lunes, 2 de octubre de 2017

La importancia de entender los traumas de los estudiantes

Semana Educación entrevistó a Darshan Campos, especialista Fulbright en educación, que habló de la necesidad de un nuevo enfoque en la educación que priorice las necesidades de los niños.
 

Después de la firma de la paz, el principal reto que tendrá el país será llevar la reconciliación a los territorios golpeados por la guerra. Será entonces cuando la educación jugará un papel fundamental. 

La instituciones educativas tendrán la labor vital de curar las heridas del conflicto y sanar la deuda histórica del país con los jóvenes que no han encontrado en la enseñanza y la formación una alternativa a la violencia. O, como lo define Darshan Campos, especialista Fulbright en educación, potenciar papel del Trauma Informed Teaching (Educación informada en los traumas). “La paz no es algo que se firma en un papel, sino que se practica y se construye diariamente”, explica. 

Desde su labor como docente en Estados Unidos, Campos ha hecho un esfuerzo por curar las secuelas de la violencia intrafamiliar y socioeconómica en sus estudiantes, valiéndose de todo tipo de estrategias, desde sentarse a hablar de los traumas, hasta la meditación, el juego y el baile.

Su metodología busca que los profesores se enfoquen en las perspectivas y los problemas de los niños y se vuelan sanadores dentro de la comunidad. 

Semana Educación habló con Campos, quien párticipará en la Cumbre Líderes por la Educación 2017 que se celebrará en el Cubo de Colsubsidio, Bogotá, el 20 y 21 de septiembre. El evento más importante del sector educativo en el país está organizado por Semana Educación. 

Semana Educación: ¿Cómo funciona el Trauma Informed Teaching? 

Darshan Campos: Antes que nada es una mentalidad. Es decir, es una forma de pensar sobre la educación y sobre la violencia. La violencia viene en muchas formas: violaciones, incestos, adicciones, guerras, detenciones. Y estas no están por allá afuera, sino que son experiencias que viven en nosotros, en nuestro cuerpo y nuestras familias. Si un niño es abusado en su casa, esa experiencia no se queda allá, sino que la lleva consigo al colegio. Entonces obviamente deben ser parte de la escuela, debemos pensar cómo lo apoyamos, cómo entendemos mejor su experiencia.

Déjeme darle un ejemplo: En una comunidad que lucha con el hambre, los niños no pueden aprender ni los adultos enseñar. Entonces por qué no miramos al colegio como un huerto, donde todo lo que hacemos gira alrededor de crear alimentos. Así que todo el currículo que creemos, todos los proyectos de matemática y lectura sean para construir un sistema de irrigación o un plan de cultivo.

S.E.: Es como un cambio de perspectiva...

D.C.: Exactamente. Es un enfoque totalmente diferente. La mayoría de las escuelas fueron construidas para estudiantes en el siglo XVIII, pero ya no somos esas personas. ¡Ahora tenemos el internet! Hay muchas cosas que ya no necesitamos en las clases. Los exámenes, por ejemplo. Sabemos que todos somos individuos diferentes, con diferentes hábitos, diferentes maneras de ser. Algunos somos más tímidos, otros más abiertos. Entonces hagamos del salón de clases un espacio para que se cultiven todas esas posibilidades. 

S.E.: ¿Por qué dice que no necesitamos los exámenes?

D.C.: En muchos colegios es examen tras examen tras examen. Según muchos estudios, hacer pruebas no funciona. Sirve solo para un tipo de estudiantes, los que les va muy bien en las pruebas. Pero de pronto otros estudiantes no son buenos para demostrar su inteligencia de esa manera o no aprenden tan bien así. 

Algo que yo hago con mis estudiantes cuando tengo que hacer una prueba es que les doy a todos mis estudiantes un esfero rojo para que corrijan el examen. No tienen que responder nada, solo rayar la hoja. ¿qué les parece que está mal con la prueba?, ¿qué opinan de las preguntas?, ¿qué les molestó? Y luego, ellos rompen la prueba (están usando sus manos, están liberando tensión) y la tiran a la basura. Es un ejercicio de meditación sobre cómo hacemos las pruebas, qué podemos hacer diferente. Es algo tonto, es divertido y, sí, desperdiciamos algo de papel. Pero el punto es que no solo les entregamos una prueba, también discutimos sobre ella.

S.E.: ¿Cómo deberíamos calificar a los estudiantes entonces?

D.C.: Honestamente, no creo que debamos tener notas. Los estudiantes deberían autoevaluarse y evaluarse entre ellos. Me parece mejor preguntarnos cómo acceder al conocimiento desde perspectivas diferentes, usar esa información para ver si estamos consiguiendo los resultados educativos que necesitamos y crear un currículo que de hecho funcione para la comunidad. 

Es un modelo muy diferente y es más difícil para los administradores. Los exámenes facilitan la tarea de los políticos, los administradores y las editoriales de libros de texto. Pero no la de los estudiantes y los profesores. Para mí, la educación debería ser para los estudiantes; cubrir sus necesidades. Ese es el alma del Trauma Informed Teaching. No se trata de la nación, ni del sistema escolar, sino de qué necesita la comunidad. Si eres de una población indígena, tus necesidades van a ser muy diferente a si estás en Medellín o en Oakland, ¿por qué debemos hacer el mismo examen para todos? Es una pregunta difícil, pero estamos en tiempos difíciles: tenemos que innovar.

S.E.: Es decir, ¿para usted los maestros deben ser una especie de psicólogos o amigos de los estudiantes y tener con ellos una conexión fuerte a nivel personal?

D.C.: No somos doctores, y eso lo tenemos que recordar. Hay otras personas que tienen esos roles. Aunque nosotros también tenemos un papel muy especial. Para mí, es uno de los trabajos más hermosos que hay. Pero tiene que ser un trabajo del corazón. A veces nos olvidamos de eso, porque tenemos un mal día o estamos de mal humor -igual que les pasa a los niños- y nos cansamos también.

S.E.: ¿El Trauma Informed Teaching se dirige únicamente a los niños que han sufrido de violencia o también puede beneficiar al resto de estudiantes?

D.C.: Es algo de lo que todos nos podemos beneficiar, aunque no seamos sobrevivientes de trauma (que casi todos los somos). Cualquier persona aprende más entre mayor cantidad de métodos educativos uses. Música, danza, meditación, cocinar, salir a la naturaleza, entre más formas tengas para acercarte al cuerpo, más probable es que se te quede grabado. Si estudias un libro para una prueba, puede que lo recuerdes solo por un tiempo y que luego se te olvide. Pero cuando usamos la enseñanza socioemocional lo que hacemos es que ponemos a trabajar nuestras mentes y nuestros corazones y nuestros cuerpos de la mayor cantidad de maneras posibles. 

S.E.: En sus años de profesora, ¿qué experiencia la ha marcado más?

D.C.: Hace un tiempo trabajaba en un centro comunitario donde la mayoría de personas eran refugiados de guerra de Yemen. Yo estaba jugando en el suelo con los chicos y estaba haciendo un rompecabezas del mundo con una niña yemení de 7 años. Ella señaló el mapa, me dijo "ese es Yemen", y empezó a contarme sobre la guerra. Me contó que su tía estaba ahí todavía y que no podía salir. Estábamos aprendiendo geografía,pero era ella la que me estaba enseñando a mí la historia de su gente. Eso me dolió mucho y le dije que podíamos escribirle una carta a su tía. No se la podíamos mandar, porque ella estaba en un lugar inaccesible, pero podíamos poner la carta en un globo y ver a dónde se la llevaba el viento. Fue algo pequeño y simple, pero fue una manera de escuchar lo que ella quería decir, y a la vez una oportunidad para practicar su inglés. Usted me preguntaba, ¿los maestros son como terapeutas? Sí, en cierto sentido. O más bien somos como amigos, como guías. Pero también somos los adultos en esas situaciones, y tenemos que pensar siempre en cómo educarlos.

S.E.: ¿Son los profesores indolentes con las preocupaciones de sus estudiantes?

D.C.: Hay algo de eso. Y hay que preguntarnos por qué. Muchos profesores están agotados. Nuestro trabajo es muy difícil, en serio. Después de que mi estudiante me hablara sobre la guerra en Yemen yo fui a casa y lloré. Pero no puedo llorar todos los días. A veces tenemos que tomarnos un descanso o cambiar lugar de trabajo. Y es una cosa muy difícil. Pero si no eres feliz enseñando, no vas a ser un educador efectivo. La educación es tanto del corazón como de la mente. 

S.E.: Usted dice que viene de un contexto familiar algo traumático, ¿cómo influyó en su comprensión actual de la educación? 

D.C.: Yo fui criada por una madre soltera y éramos muy pobres. Mi padre la mayor parte del tiempo estaba perdido o sin hogar o en prisión. Para mí eso fue muy duro. En esa época, yo odiaba la escuela, la sentía como una prisión. Pero entonces leí un libro en la escuela llamado "Mamá, estás despedida" y la escuela se volvió un refugio para mí, un lugar donde podía soñar. En ese sentido fui muy afortunada. Yo tengo la piel clara, más que el resto de mi familia o la mayoría de mis amigos, así que el trato que recibí fue muy diferente. Me apoyaban mucho porque era más parecida a las profesoras que los demás. Eso me marcó: por qué a mí me fue bien en el colegio y a ella no. Especialmente para alguien como yo, que vino de una familia sin mucha educación y sin mucho dinero. Eso me hizo estudiar cómo sucede el aprendizaje, de dónde viene, cuáles son sus barreras. También por eso yo me emociono mucho con la educación, porque sé lo que hizo conmigo; hizo al mundo más grande y menos tenebroso. Si puedo hacer algo así en la vida de mis estudiantes, pienso que habrá valido la pena.