domingo, 21 de mayo de 2017

Sí a los acuerdos con los hijos, pero no todo es negociable

Dialogar y pactar es un buen recurso que enseña responsabilidad y autonomía en los niños.

fg
La indulgencia y las complacencias excesivas transmiten la idea de que es poco importante el cumplimiento de los deberes.

Los niños funcionan desde pequeños en la dinámica de los acuerdos. Dialogar y pactar es un buen recurso que enseña responsabilidad y autonomía y contribuye a desarrollar la capacidad para tomar decisiones, entre otros.
Es una herramienta útil para enseñar, orientar y desarrollar valores, habilidades y potencialidades cognitivas, sociales y morales; sin embargo, no se aplica en todos los casos ni en todas las edades; ni tampoco como un método educativo único.
El problema de este modelo es que aspectos como el acatamiento de normas importantes para el desarrollo de los niños, la pertinencia de modular emociones claves en la convivencia o el mantenimiento de los hábitos terminan siendo negociados en acuerdos que, con frecuencia, tienden a ser cada vez más blandos.
La indulgencia de los padres es justificada en múltiples argumentos, que van desde sentir pesar por estar siendo demasiado exigentes con sus hijos, no repetir esquemas educativos autoritarios o poco comunicativos con los que ellos fueron educados, evitar el conflicto, generar una brecha con estos que los distancie, o porque, y este es el peor escenario, sienten que no tienen cómo convencerlos de que hagan lo que como padres saben que es correcto.
Esto los lleva a cambiar las normas y las consecuencias acordadas, a no corregir las conductas inadecuadas de los hijos, a justificar sus errores o a ceder a los caprichos inmaduros propios de la edad de niños y adolescentes y a ciertas actitudes características de esta generación, como irse por la ley del menor esfuerzo, tomar la vía más fácil o exigir resultados inmediatos.
La mayoría de las veces la intención de los padres obedece al buen propósito de acudir al razonamiento, las explicaciones y la reflexión para ayudar a sus hijos a corregir conductas inadecuadas o fortalecer aquellas que son adaptativas y beneficiosas para él y su entorno.
Sin embargo, cuando estos se vuelven un hábito o son muy laxos, no tienen claros los límites o dan muchas opciones abiertas, se corre el riego de que las relaciones entre padres e hijos adquieran un carácter de negocio donde ellos suelen pedir rebaja con éxito y a que los niños tengan la convicción de que lo que no es de su agrado o conveniencia se puede modificar según sus deseos.
La indulgencia y las complacencias excesivas transmiten la idea de que es poco importante el cumplimiento de los deberes, de los compromisos o de la consecución de metas. Los acuerdos en los que siempre ganan los niños los llevan a que antepongan sus deseos y necesidades a los de otras personas y a querer y/o exigir ser siempre considerados.
De otro lado, puede distorsionar un objetivo importante de la educación y es que estos logren diferenciar entre lo que está bien y lo que está mal, puedan reconocer la autoridad y las jerarquías y superen las actitudes caprichosas, egoístas y centradas en su satisfacción personal, características de las primeras etapas.
Son los padres quienes definen las especificaciones fundamentales de los acuerdos, aunque estos sean compartidos con los hijos.
Por lograrlo, es preciso tener exigencias realistas que atiendan tanto las posibilidades como las limitantes de los niños. Que consideren las necesidades de unos y otros y que tengan como objetivo final el bienestar integral de sus hijos.