Desde que soy pequeño, los perros han sido parte de mi vida. No recuerdo una sola etapa en la que no haya estado acompañado por su lealtad incondicional, su mirada limpia, su amor que no exige nada. Cuando pienso en ellos, pienso en esa palabra que a veces parece estar en vía de extinción: confianza.
Hace unos días, mientras leía un artículo sobre las enfermedades que se pueden transmitir a través de la saliva de un perro, sentí una mezcla de sorpresa y reflexión. Claro, uno siempre escucha que hay que tener cuidado, que hay bacterias y virus que pueden afectarnos, que la ternura de un lamido también puede tener sus riesgos. Y la ciencia, como siempre, tiene razón. Existen enfermedades como la rabia, infecciones bacterianas como la capnocytophaga, e incluso algunas zoonosis parasitarias que pueden transmitirse si no hay un adecuado control de la salud del animal.
Pero más allá de lo evidente, ese artículo me dejó pensando en algo más grande: ¿qué tanto cuidamos realmente aquello que amamos? ¿Qué tanto entendemos que el amor, la confianza y el cuidado no son opuestos, sino que se necesitan mutuamente?
Crecí en un hogar donde aprendí que amar también es proteger. No proteger desde el miedo o la paranoia, sino desde la conciencia. Por eso, tener un perro, para mí, nunca ha sido solo tener una "mascota"; es asumir una responsabilidad sagrada. Es saber que su bienestar depende de mí tanto como mi bienestar emocional se ha visto tocado por ellos.
Hoy en día, cuando muchos luchamos por mantener la fe en el mundo, cuando desconfiamos hasta del saludo en la calle, tal vez deberíamos observar más a los animales. Ellos confían, pero también sienten cuando algo no está bien. Nos enseñan a no dudar del cariño, pero sí a estar atentos.
Y no se trata de vivir con miedo. Se trata de vivir despiertos.
Así como no deberíamos acercarnos a un perro callejero sin antes asegurarnos de que esté sano o que no esté asustado, tampoco deberíamos abrir del todo el corazón a realidades o personas que, en su dolor o descuido, podrían lastimarnos. No por desconfianza radical, sino por amor propio consciente.
Y esto me lleva a algo que a menudo compartimos en Amigo de Ese Ser Supremo: la vida es un acto de equilibrio constante entre fe y discernimiento. Amar no es volverse ciego; es ver con más profundidad. Confiar no es ignorar el riesgo; es reconocerlo y actuar con sabiduría.
¿Sabías que la mayor parte de las enfermedades transmitidas por saliva canina se pueden prevenir simplemente vacunando a nuestros perros, llevándolos a chequeos veterinarios regulares y practicando una higiene básica? ¡Así de sencillo! Y sin embargo, muchos prefieren pensar "eso nunca me va a pasar" y actúan como si el amor bastara por sí solo.
Pero el amor necesita conciencia para ser verdadero.
Lo mismo pasa en la vida: amar un proyecto no significa no planearlo. Amar a una persona no significa no cuidar tus límites. Amar tu propio futuro no significa no preguntarte cuáles riesgos deberías estar atendiendo ahora.
Como suelo reflexionar en Mensajes Sabatinos, a veces las señales que nos da la vida son como esos pequeños lamidos: gestos tiernos que también contienen lecciones ocultas. Aprender a ver más allá de lo evidente es un arte que se cultiva día a día, con pequeños actos de presencia.
Pero también, y sobre todo, podemos vivir mejor si entendemos que amar no es ignorar los riesgos, sino abrazarlos con responsabilidad.
Así como en Bienvenido a mi Blog he compartido sobre el poder de la fe consciente, quiero recordarlo hoy aquí: cada acto de cuidado es también un acto de amor. Cada decisión de prevenir es también una manera de decir “quiero que estés bien”, “quiero estar bien contigo”, “quiero estar bien para lo que la vida tenga para dar”.
Y así, poco a poco, vamos tejiendo una confianza más madura. Una confianza que no niega las sombras, pero que tampoco deja que ellas opaquen la luz.
Hoy, al mirar a mi perro dormido a mis pies mientras escribo estas líneas, pienso en todo lo que él me ha enseñado sin decir una sola palabra. La confianza no es algo que damos una vez y ya. Es algo que construimos, que renovamos, que aprendemos a cuidar como el tesoro que es.
Así que, la próxima vez que un perro te lama la cara y sientas esa mezcla de alegría y ligera incomodidad, sonríe, limpia con cariño si es necesario, lleva a tu amigo peludo al veterinario si hace falta... y recuerda: confiar y cuidar no son enemigos. Son aliados.
Agendamiento: Whatsapp +57 310 450
7737
Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros
grupos
Grupo de WhatsApp: Unete a nuestro
Grupo
Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal
Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo
👉 “¿Quieres más tips como
este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario