domingo, 27 de septiembre de 2015

Papás, ¡mucho ojo! / Voy y vuelvo



Padres con su silencio cómplice contribuyen a que conductas reprochables se perpetúen en los niños.


Quienes somos papás y tenemos hijos de la misma edad de Santiago, el niño que falleció, tal vez comprendamos a qué se refiere el padre cuando asegura que uno envía a los hijos al colegio a que aprendan y no a que se los devuelvan muertos; a que convivan con sus compañeros y no a que se conviertan en pandilleros, a que practiquen el respeto y no a que agredan, insulten, escupan o amenacen a sus maestros.

Y, sin embargo, cabe preguntar qué tanto de esas mismas enseñanzas, de esa misma atención que reclamamos al colegio, brindamos nosotros como padres desde la casa. Eso de que el colegio es el segundo hogar es verdad hasta cierto punto, pero jamás sustituye la estructura de la familia, que es la base de la pirámide una sociedad y donde palabras como ‘solidaridad’, ‘atención’ y ‘escucha’ adquieren una dimensión que puede servir para toda la vida, pues son las que dan origen a los valores, los mismos que permiten formar buenas personas.
Esto no garantiza nada, es verdad. Uno no escoge el destino de sus hijos, pero sí puede advertir los peligros que se ciernen sobre ellos en el camino. ¿Cómo? Estando alerta a las señales que van aflorando y que podrían indicarnos que algo no está funcionando, y actuar en consecuencia.
Casos similares de consumo de drogas, alcohol, de abuso, pueden estarse gestando también en instituciones privadas, pero allí el asunto no es tan mediático.
Lo cual no es óbice para advertir de lo que está ocurriendo en los colegios oficiales. El informe que presenta este diario hoy da escalofrío: mafias de microtráfico, de las que harían parte los mismos estudiantes, tienen infiltrados los colegios, controlan el negocio de sustancias desconocidas y han encontrado terreno abonado para que desde temprana edad niñas y niños caigan en el vicio.
La sola percepción de que generaciones enteras estén en la boca del lobo por cuenta de tales mafias tiene que movernos como sociedad, como familias, como autoridad. No hay forma de ponerle freno a lo que está sucediendo si los esfuerzos permanecen aislados. Y esta es la parte difícil, pues cuando no son las mismas instituciones las que se declaran impotentes y solo dejan que las cosas pasen, son los padres los que, con su silencio cómplice o poniéndose del lado de los infractores antes que del maestro o de sus directivas, contribuyen a que conductas reprochables se perpetúen y sigan socavando la educación que reciben nuestros hijos y condenándolos a un futuro incierto.
Tras lo sucedido con el pequeño Santiago, he conocido historias a cual más aberrantes de este cáncer que se apodera de los muchachos en una de las edades más complejas. Y me parece que ha sido tímida la reacción del Distrito e, incluso, de la misma sociedad. Hubo más indignación con la muerte de la perra Bacatá.
Y mientras este tipo de mafias siguen generando hechos como los señalados, en la Administración siguen en los preparativos de la toma de la plaza de Bolívar para protestar contra el Procurador. ¿Por qué no se dejan de pendejadas y convocan una toma para librar a nuestros hijos de una amenaza real?