domingo, 25 de agosto de 2019

Cómo enfrentar el costo sicológico de estudiar en el exterior

La inteligencia emocional, elemento clave ante el desafío que trae vivir en una cultura diferente. 


Buscar conexiones, bien sea en las mismas clases o en otros ámbitos , es clave para acoplarse a una cultura. Aislarse no es bueno. 

En los últimos tiempos, más y más colombianos han decidido migrar al exterior por motivos de educación superior. Según las cifras de Migración Colombia, el número de colombianos que viajan al extranjero para estudiar ha aumentado un 25,8 por ciento durante los últimos siete años. Para 2018, 84.002 colombianos dejaron el país para perseguir sus sueños educativos. 

Los motivos de este éxodo incluyen la búsqueda de nuevas oportunidades educativas y laborales, así como las posibilidades de viajar y tener intercambios culturales. Por ende, muchos colombianos se anteponen a algunas barreras de entrada, tales como el dominio del idioma Inglés, necesario para países como Estados Unidos, Canadá y en continentes como Europa y Oceanía.

Para el colombiano promedio es una hazaña lograr un nivel alto de este idioma angloparlante, dado que según cifras presentadas por Education First, el promedio de América Latina para el 2018 en el dominio del inglés es bajo y Colombia está en el último lugar de todos los países que tienen un nivel bajo. 

Sin embargo, muchos colombianos luego de prepararse y presentar exámenes internacionales de inglés, tales como IELTS y TOEFL, inclusive en varias oportunidades, logran pasar la prueba. Otros, se acercan al puntaje requerido, sin éxito, por lo que deben costear cursos preparatorios de Inglés antes de iniciar sus estudios superiores. 

Además, para países como Estados Unidos, los candidatos deben presentar más exámenes, tales como el GRE y el SAT; para los candidatos a MBA es necesario prepararse y aprobar la prueba GMAT.

A la barrera del Inglés y los exámenes, se suma el asunto financiero. Si bien, varios estudiantes colombianos reciben becas apalancadas por instituciones como Fullbright, Chevening, el Instituto Sueco, el Banco Santander, entre otras, la cifra es diminuta. 

Consecuentemente, no pocos estudiantes optan por sacar préstamos, bien sea subsidiados parcialmente por el gobierno (Icetex y Colfuturo), con bancos o directamente con las universidades extranjeras. Otros, inclusive, venden sus propiedades y gastan sus ahorros por ir en la búsqueda de un mejor futuro con el pretexto académico. Una porción de esa población se aferra también a la opción de trabajar las horas mínimas estipuladas como estudiantes internacionales para subvencionar gastos.

Muchos estudiantes logran convertir estos magnos esfuerzos en algo redituable para su porvenir. No obstante, se requiere un gran músculo, no sólo financiero e intelectual, sino también emocional. 

Una vez en el país extranjero, los colombianos se percatan que aprobar los exámenes y obtener la financiación de los programas seleccionados era sólo la punta del iceberg, pues en ese momento deben enfrentar desafíos tales como la competitividad de sus compañeros; la necesidad de estudiar y vivir dominando una o dos lenguas extranjeras; la realidad de las estaciones climáticas, que pueden incluir inviernos prolongados (el caso de los países nórdicos); posibles rechazos por ser los únicos latinoamericanos en la institución educativa; lograr el acople a la gastronomía local y los hábitos sociales y culturales, e ineludiblemente, la añoranza del país natal. Testimonios que dan una idea de lo que pasa **

Diego Vega, quien estudia un MBA en la Universidad de Durham, en Reino Unido, gracias a una beca de 5,000 euros de esa institución, asegura que en el norte de Inglaterra es casi imposible encontrar otros latinos y que el 80 por ciento de los estudiantes de su posgrado son asiáticos, particularmente chinos. Esto significó para él un gran choque cultural y estrés, pues debía acoplarse a las culturas británica y china al mismo tiempo. “Aunque la educación es de primera clase y se puede percibir la alta calidad, como colombiano, encuentro muy difícil tan solo pensar en la posibilidad de radicarme acá luego del MBA, pues no me he acoplado ni a la cultura fría ni a la gastronomía. Además, el clima es realmente malo: frío, nublado y con mucho viento.”

María Montaña, estudiante de maestria en la Universidad de Lund, Suecia, en el área de Desarrollo Internacional y Administración, cuenta que la mayoría de sus compañeros provienen de países nórdicos como Finlandia, Noruega y Suecia. El nivel de inglés de ellos es altísimo y su desenvolvimiento en las clases es bastante elocuente. “No sólo me debo enfocar en el contenido de las clases sino en el refinamiento de la segunda lengua -dice-. Esto me ha causado ansiedad y estrés, dado que el nivel es muy competitivo. Adicionalmente, mis pares son más estructurados y esquemáticos, y eso me ha costado, pues reconozco que la manera de pensar de los colombianos es muy diferente”. Asegura que su estado de ánimo también se ha visto afectado por la oscuridad del invierno e inclusive llegó a padecer insomnio. “Llegaba de noche a las clases (siendo de día) y al salir de la universidad, el cielo seguía estando oscuro”, recuerda.

Laura Corredor, estudiante boyacense de la maestría en Ciencia Alimentaria en la Universidad de Lille, Francia, asegura que sus niveles de ansiedad y estrés han subido desde que empezó sus estudios superiores en esa ciudad. Aunque su programa es en inglés y le agrada el tema de estudio, ha tenido que aprender francés forzadamente desde cero, para desenvolverse en las labores cotidianas, como ir al supermercado, al médico o al banco. Como consecuencia, ha experimentado el aislamiento como mecanismo de protección. “Creo que es una manera de no enfrentar aquello que me genera impotencia y aquellas circunstancias que me obligan a usar el francés para comunicarme”, dice. Por lo mismo, los sentimientos de añoranza a su familia y a su idioma madre han aflorado.

Ana Cárdenas, estudiante de la Maestría en Recursos Humanos y Administración Internacional en la Universidad de Strathclyde, Escocia, no obtuvo becas para apalancar sus estudios, por lo que recurrió a vender su carro y sacó préstamos con el Icetex y con la misma universidad. Por esto, decidió trabajar las 20 horas semanales permitidas en una cafetería local, para así mismo poder pagar su manutención. “Es muy agotador tener tan poco tiempo para descansar -dice-. Cuando no estás en clases, estás trabajando”. 

Carlos Cardona, ingeniero químico y ambiental andino, hace una maestría en Energías Renovables en la Universidad de Monash, Australia. Trabaja en un restaurante egipcio para sufragar los altos gastos de manutención en Melbourne. Cardona también testifica que el primer choque que vivió allí fue multicultural. Pensaba que al llegar se encontraría con australianos, pero se en realidad se topó con una alta población asiática. Su segundo choque fue enfrentar una cultura más parca y llena de frialdad, que para un latino, dado al contacto físico y a la calidez en el trato, resulta algo fuerte. ¿Qué aconsejan los expertos?

Dadas estas variables que se pueden dar al momento de cursar estudios superiores en el exterior, el psicólogo Alejandro Ochoa, quien estudio su maestría en Consejería Psicológica en la Universidad de Monash, aconseja que antes de partir a otro país se debe adquirir conciencia de la existencia del mundo emocional, que es equiparable al mundo físico o intelectual. Una falla emocional eventualmente desencadenará una falla mental e, inclusive, física. 

En cuanto a la frustración y ansiedad por tener que manejar una segunda y hasta una tercera lengua, Ochoa aconseja a los estudiantes enfrentar el miedo de cometer errores, dado que esto hace parte del aprendizaje. “Los estudiantes no tienen por qué saber todos los modismos ni las jergas -dice-. Por ende, deben entablar conversaciones sin miedo y no se pueden privar de la comunicación. El aislamiento, definitivamente, no es la solución. Hay que darle paso a la comunicación, pues ahí se transportan las ideas y las emociones también”.

La neuróloga Mejive Majjul considera que es imperativo llegar a un programa de maestría con el nivel intermedio del idioma en el que se va a estudiar, pues el ser humano es comunicativo por antonomasia. De lo contrario, se somete al ser humano a una gran presión, que afecta a cualquier individuo. Sin importar el temperamento, esto puede desencadenar ansiedad, aislamiento y depresión. Cinco recomendaciones específicas

Para evitar alimentar este caldo de cultivo y tomar medidas correctivas a tiempo, el psicólogo Alejandro Ochoa hace las siguientes recomendaciones:

1. Encontrar orden dentro del caos. Una vez se llega al nuevo destino, hacer una lista de prioridades. Encontrar algo que se pueda llamar hogar (no andar de hostal en hostal o de sofá en sofá), de modo que se logre tranquilidad y estabilidad. Luego, ubicar el campus y los salones en donde tendrá clases. Si el estudiante también va a trabajar, identificar su trabajo rápido y tener las condicionales laborales claras. Adicionalmente, ubicar lugares básicos tales como supermercados, bancos y estaciones de transporte.

2. Hablar y buscar apoyo profesional. Lo que más causa depresión es no hablar. Las universidades extranjeras ofrecen servicio de psicólogo y consejería para recibir apoyo terapéutico. “Los latinos no estamos dados a esto, pues creemos que quien va al psicólogo es porque está loco; acudimos más amigos y a distraernos. En el exterior, los amigos son pocos, así que esta es una opción práctica y rápida. Nadie te va a juzgar y tienes profesionales que te pueden escuchar”.

3. Aventurarse a generar conexiones. Conocer nuevas culturas y nuevas personas, es decir, salir de la zona de confort. Buscar conexiones, bien sea en las mismas clases o en clubes deportivos u otros círculos de participación. La gran cura ante la ansiedad y la depresión es generar conexiones. Muchos, aunque no hablen, están experimentando soledad también.

4. Valorar a la familia en Colombia. Llamar y estar conectado con la familia y amigos en Colombia siempre ayuda al estado de ánimo. Saber que uno no está realmente solo es gratificante. Además, escuchar a los familiares y saber que ellos también están pasando retos y desafíos da una visión más generosa y menos egoísta.

5. Hacer deporte. Libera endorfinas y hace que se segregue dopamina, el neurotransmisor de la felicidad. En suma, reduce los niveles de cortisol, la hormona que se libera como respuesta al estrés.