domingo, 12 de febrero de 2017

Qué hacer para que los niños coman bien?

Una buena alimentación depende de los hábitos y las rutinas que el niño adquiera desde que nace.

Deje que el niño explore los alimentos, que coma despacio, se unte y los manipule. A los más grandes, permítales que sean autónomos.
Deje que el niño explore los alimentos, que coma despacio, se unte y los manipule. A los más grandes, permítales que sean autónomos.

La preocupación de los padres porque sus hijos no se alimentan adecuadamente es una constante en las consultas que reciben a diario los nutricionistas. Sin embargo, hay que evaluar conductas y hábitos que se crean desde que el niño nace, para que no existan problemas más adelante.

“Lo primero que hay que saber con respecto al apetito de los niños, es que varía de acuerdo con la edad”, asegura el nutricionista Rubén Ernesto Orjuela Agudelo. El experto explica que, por ejemplo, el recién nacido necesita alimentarse frecuentemente por la velocidad de crecimiento.

“Un bebé en sus primeros meses puede ingerir 8 a 12 y hasta más tomas de leche materna en un solo día, porque el mayor crecimiento de un niño se presenta durante sus dos primeros años de vida. Pero, el apetito disminuye a medida que el bebé crece. Cuando nace, mide alrededor de 50 cm y a los dos años más o menos 87, y cuadruplica su peso. Es decir, que un niño sano aumenta 37 centímetros y 9 kilos en ese período bajo condiciones adecuadas”.

Según Orjuela, alrededor de los 2 años empiezan los períodos de “supuesta inapetencia”, pues disminuye considerablemente la velocidad de crecimiento”.

Una etapa de cambios

“Precisamente es en esa etapa donde el niño deja la redondez de infancia, los cachetes, lo piernoncito, y cambia a una figura delgada y estilizada, porque empieza a adquirir altura. Eso, unido a los cambios en el apetito, se convierte en fuente de preocupación para los padres”, asegura Ana Marcela Gómez Medina, nutricionista y dietista de la Universidad Nacional y especialista en Infancia, Cultura y Desarrollo.

Para Gómez, debido a estos cambios, los padres entran en un estrés y en una angustia que se desencadena en un mal manejo de la alimentación de los niños.

Dos momentos claves

La lactancia y la alimentación complementaria son dos momentos importantes a la hora de detectar algún síntoma de inapetencia.

“Cuando la madre lacta a libre demanda, el mismo niño aprende a manejar la saciedad y el hambre, porque es un organismo nuevo, que trae en su instinto el comer solo lo que necesita”, asegura Gómez.

Por ello, es importante respetar esta etapa en los niños, para que se desarrollen su apetito y crecimiento normalmente. Posteriormente, “si se da una adecuada alimentación complementaria, balanceada y natural, de tal forma que al año el niño ya esté consumiendo lo mismo que la familia, se pueden prevenir muchos problemas de alimentación derivados del mal manejo de las comidas en esa edad”.

Según la experta, un niño al año ya puede comer de todo y en una consistencia normal. Sin embargo, los padres no le permiten untarse, explorar, oler o manipular sus alimentos para conocerlos. “Lamentablemente, al año se les sigue dando todo licuado o macerado, porque se cree que se van a atorar. Estas prácticas influyen en que luego, no disfrute ni quiera ingerir sus alimentos”.

Según Orjuela, “desde antes de la salida de los primeros dientes, el niño puede masticar cosas como arroz, frijoles, pollo desmechado y carne molida, porque sus encías son lo suficientemente fuertes. Pero, el nutricionista enfatiza, en que es importante que al pequeño se le permita comer con las manos.

Los niños primero exploran los alimentos con todos sus sentidos, los observan, los tocan, se untan, los huelen, los tiran a ver qué efecto tienen cuando caen al piso. Y, una vez le toman confianza a la comida, la consumen y luego aprenden a usar la cuchara”.

La consistencia

La consistencia se va haciendo más sólida a medida que el niño va creciendo. A los seis meses, son alimentos muy macerados, pero rápidamente, y con el paso de los días, tienen que ser cada vez más sólidos de tal forma que a los 10 meses el niño ya esté masticando alimentos cortados en trozos pequeños. “A los 10 meses es la ‘ventana crítica’, pues es el momento en el cual, si han aprendido a masticar, es muy probable que no vayan a tener dificultades o presentar inapetencia”, añade Orjuela.

Malos hábitos

Para Ana Marcela Gómez, cuando los niños llegan a la etapa preescolar y deben enfrentarse a una comida normal (consistente), no la consumen y sus padres se preocupan porque piensan que sus niños están presentando inapetencia. Pero la realidad es que ellos ya vienen de un proceso de malos hábitos. No la ingieren porque no está licuada o porque están acostumbrados a que sus padres o cuidadores les den la comida sin permitirles desarrollar su autonomía.

A esto, agrega el nutricionista Orjuela que una de las claves que da la Organización Mundial de la Salud, es el principio de ‘alimentación perceptiva’, que significa: alimentar a los más pequeños directamente permitiendo la exploración de los alimentos; alimentarlos despacio y pacientemente; permitirle autonomía a los más grandecitos, sin forzarlos; experimentar con diversas combinaciones, sabores, texturas; minimizar las distracciones durante las horas de las comidas, y recordar que los momentos de comer son periodos de aprendizaje y amor.

¿Qué hacer?

Para Gómez y Orjuela, los pasos por seguir, en caso de que se presente una inapetencia por malos hábitos, son sencillos, pero requieren de mucha paciencia y amor por parte de padres y cuidadores.

“Definitivamente, el autoritarismo o la recompensa y el chantaje, no van a hacer que el niño logre una alimentación por sí solo, ni se va a lograr que se supere la supuesta inapetencia que tiene y, en cambio, sí va a entrar en una serie de problemas, seguramente, de orden emocional”, añade Gómez.

Así mismo, para que un niño diga que definitivamente no le gusta un alimento, la regla es que ya se le haya ofrecido más de 14 veces, no seguidas, sino espaciadas y en distintas preparaciones.

Los alimentos deben ser naturales, se sirven de manera tranquila y se comparten en familia alrededor de la mesa. Niños y adultos comen los mismos alimentos, pero en diferentes cantidades. Al niño se le puede dar un tiempo prudencial de una hora para que se alimente, si comió poco o no consumió nada en su comida principal se debe esperar a la siguiente comida para ofrecer alimentos nuevamente. No se le recrimina, ni se le insiste, sencillamente debe ser que no tiene hambre y no hay que obligarlo.

Los padres y cuidadores no deben caer en desesperación porque pueden terminar dando productos de bajo aporte nutricional y altos en calorías como golosinas, paquetes o bebidas azucaradas, que agraven el problema y afecten la salud y el crecimiento del niño.

Los pequeños tienen unos días en que comen bastante, y otros en que casi no lo hacen y su organismo regula todo. Si al niño le permitimos expresar su sensación de hambre o saciedad respetando su autonomía y haciéndole ver que sus sentimientos cuentan, se fortalecerán los lazos de confianza con sus padres y cuidadores.

Cuando el menor come bajo presión
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Si padres o cuidadores caen en el error de hacerlos comer con chantajes, castigos o recompensas, por ejemplo: “come por tu mamá, come por tu papá, come por tu abuelita, esto es chantaje emocional”, según explican los especialistas.
Todas esas cosas hacen que el niño coma para agradar o coma para hacer sentir bien a otra persona, pero nunca haciendo caso a sus sensaciones de hambre. Eso puede llegar a ocasionar más adelante problemas como el sobrepeso, la obesidad o trastornos alimentarios del orden de la anorexia y la bulimia.

La comida, a veces, se convierte en una presión para el pequeño, pues siente que tiene toda la atención y el estrés de los padres encima.

Es claro que en el desarrollo y crecimiento hay distintas etapas, en unas comerá más que en otras, pero lo que sí se debe tener claro es que la comida en familia debe ser un momento agradable, en el que el menor pueda comprender la felicidad que significa alimentarse, que llegue a la mesa con agrado y no que piense que es un momento del martirio.

Hay que entender también que cada niño es distinto y que cada edad trae un apetito, por ello las cantidades deben ser las adecuadas en cada etapa. Frente a las texturas, hay que introducir distintos tipos de alimentos, paulatinamente, y, sobre todo, entender que comer es un placer que él aprende en casa.