martes, 12 de septiembre de 2023

Peligro temprano

La cifra de fumadores a edad temprana es alta. Las estadísticas deben pasar del papel a acciones.

El considerable consumo de tabaco y cigarrillo de la población adolescente y joven en Colombia es un asunto de extrema gravedad, si se tiene en cuenta el impacto en términos sanitarios y sociales de estas prácticas que desafortunadamente pasan entre inadvertidas y aceptadas en todos los estratos.

Así lo demuestra el análisis estadístico que el Laboratorio de Economía de la Educación (LEE), de la Universidad Javeriana, hizo sobre las cifras oficiales de tabaquismo en el país y que deja entrever que, según la Encuesta Nacional de Consumo de Sustancias Psicoactivas (ENCSP), el 15,6 % de las personas de entre 12 y 21 años manifestaron haber consumido cigarrillo alguna vez en su vida. Esto, sin dejar de lado que una buena proporción de ellas echan mano de vapeadores y cigarrillos electrónicos, que muchas veces son presentados como opciones sin riesgo.

Llama la atención que la edad de iniciación en el consumo de estos lesivos productos se ubique entre los 12 y los 14 años, con el agravante de que dichos periodos, además de incrementar el riesgo de adicciones y multiplicar los potenciales daños en todo el organismo, también truncan el normal desarrollo cerebral, caracterizado por la formación de nuevas conexiones neuronales en estas etapas de la vida. No sobra decir que esto afecta todo el territorio nacional, en una preocupante relación directa con el nivel económico de las familias.

Son urgentes el diseño y la ejecución de políticas públicas orientadas a disminuir y prevenir el consumo temprano.

También es inquietante evidenciar que los jóvenes fumadores tienden a reportar niveles más bajos de satisfacción con la vida, en comparación con los no consumidores, y más si se considera que muchos estudios relacionan la depresión y acontecimientos negativos de las personas con el consumo de tabaco en edades tempranas, condiciones que infortunadamente se refuerzan frente al bajo conocimiento que sobre los efectos negativos de estos productos tienen los jóvenes en todo el país.

Pero hay más, porque aunque la mayoría de adolescentes no fumen, la convivencia con otros fumadores dentro de sus hogares también puede tener consecuencias que afectan su salud. Basta observar, por ejemplo, que la Encuesta de Calidad de Vida (ECV) del Dane (2021), deja ver que 1,1 millones de jóvenes de entre 10 y 21 años no consumen tabaco, pero viven en hogares donde al menos una persona sí lo hace, en un escenario que convierte al 11,3 % del total de la población de estas edades en fumadores pasivos. Ahí hay una gran responsabilidad por afrontar.

Esta situación tiene que dejar de ser un cúmulo de estadísticas sin efectivos desenlaces en la práctica. De ahí que resulten urgentes el diseño y la ejecución de políticas públicas que trasciendan el papel, orientadas a disminuir y prevenir el consumo temprano de tabaco, cigarrillo y vapeadores, en un contexto en el que ninguna arista de la sociedad (Ejecutivo, Congreso, familias, colegios, empresarios, medios de comunicación, etc.) se exima de entender que existe suficiente ilustración sobre los riesgos mortales derivados de estas prácticas que echan por la borda, literalmente, gran parte del futuro del país. Fumar mata, y más si su inicio es temprano.