Hace unos días me encontré con un artículo que hablaba de algo que, sinceramente, me dejó pensando más de lo que esperaba. Hablaba sobre los perros que en Egipto alguna vez fueron considerados sagrados, venerados como guardianes de templos, compañeros de dioses, y que hoy, lamentablemente, enfrentan la vida callejera, el abandono y el olvido.
Cuando leí eso, sentí una mezcla extraña de tristeza y de revelación. Porque ¿cántas veces no nos pasa lo mismo a nosotros, a nuestras ideas, a nuestros sueños, a nuestros propios valores? Algo que en algún momento fue sagrado en nuestra vida, de repente parece no importar. El respeto, la familia, la fe, la amistad, el propósito… Se van quedando como esos perros olvidados, vagando entre las calles del olvido y la indiferencia.
Mientras más leía sobre esos perros, más sentía que no estaba solo reflexionando sobre animales abandonados, sino sobre una sociedad que a veces olvida lo mejor de sí misma. En Egipto antiguo, los perros no solo tenían un valor funcional, sino espiritual. Se entendía que había una conexión sagrada entre los humanos y los animales, un respeto por la vida en todas sus formas. Hoy, en medio de tanta tecnología, de tantos avances, de tanta "civilización", a veces parecemos haber perdido justamente eso: el respeto profundo por la vida.
Me acordé también de algunas cosas que he escrito en mi blog Juan Manuel Moreno Ocampo, sobre cómo nuestra sociedad va corriendo de una meta a otra sin detenerse a mirar el corazón de las cosas. El corazón de lo que somos, de lo que compartimos, de lo que cuidamos. Como también lo reflexiono en Bienvenido a mi Blog, vivir con prisa sin conciencia nos está alejando de algo esencial.
A veces siento que los perros de Egipto son un espejo brutal de nuestra própia condición: veneramos lo que nos sirve, lo que nos da algo, pero ¿qué pasa cuando ya no lo necesitamos? Nos volvemos indiferentes, olvidamos. Lo hacemos con los animales, sí. Pero también lo hacemos con personas, con relaciones, con ideales.
En mi día a día, veo cómo muchos jóvenes (y adultos también) vivimos entre la presión de "ser alguien", de "lograr algo", de "mostrar éxitos" rápido. Y en ese camino, a veces pisoteamos cosas que deberían seguir siendo sagradas: la amistad verdadera, el respeto por nuestros padres, la búsqueda honesta de la fe, la compasión por el que tiene menos.
Todo esto me llevó a preguntarme: ¿Qué es hoy sagrado para mí? ¿Qué cosas debería seguir cuidando como un tesoro, aunque el mundo me grite que no importan?
Y la verdad, me di cuenta de que son cosas muy sencillas: la lealtad, la gratitud, la fe sencilla en que cada día es un regalo, la búsqueda de una vida que tenga sentido más allá de la apariencia.
Me conmovía pensar que quizá, como humanidad, necesitamos volver a honrar aquello que no nos da nada "productivo", pero que nos hace profundamente humanos: abrazar a un amigo, escuchar de verdad a alguien que sufre, detenernos a agradecer por estar vivos, cuidar de un animal callejero simplemente porque merece ser cuidado.
Leyendo todo esto, no podía evitar recordar también textos de Amigo de Ese Ser Supremo en el cual crees y confías, donde se habla de cómo la espiritualidad real no está en los grandes templos ni en las ceremonias espectaculares, sino en los actos pequeños, humildes, silenciosos, de amor real.
Y quizá sea eso lo que nos falta muchas veces. No grandes planes para cambiar el mundo, sino pequeños actos para no dejar que lo sagrado muera en nosotros. Tal vez no podamos rescatar a todos los perros olvidados de Egipto. Tal vez no podamos salvar todo lo que se ha perdido. Pero sí podemos, cada uno en nuestro metro cuadrado de vida, decidir vivir de forma que no olvidemos lo que importa de verdad.
Quizás es eso lo que necesitamos hoy: un poco más de memoria, un poco más de corazón, un poco más de compromiso con lo esencial. No porque sea rentable, no porque nos de likes, no porque sea tendencia. Sino porque nos recuerda que somos más que consumidores, que somos más que pasajeros apresurados. Somos guardianes de algo que, si dejamos morir, nos deja también vacíos por dentro.
Imagen sugerida: Una ilustración realista de un perro callejero caminando solo entre ruinas antiguas bajo un atardecer dorado. El perro, aunque parece frágil, lleva en su mirada una dignidad silenciosa. Colores cálidos, melancólicos pero esperanzadores.
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— Juan Manuel Moreno Ocampo “A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”
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