miércoles, 9 de febrero de 2022

La violencia oculta contra los hombres trans en Colombia


En la familia, el colegio y la vía pública, ellos se enfrentan a prejuicios y sufren agresiones.

Una acción vital que para muchos es básica se convierte en una forma de escape para ellos. Hacerlo de forma consciente les ha salvado la vida, no solo porque les evita enfrentarse a sus victimarios: les ayuda a pensar con más claridad que sus agresores. Inhalar y exhalar. La vida misma depende de eso.

Cada semana, en Colombia, se registran casos de agresiones a personas trans. Y si bien los más sonados son sobre mujeres violentadas, lo cierto es que hay un subregistro de hechos violentos contra hombres de este colectivo en el país. Aunque la visibilización de transfeminicidios es primordial para transformar esa realidad, también es importante recordar que estas problemáticas no son exclusivas de las mujeres trans.


Uno de los casos más recordados es el de Carlos Torres, un joven que murió el 5 de diciembre de 2015 tras estar en una Unidad Permanente de Justicia (UPJ).


Organizaciones y colectivos han denunciado irregularidades por la muerte de Carlos Torres, en Bogotá.

El hombre trans había sido detenido por la Policía. Lo que dijo la institución, en ese momento, fue que se suicidó mientras estaba bajo su custodia. Sin embargo, su familia, organizaciones y activistas han denunciado irregularidades y presuntas agresiones por parte de agentes antes de su fallecimiento.

“Es un caso muy sospechoso que sigue sin esclarecerse. A través del prejuicio y el odio con quienes somos diferentes, se normaliza la violencia contra las personas”, dice Simón Uribe Durán, un reconocido activista trans y magíster en Estudios Culturales de la Universidad de los Andes.

En eso coincide Jhonnatan Espinosa, otro de los hombres trans que más ha luchado por los derechos humanos de la comunidad en Bogotá y quien ha estado liderando varias reuniones de colectivos. “Estamos expuestos a muchas formas de violencia a diario. Desde nuestras casas hasta la calle. La seguridad es reducida para nosotros”.La familia, entre la violencia y la libertad

Llega del trabajo. Se baña la cara. Respira. Ve la noticia de la agresión a una persona trans. Se queda callado. Silencio. En el ambiente hay una mezcla de indignación y rabia. El brillo de sus ojos se eclipsa con los nuevos sentimientos. “Cuando una persona trans es asesinada, somos todas en potencia”, piensa.

Simón Uribe es experto en temas de género y sexualidad. Durante su vida, se ha dedicado a leer, estudiar, aprender y explicar todo lo relacionado sobre estos asuntos. Se convirtió en una obsesión para él desde que, a manera de espejo retrovisor, se dio cuenta de todo lo que había pasado en su vida durante su infancia y adolescencia.

Nació en Bucaramanga. Su familia es de Girón (Santander) y se crió en la sociedad de los 90. Eran momentos donde primaba la educación tradicional, poco se hablaba de los LGBTIQ (Lesbianas, gais, bisexuales, trans, intersexual y queer) y eran aún más fuertes las imposiciones de género, algo que sigue sucediendo en muchos núcleos familiares del país.

Cuando una persona trans es asesinada, somos todas en potencia

En su casa, guarda una foto en el que se ve de unos cuatro años. Tenía una camisa de cuadros café con negro. Pelo corto y sonriente. “Siempre me sentía cómodo así”, dice. “Desde pequeño sentí que era diferente”.

Durante su niñez, se reconoció como una persona andrógina. Le gustaba jugar con muñecos y comportarse con lo que su cabeza y la parte más profunda de su ser le indicaba. Se sentía cómodo haciendo cosas que para él eran normales, pero que en varias ocasiones eran interpretadas por otros como algo fuera del marco establecido.

“Me tildaban de ‘machorra’. No entendía por qué si a mí me gustaba jugar fútbol y era bueno en varios deportes; mis papás, algunos vecinos y otras personas me criticaban y me advertían que no debía ser tan ‘brusquita’ porque se notaba”, cuenta Simón.

Y ahí entendió por qué su identidad sería vista como un tropiezo para muchos. La violencia simbólica comienza desde el hogar y el colegio cuando los adultos y pares, por desconocimiento o convicción, deciden sobre los menores y les imponen comportamientos. El miedo al qué dirán y el seguimiento ciego de la norma se convierten en esa excusa en varias familias para justificar las correcciones, las negativas y el rechazo a lo que siente y percibe cada menor de edad.
Muerte y exclusión: El triste panorama de las personas trans en ColombiaMuerte y exclusión: El triste panorama de las personas trans en Colombia
 
Muerte y exclusión: el triste panorama de las personas trans en Colombia

En el caso de Jhonnatan Espinosa, la historia, aunque parece diferente, coincide en algo con la de Simón: es en los hogares donde comienza la violencia simbólica.

Jhonnatan se formó en un sector del suroriente de Bogotá, en un barrio popular. Vivía en una de esas casas que han sido construidas por los abuelos para que toda la familia habite en ellas. Varias generaciones en un mismo lugar, ¿qué podía salir mal?

“Yo sabía lo que quería desde muy pequeño. Desde los dos años empecé a identificar qué me gustaba y qué no, se me notaba con qué me sentía bien”, narra el hombre, de 46 años.

Su formación se dio en un contexto machista. Le gustaba jugar fútbol y boxear con sus primos. “Nos quitábamos los dientes de leche de un golpe; era más fácil”. En su colegio, usaba sudadera porque le gustaba hacer deporte y “porque era la manera para dejar de usar la falda que pedían”.

El miedo al qué dirán y el seguimiento ciego de la norma se convierten en esa excusa en varias familias para justificar las correcciones

Los barrios en los que vivió eran complejos. Las drogas y la violencia acaparaban el panorama y el día a día de los sectores en los que se movía. Esto valió para que su madre lo reprendiera en varias ocasiones cuando intentó escaparse de la casa para jugar con otros pequeños de la cuadra. “Me castigaba por rebelde”.

Él tenía una ventaja: su abuela, la ama, dueña y señora de su casa. “Me quería mucho y me aceptó como soy. Gracias a ella, conocí parte de mi camino hacia la libertad”. Por esa mujer, no tuvo ningún reparo por vestirse y actuar como quería, o al menos no lo recuerda. “Un niño simplemente es”.

Pero la violencia se asomó un día. Su padre era borracho, de esos señores que parecen calcados de varias familias colombianas. Jhonnatan tenía 14 años. Había llegado de una fiesta de quince a la que lo habían invitado. El señor se asomó por la casa, en la que ya no vivía porque se había separado de su esposa.

El hombre preguntó por su hijo y se encerró en un cuarto con él. Le reclamó por haber llegado tarde y comenzó a golpearlo. Le pegó en la cara, en el abdomen y en cada parte del cuerpo. Jhonnatan, como pudo, se puso de pie y le reclamó. Su padre lo increpó por su identidad. El menor le respondió: “¿Quería tener un hijo varón? Acá lo tiene”. Acto seguido, le golpeó en la cara.

Ante el escándalo, su madre y su abuela intervinieron, y como pudieron lograron abrir la habitación. Estaban su padre y él en el suelo, en medio de sangre. “Me llevaron al hospital”. Desde ese momento, y por casi una década después, no se volvieron a encontrar.

La juventud: un acto de conciencia

A cualquier adolescente la mente se le congestiona de preguntas. El por qué, cómo y para qué se convierten en el punto de inicio de cualquier conversación, sobre todo cuando comienza a ver en sus pares cosas diferentes.

En la actualidad, las respuestas a esas preguntas se pueden conseguir navegando en el océano de Internet, lo que puede suscitar un riesgo y convertirse en algo contraproducente. En el caso de Simón y de Jhonnatan, era más difícil. Las familias y los profesores se mantenían reservados y manejaban con tabúes los temas. La pornografía, la homosexualidad y el transgenerismo eran términos que se concebían casi como innombrables.

La típica pregunta de “¿y dónde está tu novio?” y la comparación con las compañeras de clase eran parte del día a día. ¿A quién podían preguntarle sobre lo que sentían? “Cuando uno es pequeño, uno debe tener referentes que lo ayuden a entender lo que está pasando. En la población trans, en ese momento, era muy difícil tenerlo”, dice Simón.

El bachillerato y la universidad se convirtieron, entonces, en ese camino pedregoso para ratificar su identidad. El amor y el sexo, dos temas comúnes entre jóvenes, pasaba en varias ocasiones a un segundo plano, por miedo, dudas o rechazo de las otras personas.


Jhonnatan Espinosa es un hombre trans activista en Bogotá.

“Para mí fue más fácil aceptar que era lesbiana y no un hombre trans”, cuenta Simón. “Yo fui una lesbiana muy visible en mi universidad y ayudé a crear el círculo de participación. Fue más fácil aceptarme en ese momento. Como lesbiana, puedes mimetizarte”.

Jhonnatan, por su parte, se concibió como un hombre cisgénero —personas cuya identidad y expresión de género coincide con su fenotipo sexual— . “Para algunas personas, primero está la conciencia de ser trans y la transformación física, y luego se encuentra la identidad; hay otras personas, como yo, que primero tuvimos la identidad de ser hombre, tener parejas y trabajo, y después comenzar el proceso hormonal y físico”, explica.

Simón ‘salió del clóset’ por primera vez con su mamá en medio de una discusión a los 16 años. “Le dije que me gustaban las mujeres y ella me dijo que se trataba de una fase. Tuve que ir donde una psicóloga, que luego ayudó a que ellos lo entendieran”.

Algo que Jhonnatan también entendió cuando se dio cuenta de su entorno. “A mí, pocas veces de frente me dijeron cosas, pero lo entendía. Alguna vez, alguien en el colegio cuestionó por qué yo me veía más masculino que mis compañeras”.

Esos comentarios externos, que muchas veces pasan desapercibidos, fueron el combustible para algo que se desataba en el interior: una lucha interna. La violencia también puede ser tácita y autoinfligida, a veces de forma inconsciente. Los hombres trans, en varios momentos, deben acomodarse a la identidad que les fue asignada. El problema es el daño interno que después se manifiesta.Más allá del género

Simón es un apasionado por la lectura. Es un devorador de libros y una hemeroteca andante. Son su salida, su escapatoria, pero también su llave maestra. A través de ellos, ha logrado entender el mundo que lo rodea, aquel mundo hostil y salvaje en el que ha tenido que sobrevivir.

Su tesis de pregrado fue sobre el diario de una persona intersexual del siglo XIX que Michel Foucault encontró en una librería de París y en el que relata su vida antes de suicidarse por la situación de la época. Se llamaba Herculine Barbin.

Los médicos, el alcalde y las autoridades de ese momento se dieron cuenta de que era intersexual —la persona que presenta conjuntamente caracteres sexuales masculinos y femeninos— y le obligaron a dejar su vida como rectora de colegio y asumir una identidad masculina exiliado de su pueblo. Le marginalizaron, le dejaron a su suerte, sin dinero y sin trabajo, hasta el trágico final.


Simón Uribe Durán es uno de los activistas trans más importantes del país.

“No quería caer en lo mismo ni quiero morir”, dice Simón. “Para mí, esa historia fue el comienzo de la búsqueda de cómo hacerme un lugar en el mundo y no terminar como esta persona que la sociedad había asfixiado”.

En su vida, ha logrado poner sobre la mesa la discusión sobre el género. “A mí desde pequeño me trataron de imponer unos comportamientos, unos roles. Yo no lograba cumplir con esas expectativas, no me nacía lo que los demás decían que era tan natural. El problema está cuando todo se limita a la genitalidad y se traza desde ahí una línea directa con el género. Es una visión reducida reducida de la identidad, de la expresión de género”.

Y puntualiza: “Acá, la gente tiene en la cabeza la idea de que se quiere ‘convertir’ a los demás, pero lo cierto es que buscan convertir a todo el mundo en heterosexual y cisgénero. El deseo y la identidad va más allá de la cuadrícula o planilla por la que quieren que todos vivamos”.Mimetizarse en la sociedad

Simón duró ocho años tratando de ocultar la posibilidad de acceder a una terapia hormonal o física. “Tenía mucho miedo de lo que podría significar ser trans en un país como Colombia”. Y no es para menos. Ser transmasculino es un desafío en sociedades donde el machismo es protagonista.

Casi una década de incertidumbre, cuestionamientos internos y depresión, lo llevaron a cuestionarse. Si bien tenía éxito con sus parejas sentimentales, aún no se sentía a gusto con su expresión de género, con cómo se presentaba ante el mundo. Un día después de mucho dolor, de no tener lo más básico, la comodidad con uno mismo, decidió comenzar su transición con acompañamiento psicológico.

Por su parte, Jhonnatan inició su tratamiento cuando tenía 38 años. Dice que antes de hacerlo, siempre vivió como hombre y así se definió. “Tuve parejas, me vestía como tal y siempre me percaté de que nadie se percatara de que era trans”. Pero esto último —que le pasa a la gran mayoría para evitar conflictos externos— le desencadenó una serie de conflictos personales.

Nunca va a haber algo tan bello como esta identidad consciente, esta autonomía corporal

El primer paso, entonces, era cambiar los papeles. Un nombre puede ser la misma cárcel en vida para muchos. Algunos logran salir de ella, otros permanecen prisioneros durante años y años.

Gracias al decreto 1227 de 2015, en Colombia cualquier persona puede hacer el trámite para cambiar el componente de sexo en el Registro Civil de Nacimiento. Además, para ese trámite, se eliminó cualquier requisito adicional, como certificados clínicos de ‘disforia de género’ o de cirugías. Simón considera que es vital que cada quien pueda decir sobre su identidad y libre desarrollo.

Tiempo después, decidieron hacer la transición física. “Esto no es obligatorio. No todas las personas trans usan hormonas. No es necesario, como muchos han querido plantear, que se hagan cirugías o se sometan a tratamientos. Para las personas trans, lo importante es que cada quien explore y busque las maneras de sentirse mejor con su cuerpo y su identidad. Todas las experiencias de vida trans son diferentes”, explica Simón.

Ambos se practicaron una mastectomía, cirugía para extirpar el tejido mamario. A Jhonnatan, además, por malos procedimientos médicos en el pasado, le hicieron una histerectomía; es decir, la extracción del útero. “Mi cuerpo es mi testimonio de vida”.

También iniciaron un tratamiento hormonal con medicamentos, tras un acompañamiento con profesionales de la salud. Cabe aclarar que existen opciones naturales y que algunos optan por esa alternativa. Lo importante, dicen los expertos, es explorar las posibilidades de tratamientos a las que pueda acceder una persona trans de la mano de especialistas y bajo el consentimiento informado. Ellos enfatizan que es importante ser conscientes de que en la actualidad muchas personas trans se automedican por las negativas y la discriminación que encuentran en el sistema de salud.La violencia sistemática y correctiva

Las personas trans han sido víctimas de agresiones físicas y psicológicas. Pese a que la ley protege sus derechos humanos, lo cierto es que en la práctica todo se desdibuja.

Las personas que desean hacer el trámite se deben enfrentar a cuestionamientos y señalamientos. “Los prejuicios en los funcionarios, que parten de cada persona, hacen que eso que hemos ganado en lo macro, en la ley, no se traduzca como se debe en lo micro, a nuestra cotidianidad”, dice Simón.

Y es que varias de las personas que están asignadas a este tipo de procedimientos jurídicos no han sido capacitadas en temas de género y sexualidad, por lo que vulneran la integridad de quienes acuden a ellos buscando ayuda. A algunas, por ejemplo, las interrogan por su decisión e intentan persuadirlas para no hacerlo; una situación que agrede de forma tácita. Cada trámite se vuelve una lucha directa contra la transfobia.


Los hombres trans son invisibilizados en muchos espacios. Algunos han sido víctimas de agresiones por parte de agentes del Estado.

Pero en el sistema de salud también hay discriminación. La Corte Constitucional, a través de las sentencias T-918 de 2012 y T-771 de 2013, protegió el derecho de las personas trans a realizarse cirugías de reafirmación sexual y dio garantías para el acceso a atención médica. No obstante, la realidad es diferente. “A varias personas que han buscado hacerse tratamientos o cirugías, y que están incluidos en el Plan Obligatorio de Salud (POS), les han negado los procedimientos o les extienden los trámites. Muchos sabemos que para acceder a esos tratamientos tenemos que poner tutelas que tardan meses o años. Una amiga me expresó que se había vuelto abogada empírica para sacar adelante sus tratamientos”, explica Simón.

Ahora bien, en términos laborales, la transfobia es recurrente. Pocos logran ascender a altos cargos gerenciales, y muchos otros deben recurrir a otro tipo de trabajo, como el sexual. Según el Grupo de Acción y Apoyo a Personas Trans (GAAT), el 50 por ciento de los hombres trans son trabajadores sexuales.

En cuanto a la educación, no todos logran ser profesionales. El estudio ‘Línea base PPLGBT’ indica que solo el 14,29 por ciento de los hombres trans en Bogotá ha logrado acceder a la universidad. Es decir, nueve de cada diez no terminan sus estudios.

Esto se suma al miedo constante de transitar en la vía pública. Ser visible como una persona trans es peligroso en muchos contextos, pues hay una amplia historia de agresiones contra las personas que no se ven como las versiones estereotipadas de ser hombre o mujer. Entre las varias formas de violencia, hay una que se ha instaurado en contra de las personas trans: la ‘correctiva’, uno de los crímenes de odio más aberrantes.

A algunos hombres trans los agreden físicamente y los violan para reclamarles por su identidad de género y decirles que son mujeres. “Es una práctica con una motivación detrás para intentar ‘corregirlos’. Es una doble violencia”, argumenta Simón.


Tenía mucho miedo de lo que podría significar ser trans en un país como Colombia

Aunque suene paradójico, la calle no es la más segura para esta población. Pese a que ha sido el escenario de protestas y manifestaciones para reivindicar derechos, lo cierto es que, en la mayoría del tiempo, el temor se convierte en una constante.

La Comisión de la Verdad registró el caso de Adrián Nicolás, quien fue víctima de discriminaciones y hostigamientos. En noviembre de 2017, dos hombres lo amenazaron con un arma de fuego y lo agredieron con una muleta. La policía que atendió el caso no le quiso dar el número de cédula de los agresores para poner la denuncia.

Sobre la Fuerza Pública hay denuncias de colectivos y activistas por acción u omisión. El caso de Carlos Torres y el de Adrián Nicolás son solo algunos de los registrados. El lío radica en que, para varias personas trans, no hay seguridad ni confianza en las instituciones, y sienten miedo al ver a los agentes.


Toloposungo es un movimiento que nació a finales de 2020 en el marco del Paro Nacional. Luchan contra el abuso de la Fuerza Pública y la marginación por parte de agentes del Estado.

“Una vez, cinco años después de haber cambiado mis papeles, un policía me pidió en la calle mi identificación. Se la pasé, pero a él le apareció mi anterior nombre y me acusó de suplantación. Querían llevarme a una estación, mientras me hablaban en femenino. Me llené de miedo, recordé a Carlos y comencé a mostrar que conocía mis derechos como un hombre trans. Al darse cuenta de que estaba preparado y me estaba comunicando con mi red de apoyo, me dejó ir. Hubo mucha ansiedad, no sentía que mi vida estaría a salvo en custodia de esas personas”, cuenta Simón.

En este punto, también ha surgido el debate sobre la libreta militar. No tener ese documento en Colombia hace que varios hombres trans pierdan opciones de trabajo y académicas, y se vean obligados a mostrar de forma indigna y obligatoria sus tránsitos.

Sobre el espacio público también se han registrado denuncias de transfobia. En 2020, durante la emergencia sanitaria por la pandemia, se estableció la medida de ‘pico y género’ en Bogotá y varias ciudades del país. Joseph fue expulsado de un establecimiento comercial de manera violenta, pese a que se identificó y se reconoció como hombre.Ser padre trans

Pasa el torniquete de TransMilenio. Es un día más de protestas en Bogotá. Debe ir a mediar. Esa es su misión. Escucha y habla. A diario debe hacerlo. Termina su jornada. Regresa a casa. Abre la puerta y se encuentra con su hija.

Jhonnatan Espinosa vive con su hija de 25 años. El padre biológico no asumió la paternidad y él estaba saliendo con la madre de la pequeña. “Decidí hacerlo sin ningún problema. La amo con todo mi corazón”, dice.

Comparten varios momentos juntos. En la pandemia, aún más. “Me he encargado de criarla, orientarla y mostrarle que el mundo no se basa solo en dos colores. Ella es alguien muy amorosa y sentimental”.

Somos seres humanos, tan válidos como cualquiera y hacemos parte de sus comunidades

Jhonnatan cuenta que asumió el rol de ser papá con determinación. Siempre había querido tener hijos. “Es un milagro que estemos juntos y lo valoro. Ella sabe quién ha estado a su lado desde que era una bebé”, asegura.

No ha conversado con ella sobre el hecho de que es un hombre trans, aunque dice que no es necesario porque se ha dado cuenta del activismo que hace. “Doy entrevistas, hago conferencias, y muchas veces me ha tocado desde la casa. Ella me ha escuchado y sabe de lo que hablo. Sé que el día que se entere, me va a aceptar. Sé quién es ella y la calidad de ser humano que es”.‘Todos somos activistas’

Simón y Jhonnatan son dos de los hombres trans que han decidido contar sus historias de forma pública. Como ellos, otros se han arriesgado a hacerlo, aún sabiendo los riesgos que eso implica. Varias voces han sido calladas por amenazas y hostigamientos. Sin embargo, lo hacen para reivindicar los derechos de todas las otras personas. También lo hacen por la representación, porque ver a otros hombres trans y reconocerse en ellos, salva vidas, como lo enfatiza Jhonnatan.

“Todas las personas trans en esta vida somos activistas”, sigue Simón. “Nuestro activismo radica en mostrar que somos seres humanos, tan válidos como cualquiera y hacemos parte de sus comunidades. Somos sus hijos, colegas, compañeros, amores. Cuando uno se visibiliza, quizás pierde esa inmunidad del anonimato, pero logra continuar ese relevo de vidas trans. Como otros y otras me mostraron caminos posibles, yo quiero hacerlo para personas trans más jóvenes”.


En Colombia, el ‘Día del orgullo de la comunidad LGBTIQ’ se conmemora este lunes 28 de junio. Y la gran marcha #YoMarchoTrans, en Bogotá, será el viernes 16 de julio.

Ambos han plasmado sus testimonios en el libro gratuito ‘Travesías: memorias de personas transmasculinas en Bogotá’, dirigido por el escritor y poeta Giuseppe Caputo. Allí, cuentan detalles de sus vidas y de sus procesos, pero también de su lucha diaria y cómo han logrado redirigir los discursos de odio de los que han sido víctimas.

(Descargue aquí el libro gratuito 'Travesías')

En algo es enfático Simón y es que pese las agresiones constantes, no se puede caer en la victimización. “Sí, hay violencias, pero como dice Paul Preciado —un filósofo español trans y uno de sus principales referentes—: ‘nunca esa norma y sus violencias van a ser más fuertes que la vitalidad y gozo que vivo como hombre trans’. Muchos sabemos que esa violencia y esas dificultades están, pero no nos quedamos ahí. Hay una historia muy grande de resiliencia. Tuve mucho miedo, muchos años, pero me di cuenta de que esos fantasmas de los otros no valían la pena. Nunca va a haber algo tan bello como esta identidad consciente, esta autonomía corporal”.

Ser trans en Colombia es un desafío. Las historias de vida de cada una de las personas de esta comunidad son la muestra de la supervivencia en una sociedad que aún no acepta la diferencia. Hay avances, claro, pero sigue siendo un desafío diario. Los hechos hablan por sí mismos: la transfobia es una realidad en Colombia. Pero no debería ser permanente; se puede transformar.