respeto.

Yo crecí rodeado de palabras grandes: Dios, espíritu, verdad, humildad. Las escuché en la voz de mi papá, en los libros que me dejaba sobre la mesa, en los blogs que empecé a escribir desde muy joven como Bienvenido a mi blog o Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías. Aprendí que no todo lo que brilla te ilumina. Que hay caminos que se ven mágicos, pero están llenos de espejismos.

No estoy en contra de la ayahuasca. Sería absurdo. Es una medicina sagrada para muchas culturas, y he visto casos donde, acompañada por sabiduría y guía, ha hecho milagros. Lo que critico es el uso irresponsable, la búsqueda desesperada de un “viaje” que se supone va a sanar sin que uno se comprometa con su propio proceso. Lo que me preocupa es que, en este mundo tan roto, queremos soluciones rápidas para dolores profundos. Queremos un ritual que nos arregle lo que no nos hemos atrevido a mirar en terapia, en el silencio, o en una conversación con nosotros mismos.

La depresión no se resuelve con una ceremonia. A veces, ni siquiera con un tratamiento. A veces solo se puede habitar. Y eso, aunque suene duro, también es espiritual. Porque la verdadera espiritualidad no siempre eleva: a veces te sumerge. Te pone de frente con lo que no quieres ver. Te quiebra para reconstruirte.

Y ahí entra otro tema que me toca personalmente: el respeto por el cuerpo. Nuestro cuerpo no es un obstáculo para la conciencia, es su vehículo. No se trata de escapar de él para “viajar” a otros planos. Se trata de habitarlo, de escucharlo, de cuidarlo. Si estás tomando antidepresivos, hay un proceso que ya está en marcha. Forzar al cuerpo a sostener un “despertar” cuando apenas está aprendiendo a estar en paz… es violencia.

En nuestro blog Mensajes Sabatinos lo he dicho muchas veces: todo lo que te aleje de tu propio cuidado no puede ser espiritual. Así se llame ritual, medicina o ceremonia. Así esté envuelto en humo de copal o música ancestral. Lo espiritual verdadero te vuelve más presente, no más desconectado. Más amoroso contigo, no más exigente.

¿Entonces qué hacemos? Primero, informarnos. Confiar en los médicos, pero también en los sabios. Preguntar. Dudar. Ser humildes. La humildad, para mí, es la base de toda transformación real. No tenerle miedo a decir “no sé”, “no estoy listo”, “necesito ayuda”. Y también saber decir: “hoy no quiero expandirme, hoy solo quiero descansar”.

No todas las experiencias espirituales necesitan ser intensas. No todos los caminos necesitan incluir plantas o rituales. A veces, la forma más profunda de despertar es escuchar a alguien con atención. A veces, la verdadera ceremonia es aprender a estar contigo mismo sin ruido. Y créeme, eso no es fácil. Pero es real.

La espiritualidad no es una moda. No es una playlist de mantras ni una bebida de raíces. Es una forma de vivir. Y vivir, cuando se hace con verdad, también duele. Pero es ese dolor el que limpia. El que revela. El que conecta, de verdad.

Así que si estás leyendo esto y estás considerando usar ayahuasca mientras tomas antidepresivos, por favor: detente. Respira. Infórmate. Habla con un profesional. Y sobre todo, pregúntate: ¿desde dónde quiero hacerlo? ¿Desde el miedo o desde el amor? ¿Desde el vacío o desde la escucha? Porque solo desde el amor se sana. Y para llegar al amor, a veces hay que pasar primero por uno mismo.


¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

Agendamiento: Whatsapp +57 310 450 7737

Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo

Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo

Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos

Grupo de WhatsApp:    Unete a nuestro Grupo

Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal  

Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo

👉 “¿Quieres más tips como este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.

— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

lunes, 7 de julio de 2025

Retroceso o despertar? Lo que Mercedes-Benz nos está diciendo sin querer

 


Esta mañana leí algo que me dejó frío y con un montón de preguntas encendidas por dentro. El titular decía: “Mercedes-Benz detiene su transición eléctrica y volverá a invertir en motores de gasolina.” No era un rumor. Era una decisión oficial. Una de las marcas que durante años se mostró como pionera en movilidad sostenible, ahora retrocede. O eso parece.

Y lo primero que pensé fue: ¿qué está pasando en el mundo cuando ir hacia atrás se vuelve estrategia?

Pero antes de caer en el juicio fácil, respiré hondo. Porque algo que he aprendido en mis 21 años —entre conversaciones con mi papá, lecturas de Mensajes Sabatinos y silencios conmigo mismo— es que nada es blanco o negro. Y a veces, las decisiones que parecen incoherentes esconden realidades mucho más complejas que solo “ganar dinero” o “contaminar más”.

Mercedes no está sola. El mundo está viviendo una especie de doble filo entre el ideal verde y la necesidad económica. Las ventas de autos eléctricos no crecieron como esperaban. Las cadenas de producción son más costosas. Y, quizás lo más humano de todo: la gente común sigue prefiriendo lo que ya conoce, lo que le da confianza, lo que puede pagar.

Pero eso no significa que esté bien.

Lo que me preocupa no es solo el regreso a la gasolina. Es el mensaje que esto manda: que cambiar es opcional, que lo sostenible es una moda, que el futuro puede esperar. Y yo no creo que el planeta tenga tiempo de esperar más.

En Bienvenido a mi blog, una vez escribieron que “la coherencia no siempre es rentable, pero siempre es digna”. Y creo que ese es el dilema que tenemos como humanidad: ¿seguimos haciendo lo mismo porque es lo que da plata, o nos atrevemos a sostener decisiones que construyen futuro, aunque cuesten más?

No soy ingeniero mecánico, ni economista, ni CEO de una multinacional. Pero sí soy parte de una generación que va a vivir con las consecuencias de estas decisiones. Y por eso, siento que no podemos quedarnos callados.

¿Queremos un mundo donde las marcas digan “sí, lo intentamos, pero fue muy difícil”?

¿O un mundo donde la dificultad no sea excusa para abandonar la transformación?

Y ojo, entiendo los retos. Los autos eléctricos también contaminan, especialmente por las baterías. La minería del litio no es inocente. Pero al menos es un intento por romper el círculo. Volver a la gasolina, en cambio, es como si después de dejar una relación tóxica, volviéramos porque “ya la conocemos”.

No hay revolución sin resistencia.

Y tal vez lo que está pasando ahora sea justo eso: una prueba. Un punto de quiebre. Una oportunidad para preguntarnos: ¿qué tan comprometidos estamos realmente con cambiar el mundo?

En El Blog de Juan Manuel Moreno Ocampo, he escrito más de una vez que los cambios reales no siempre son lineales. A veces retrocedemos para coger impulso. A veces dudamos. A veces la economía nos presiona. Pero la conciencia no puede desaparecer solo porque el Excel dice que no es rentable.

Mercedes dice que no descarta los eléctricos, solo que ahora priorizará también los motores a combustión. ¿Es eso una estrategia temporal? ¿Una adaptación al mercado? ¿O una renuncia camuflada?

No lo sé. Pero lo que sí sé es que esta noticia debería ser una alarma, no un titular más.

Porque si las grandes marcas retroceden, ¿qué mensaje le dan a los gobiernos, a los jóvenes, a las startups que están apostando por lo verde?

¿Qué le dicen a quienes ya están haciendo el esfuerzo de moverse en bicicleta, de usar transporte público, de replantearse su huella ecológica?

Y en el fondo, creo que este no es solo un tema de movilidad. Es un reflejo de algo más profundo: nos cuesta sostener nuestras decisiones cuando dejan de ser cómodas.

Y eso lo vemos en todo: en las relaciones, en los hábitos, en la política. Cambiar es fácil en el discurso, difícil en la práctica.

Pero si algo me ha enseñado la espiritualidad —esa que cultivo cada vez que escribo en Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías— es que el camino correcto casi nunca es el más fácil. Pero siempre es el que vale la pena.

No sé si Mercedes se va a arrepentir. No sé si otras marcas harán lo mismo. Lo que sí sé es que nosotros no podemos dejar de exigir coherencia. Ni dejar de creer que otro mundo es posible.

Porque si aceptamos que se puede retroceder sin consecuencias, entonces ¿qué sentido tiene avanzar?

Y tal vez el futuro no dependa solo de lo que las empresas hagan. Dependa también de lo que tú y yo elijamos cada día: qué consumimos, qué compartimos, qué defendemos, qué nos atrevemos a imaginar aunque parezca difícil.

📣 ¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

Agendamiento: Whatsapp +57 310 450 7737

Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo

Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo

Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos

Grupo de WhatsApp:    Unete a nuestro Grupo

Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal  

Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo

👉 “¿Quieres más tips como este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.

✒️ — Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

domingo, 6 de julio de 2025

Lo que entra por los ojos… ¿también debería pasar por el corazón?

 


A veces siento que lo más pequeño, lo más invisible, es lo que más influye en cómo vivimos. Un aditivo en la comida, un colorante en una bebida, una decisión tomada por alguien a kilómetros de nosotros, pero que termina en nuestro plato, en el cuerpo, en el alma. Leí hace poco que la FDA aprobó tres nuevos colorantes naturales para uso alimentario. Y aunque puede sonar como una noticia técnica, de esas que uno pasa por alto, a mí me hizo detenerme. No solo por lo que implica en la industria de alimentos, sino por todo lo que hay detrás del concepto de “natural”.

Porque ¿qué significa hoy que algo sea natural?

Según Revista IAlimentos, la FDA dio luz verde a tres nuevos ingredientes: dos extractos de achiote (norbixina) y uno de cártamo. Todos utilizados como alternativas a los colorantes sintéticos, los mismos que durante años se han asociado con alergias, trastornos de atención, e incluso con enfermedades más graves. Y aunque esto puede parecer un paso pequeño, me parece profundo.

No por la lista en sí, sino porque muestra un cambio de dirección. Una señal de que estamos comenzando —por presión, por conciencia o por estrategia— a mirar más hacia lo real.

Yo crecí en una generación que tragó muchos colores: cereales fluorescentes, helados azul eléctrico, juguitos de caja con tonos que ni los arcoíris tenían. En ese momento, todo parecía normal. Nadie preguntaba. Nadie se cuestionaba. Lo importante era que supiera rico, que fuera barato, que viniera con muñeco. Pero ahora… ahora no me basta con que algo “se vea bien”.

Ahora quiero saber qué hay detrás.

Y esa búsqueda no es solo por salud. Es por respeto. Por ética. Por un deseo profundo de no seguir llenando nuestro cuerpo de cosas que fueron diseñadas más para vender que para nutrir. En Bienvenido a mi blog, aprendí que cada acción cotidiana —como elegir un alimento— puede ser un acto de amor o de descuido. Un camino hacia la conexión o la desconexión.

Y es ahí donde todo se conecta. Porque no se trata solo de un tema alimentario. Es un tema espiritual, emocional, cultural. Si lo que entra por mis ojos me deslumbra, pero lo que entra por mi cuerpo me envenena, algo no está bien. Y si la industria necesita aprobación legal para usar colores que vienen de la tierra, mientras lleva décadas usando químicos sin tanto filtro… algo no cuadra.

Me alegró saber que están aprobando pigmentos como la norbixina, que viene del achiote. En mi casa, mi abuela lo usaba para dar color al arroz. Y no había químicos, ni tablas nutricionales, ni etiquetas con números raros. Solo conocimiento ancestral. Solo lo que el campo ofrecía con generosidad.

Pero ¿por qué tardamos tanto en volver a lo obvio? ¿Por qué se necesitan estudios, informes y sellos para que algo natural sea aceptado, mientras lo sintético tuvo vía libre durante tanto tiempo?

En El blog de Juan Manuel Moreno Ocampo, he escrito antes sobre esa contradicción entre lo que se permite y lo que se cuida. Y creo que esta noticia refleja eso: una industria que está empezando a cambiar, sí, pero también un sistema que aún funciona al revés. Porque en el fondo, no es solo qué se permite, sino a quién le conviene.

Y sin embargo, hay esperanza.

Porque hoy, más que nunca, hay personas leyendo etiquetas, preguntando, investigando. Hay voces que ya no aceptan lo que nos dan por costumbre. Hay familias que eligen frutas en vez de golosinas, que vuelven a cocinar, que siembran. Y eso, aunque no sea noticia, también es revolución.

Los tres nuevos colorantes naturales aprobados por la FDA pueden ser una puerta, pero el verdadero cambio está en el corazón del consumidor. En ti, en mí. En decidir que ya no queremos más color de mentira, más sabor falso, más cuerpo lleno de adornos sin alma.

Y no lo digo desde el perfeccionismo. Aún hay días en que compro algo sin pensar. Aún hay momentos en que el antojo me gana. Pero cada vez soy más consciente de que mi cuerpo merece verdad. No solo en palabras. También en pigmentos.

En Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías, he leído muchas veces que lo divino se manifiesta en lo cotidiano. ¿Y qué más cotidiano que lo que comemos? Si un color viene de la tierra, si un alimento fue hecho con respeto, entonces me conecta. Me acerca. Me limpia.

Por eso, más allá de las aprobaciones, los permisos y las normativas, yo celebro cada vez que la naturaleza gana espacio. Cada vez que el achiote reemplaza al tartrazina. Cada vez que el cártamo pinta más que un número E-123. Porque es una victoria silenciosa. Pero es nuestra.

Y tal vez algún día, cuando un niño vea un jugo rojo, no tenga que preguntarse si lo va a enfermar. Sino solo si está frío. O si lo quiere compartir.

📣 ¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

Agendamiento: Whatsapp +57 310 450 7737

Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo

Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo

Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos

Grupo de WhatsApp:    Unete a nuestro Grupo

Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal  

Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo

👉 “¿Quieres más tips como este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.

✒️ — Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

sábado, 5 de julio de 2025

Lo que pintamos también nos pinta: colores naturales y decisiones conscientes


Si hay algo que siempre me ha fascinado es el color. Desde niño, los colores me contaban historias. Me acuerdo de los lápices de mi infancia, de los platos llenos de jugos rojos, azules, verdes, como si en cada comida uno pudiera meterse en una especie de arcoíris comestible. Pero claro, uno crece… y se da cuenta de que muchos de esos colores no eran tan mágicos como parecían.

Hace poco leí un artículo en Revista IAlimentos que hablaba de cómo la industria alimentaria está migrando (por fin) hacia el uso de colores naturales en vez de las tradicionales lacas sintéticas. Suena técnico, lo sé, pero cuando lo leí, sentí que no era solo una nota para ingenieros de alimentos. Era algo que nos toca a todos.

Porque… ¿te has preguntado alguna vez de dónde sale el color “rojo cereza” de una gomita? ¿O el “azul brillante” de un refresco? A mí me pasó una vez en el colegio, cuando en clase de química una profe nos mostró cómo se producían ciertos colorantes. No te voy a mentir, se me revolvió el estómago. Y no solo por lo químico del proceso, sino porque supe que durante años me habían vendido algo como “natural” que no tenía ni una fruta cerca.

Ahora resulta que esas lacas sintéticas —esas que le dan el color llamativo a tantos productos— están siendo cuestionadas no solo por razones de salud, sino también por ética, sostenibilidad y transparencia. Y eso me parece una conversación urgente.

¿De qué está hecho lo que nos comemos? ¿Por qué sigue siendo tan normal tragarnos algo sin saber qué es, solo porque tiene buen color o buen empaque?

Las alternativas naturales —como el carmín, la cúrcuma, el extracto de espinaca, el jugo de remolacha— están tomando fuerza. Y me parece bello. No porque sean perfectas, sino porque representan una intención distinta: volver al origen. No solo maquillarlo.

Y aquí quiero hacer una pausa. Porque no estoy diciendo que todo lo sintético es malo ni que todo lo natural es sagrado. Pero sí creo que estamos en un punto donde la conciencia debe guiar nuestras decisiones más que la costumbre o la publicidad.

En Mi blog personal, escribí hace poco que la forma como comemos también refleja cómo nos queremos. Y sí: si aceptamos lo artificial sin cuestionarlo, tal vez no sea solo por falta de información, sino porque hemos dejado que nos digan que “no importa”.

Pero sí importa. Porque los niños que consumen esos colorantes todos los días terminan desarrollando alergias, irritabilidad, déficit de atención, y un montón de síntomas que la industria suele minimizar. Porque los adultos que ya no saben qué es un alimento real están atrapados en un círculo de sabor sin sustancia. Porque estamos llenando el mundo de empaques brillantes, pero vacíos de alma.

Me acordé también de algo que leí en Mensajes Sabatinos: “No todo lo que brilla nutre.” Y es cierto. En los tiempos que corren, lo que más llama la atención no siempre es lo más verdadero.

El uso de colorantes naturales puede ser un paso pequeño para las grandes industrias, pero también puede ser una señal de algo más grande: una transformación en la forma como nos relacionamos con lo que consumimos.

Ahora bien, no podemos esperar que el cambio venga solo desde arriba. Nosotros también tenemos responsabilidad. Cada vez que elegimos un producto con ingredientes que entendemos, con un origen claro, estamos votando por otro modelo. Uno que no busca solo vender, sino también construir salud y verdad.

Y sí, sé que en Colombia esto no es tan fácil. A veces, lo más accesible es lo más procesado. Y lo más sano es caro o escaso. Pero ahí es donde entra algo que he aprendido de mi familia y de la vida misma: la transformación empieza con lo que se tiene, no con lo que se sueña.

Tal vez no podamos cambiar todo lo que comemos de un día para otro. Pero sí podemos empezar por informarnos, por leer las etiquetas, por apoyar marcas locales que hacen las cosas diferente, por exigir transparencia.

En Bienvenido a mi blog, mi papá suele escribir desde esa conciencia crítica que me ha enseñado a no tragar entero. Y me doy cuenta de que parte de nuestra misión como jóvenes no es solo adaptarnos al mundo, sino también cuestionarlo.

A veces me preguntan: ¿para qué te complicas tanto con lo que comes? Y yo respondo: no me complico, me responsabilizo. Porque el cuerpo que tengo es un templo, sí, pero también es una memoria. Y quiero que lo que le meto dentro deje una huella buena, no solo un sabor pasajero.

Hay una frase que me encanta de Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías: “Lo divino no solo está en el cielo. También está en la tierra, en el pan, en el color de una fruta.” Y yo agregaría: también está en la decisión de no seguir pintando de mentira lo que puede brillar por sí mismo.

Así que si tienes en tus manos una decisión, aunque sea pequeña —elegir un jugo sin colorantes, comprar algo hecho con ingredientes reales, preparar tu propia comida en vez de pedir a domicilio— hazla desde la conciencia. Porque cada elección cuenta. Cada color también.

📣 ¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.

Agendamiento: Whatsapp +57 310 450 7737

Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo

Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo

Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos

Grupo de WhatsApp:    Unete a nuestro Grupo

Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal  

Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo

👉 “¿Quieres más tips como este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.

✒️ — Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”