Hay una pregunta que, a veces, me ronda en las noches mientras dejo el celular a un lado y miro el techo tratando de encontrarme conmigo mismo: ¿quién seríamos sin internet?
Nosotros, los que nacimos a partir de 1995, no conocimos un mundo sin conexión. El sonido de un módem antiguo, las primeras fotos pixeladas, los chats interminables y luego los smartphones en nuestras manos desde antes de tener claridad total de quiénes éramos. Somos la generación que creció viendo videos de YouTube en lugar de esperar a que el canal de televisión pasara algo bueno. Somos la generación que aprendió que un “like” podía significar aprobación… o que su ausencia podía doler más de lo que debería.
Cuando leí el reciente estudio publicado por La República sobre qué hacemos los de la Generación Z en internet, me sentí reflejado. No porque fuera novedad, sino porque puso números a algo que vivimos cada día sin pensarlo: consumimos videos, usamos redes sociales como si fueran una extensión de nuestros sentidos, compramos en línea, nos informamos a través de plataformas donde antes solo buscábamos memes.
YouTube es nuestro reino, dicen las estadísticas. 93% de nosotros hemos entrado alguna vez, y yo diría que más de la mitad entramos cada día. No solo para ver tutoriales o música, también para aprender, para inspirarnos, para escapar. Instagram, TikTok, Snapchat, Facebook, son parte de nuestra cotidianidad, como las conversaciones de pasillo lo fueron para generaciones pasadas.
Pero me pregunto… ¿en qué momento dejamos de usar internet para vivir y empezamos a vivir para el internet?
Hoy pareciera que cada cosa que hacemos necesita ser documentada, compartida, validada. Como si la vida no tuviera valor si no acumula vistas o reacciones. A veces siento que estamos perdiendo un poco de esa magia de vivir solo para nosotros mismos, de saborear momentos sin la necesidad de publicarlos.
Esta reflexión no es una crítica amarga. Al contrario, es una invitación a tomar conciencia. Porque también es verdad que jamás en la historia tuvimos acceso tan fácil a la información, a la posibilidad de emprender, de conectarnos con personas que piensan diferente, de expandir nuestra visión del mundo. Y eso, si lo sabemos usar, es un regalo brutal.
He visto cómo muchos de mi generación crean contenido que inspira, que enseña, que transforma. Cómo redes como TikTok dejaron de ser solo bailecitos para volverse también espacios de debate, de denuncia social, de creatividad pura. En mi propio espacio, en mi blog, he tratado de ser parte de esa corriente que no solo fluye con la marea, sino que busca aportar algo real.
Vivimos en una paradoja hermosa y complicada. Tenemos toda la tecnología del mundo al alcance de un clic, pero nos sentimos solos muchas veces. Podemos hablar con alguien al otro lado del planeta en segundos, pero a veces no sabemos cómo decirle “te quiero” a quien tenemos al frente.
Somos la generación de la inmediatez, pero también tenemos hambre de profundidad. Queremos todo rápido, pero, en el fondo, ansiamos relaciones que duren, proyectos que signifiquen, vidas que valgan.
No somos solo memes y trends. También somos los que leen libros digitales, los que aprenden de finanzas en TikTok, los que descubren espiritualidad real en canales de YouTube, los que se preguntan si este mundo que heredamos puede cambiarse si nosotros cambiamos primero.
Por eso creo que cada vez es más urgente hacer una pausa y preguntarnos: ¿cómo estamos usando la red? ¿Estamos consumiendo contenido que nos construya o solo nos distraemos de nosotros mismos?
En blogs como Mensajes Sabatinos o en espacios de espiritualidad como Amigo de Ese Ser Supremo, he encontrado recordatorios de que no todo debe ser tan inmediato, que a veces vale más un instante de silencio real que cien publicaciones virales.
Hoy sé que YouTube, TikTok, Instagram, no son el problema. La clave es cómo los usamos. Si los usamos para expandirnos o para escondernos. Si los usamos para compartir vida o para consumir vacío.
A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.
Y en esa verdad, internet puede ser una herramienta maravillosa, o una prisión invisible. La elección, como todo lo importante en esta vida, es profundamente personal.
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