jueves, 8 de mayo de 2025

Cuando las montañas dejan de hablar

 


Desde que tengo memoria, he sentido una conexión especial con la naturaleza, aunque haya crecido en medio de ciudades llenas de ruido, pantallas y carreras contra el tiempo. Hay algo en los árboles, en el agua, en las montañas, que nos habla de una manera que las palabras humanas no logran replicar. Algo que late, que respira, que nos recuerda de dónde venimos y hacia dónde, inevitablemente, regresamos.

Esta semana, mientras leía un artículo sobre la alarmante escasez de nieve en el Himalaya, no pude evitar sentir una punzada de tristeza mezclada con esa incómoda sensación de urgencia que nos queda cuando sabemos que algo importante se está quebrando... y nosotros apenas lo estamos notando.

El Himalaya, ese techo del mundo, no es solo un ícono majestuoso que adorna libros de geografía o fondos de pantalla inspiradores. Es la fuente de vida para millones de personas en Asia. Ríos como el Ganges, el Mekong y el Yangtsé nacen de su hielo, llevando agua a ciudades, campos, familias enteras. Cuando la nieve desaparece, no solo pierde belleza el paisaje: se pone en jaque la existencia de comunidades completas, de culturas milenarias, de toda una red de vida que, aunque no la veamos, está profundamente entrelazada con la nuestra.

Me pregunté, mientras cerraba la noticia, ¿qué tan conscientes somos realmente de lo frágil que es todo?
Nos creemos invencibles desde nuestras ciudades blindadas de concreto y Wi-Fi. Nos creemos ajenos al dolor de montañas lejanas. Pero la verdad es otra: cada gota de agua que dejamos correr sin pensar, cada pedazo de plástico que tiramos sin culpa, cada industria que elegimos ignorar por comodidad, todo suma. Todo habla. Todo pesa.

En Mensajes Sabatinos, he reflexionado muchas veces sobre esa responsabilidad silenciosa que tenemos con el mundo que habitamos. No como una carga culpable, sino como una forma de amor genuino. Amar no es solo cuidar a quien nos abraza: es cuidar a quien nunca nos ha visto, a quien nunca nos podrá agradecer. Es cuidar esa montaña lejana cuya nieve jamás tocaremos, pero de la cual depende, en alguna cadena invisible, nuestra propia existencia.

Y es que el Himalaya no está tan lejos como creemos.

Vivimos en una época donde la información viaja más rápido que el agua que baja de las montañas. Sabemos lo que está pasando, vemos las imágenes, leemos los titulares... pero muchas veces nos anestesiamos. Como si entre saber y actuar existiera un abismo imposible de cruzar.

¿Será que nos acostumbramos demasiado al dolor ajeno?

¿Será que la belleza también puede morir de indiferencia?

Hoy quiero pensar que no. Hoy quiero rebelarme contra esa resignación silenciosa que a veces me gana cuando veo el mundo arder. Porque si algo he aprendido en mi familia, en las conversaciones compartidas en Amigo de Ese Ser Supremo, es que siempre, siempre, hay algo que podemos hacer. Aunque sea pequeño. Aunque parezca insignificante.

Reducir nuestro consumo irresponsable. Cuidar el agua como si fuera sagrada (porque lo es). Apoyar iniciativas de reforestación y conservación. Educar a otros desde el ejemplo y no solo desde las palabras. Elegir productos que respeten más a la Tierra. Levantar la voz cuando haya que hacerlo.

Tal vez una sola acción nuestra no derrita el hielo ni detenga el deshielo del Himalaya. Pero muchas acciones juntas sí pueden cambiar la historia.

En Bienvenido a mi Blog, he hablado de cómo a veces la esperanza no es un sentimiento, sino una decisión. Y creo que este es uno de esos momentos: donde no basta con sentir, sino que hay que elegir.

Elegir ser parte del cambio.

Elegir no mirar a otro lado.

Elegir cuidar, aun cuando nadie esté mirando.

El Himalaya está hablando. Sus nieves que retroceden son un grito silencioso, una súplica de ayuda que atraviesa océanos, lenguas y banderas. ¿Estamos dispuestos a escuchar? ¿O preferimos seguir haciendo como que nada pasa, hasta que el agua también nos falte a nosotros?

Hoy más que nunca entiendo que la espiritualidad no es solo rezar o meditar: es actuar en coherencia con el amor que decimos tener. Es honrar esa vida que nos sostiene cada mañana, aún cuando no la veamos.

Hoy, al escribir estas líneas, siento el peso hermoso y doloroso de estar vivo en un momento tan crítico de la historia. Y aunque a veces parezca que somos muy pequeños para cambiar algo, sé que nuestra voz, nuestras acciones, nuestras elecciones, suman.

Así que si alguna vez sientes que todo está perdido, mira hacia una montaña. Recuerda que, aún en el hielo que se derrite, hay una oportunidad: la de despertar, la de volver a empezar.


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— Juan Manuel Moreno Ocampo
"A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad."

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