martes, 27 de mayo de 2025

La economía del motico… y las cosas que no deberían valer solo lo que cuestan



Nunca se me va a olvidar esa vez que en una esquina cualquiera de Manizales, un señor se me acercó con una sonrisa enorme y me dijo: “Parce, ¿me ayuda con algo para el bus? Lo que tenga, así sea un motico”. Y lo dijo tan tranquilo, tan liviano, que por un segundo hasta se me olvidó que estaba pidiendo. Era como si me estuviera ofreciendo algo. Y es que en Colombia, “motico” no es solo una moneda pequeña, es una forma de decir “esto es poco… pero no insignificante”.

Desde ahí me quedó dando vueltas la idea de la “economía del motico”, como la llamó Néstor Santos en su artículo. Porque en el fondo, ese concepto dice mucho más de nosotros que cualquier indicador macroeconómico. Habla de nuestra cultura del “rebúscate”, del “deme lo que tenga”, del “todo suma”. Pero también —y aquí es donde quiero detenerme— habla de algo que a veces se nos olvida: que le ponemos precio a todo… pero valor a casi nada.

No sé si te ha pasado, pero hay momentos donde uno se da cuenta de que todo lo importante en la vida no tiene etiqueta de precio. El abrazo de alguien que te entiende sin decir nada. La risa tonta con un amigo cuando más lo necesitabas. El consejo inesperado de una señora en una fila del banco. Un atardecer viendo el cielo naranja con música de fondo. Esos momentos no cuestan, pero valen. Y eso, justamente, es lo que la economía del motico no alcanza a cubrir.

Porque cuando el “motico” se vuelve la regla, también empezamos a reducir el valor de todo. Le damos una moneda al artista callejero que nos conmovió… y seguimos como si nada. Regateamos al campesino por sus verduras, pero pagamos sin mirar una bebida de marca en un centro comercial. Le ofrecemos “lo que haya” al reciclador, pero pagamos a precio completo por servicios que muchas veces no necesitamos. ¿Y si empezáramos a mirar más allá del costo?

Creo que el gran problema de fondo es que confundimos precio con merecimiento. Y eso nos ha llevado a normalizar desigualdades que duelen. A justificar que alguien viva del “motico” mientras otros sobran lujo y ostentación. Nos da tranquilidad pensar que “al menos le di algo”, como si el gesto resolviera el fondo. Pero en el fondo… ¿qué estamos reforzando? ¿Un sistema que sobrevive con parches, o una humanidad que se transforma desde el reconocimiento verdadero?

Yo he sido testigo de eso en mi propia familia, en los negocios que hemos impulsado desde lo pequeño y lo cotidiano. He visto lo que significa que te paguen tarde, que no valoren tu tiempo, que te digan “eso es fácil, eso no vale tanto”. Y también he visto lo contrario: personas que reconocen, que valoran, que entienden que no se trata solo de pagar, sino de honrar el intercambio. En eso hemos trabajado con proyectos como los que compartimos en Mi Contabilidad, tratando de llevar orden, pero también justicia a la economía de los de a pie.

Hay una frase que leí en uno de los escritos de Bienvenido a mi blog (https://juliocmd.blogspot.com/) que me quedó grabada: “El valor de algo no siempre se mide en ceros… sino en el eco que deja en otros.” Y creo que eso también aplica para lo económico. Porque lo que no se valora, se desgasta. Y si seguimos viviendo en una lógica de “moticos”, corremos el riesgo de que hasta la dignidad se vuelva regateable.

Pero ojo, que no se me malinterprete. Yo no estoy en contra de los “moticos”. A veces eso es todo lo que se tiene. Y ahí también hay belleza. El problema es cuando se vuelve la excusa para no reconocer al otro. Cuando se vuelve el estándar. Cuando dejamos de preguntarnos cuánto vale realmente el trabajo, la palabra, el tiempo, la historia de alguien.

Me emociona mucho cuando veo a jóvenes que están reinventando la economía desde otros lugares. Desde la colaboración, el trueque, el intercambio justo, la tecnología con conciencia. Desde lo que algunos llaman “economía del cuidado”, y otros llaman simplemente “ser buena gente”. Y creo que ahí hay algo poderoso: que no necesitamos ser economistas para transformar la economía. Solo necesitamos volver a mirar con ojos humanos lo que hemos convertido en simple transacción.

Hay una escena muy sencilla que viví hace poco y que quiero compartir para cerrar. Estaba en la calle, con un amigo, y vimos a un joven que vendía chocolates. Nos ofreció uno por $1.000. Mi amigo le compró tres, le pagó $10.000 y le dijo: “Quédese con el cambio”. El joven sonrió, le dio uno más, y dijo: “Este se lo regalo por valorar lo que hago”. Y yo pensé: eso es economía expandida. Eso es cuando el dinero deja de ser solo intercambio y se convierte en reconocimiento. En gratitud. En gesto humano.

Entonces, si has llegado hasta aquí leyendo, solo quiero dejarte esta pregunta:
¿En qué parte de tu vida estás funcionando solo con moticos?
¿Dónde podrías empezar a reconocer el valor real de lo que das y de lo que recibes?
Porque si hay algo que nos ha enseñado esta época de cambio, es que todo puede ser replanteado… incluso lo que creíamos incuestionable como el precio de las cosas.

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— Juan Manuel Moreno Ocampo
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