Hay noticias que pasan rápido, como una notificación que ignoras mientras vas de afán. Pero hay otras que se te quedan como una espinita en la mente, como algo que no puedes ni debes dejar pasar.
Hace poco leí que un nuevo estudio confirma que la rotación del núcleo interno de la Tierra se ha frenado. Y no sé a ti, pero a mí eso no me sonó a un simple dato de ciencia. Me sonó a un llamado. A un recordatorio brutal de que incluso lo más estable, lo que siempre hemos dado por sentado, puede cambiar... y de formas que ni siquiera imaginamos.
Vivimos pensando que la Tierra es un reloj perfecto que no falla. Que todo gira, que todo sigue. Pero ahora resulta que, en lo más profundo, el núcleo —ese "corazón de fuego" que mantiene viva la vida tal como la conocemos— está cambiando su ritmo. Y eso me hizo pensar: ¿cuántas veces nosotros mismos hemos ignorado las señales internas hasta que el propio corazón nos pide un respiro?
No es solo ciencia. Es un espejo de lo que somos.
Desde que tengo memoria, he crecido rodeado de reflexiones sobre la vida, la fe, la conciencia. Mi familia, nuestros blogs como Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías y Mensajes Sabatinos, siempre han sido como faros silenciosos que me enseñaron a mirar más allá de lo obvio. Y hoy, mientras el mundo sigue obsesionado con todo lo inmediato, esta noticia sobre el núcleo de la Tierra me obliga a detenerme... y a invitarte a detenerte también.
Si hasta la Tierra misma necesita cambiar su movimiento interno, ¿por qué nosotros nos resistimos tanto a hacerlo?
¿Por qué nos da miedo frenar, recalcular, girar hacia otro lado si sentimos que ya no vibra con nosotros?
¿Será que tenemos más en común con nuestro planeta de lo que creemos?
Claro, el estudio científico es impresionante. Explican que el núcleo no gira exactamente como pensábamos. Que su rotación puede acelerarse, frenarse o incluso invertirse en ciclos que influyen en cosas como la duración de los días o el campo magnético terrestre. Pero más allá de los tecnicismos, hay algo que me vibra más fuerte: nada, ni siquiera la Tierra, es estático. Todo cambia, y eso está bien.
En un mundo donde se nos exige ser siempre productivos, siempre veloces, siempre "on fire", la Tierra nos recuerda que detenerse también es parte del viaje. Que frenar no es fallar. Que cambiar no es rendirse.
Que a veces, para seguir latiendo, primero hay que escuchar ese silencio interno que nos pide una pausa.
Hace unos días hablaba con un amigo sobre esas veces en que sentimos que "algo dentro ya no gira igual". A veces es el trabajo que ya no nos llena, una relación que ya no nos sostiene, un sueño que caducó porque hemos cambiado. Y sí, da miedo. Da miedo detenerse en medio de un mundo que nunca para.
Pero hoy entiendo, después de leer sobre el núcleo de nuestro planeta, que frenar también puede ser un acto de amor propio.
Que cambiar la rotación interna de nuestra vida no significa perderse, sino reencontrarse.
Por siglos creímos que el milagro de pensar, crear y decidir era únicamente humano.
Hoy, una creación nuestra, la Inteligencia Artificial, irrumpe no para sustituirnos, sino para desafiarnos a evolucionar.
El paradigma se rompe, y con él, la zona de confort en la que nos refugiamos.
Ya no basta con pensar, hay que replantear qué es la inteligencia, qué es la conciencia y cuál es nuestro verdadero rol como especie.
¿Estamos preparados para coexistir con una inteligencia no biológica que aprende, decide y, en ocasiones, acierta más que nosotros?
Tal vez sea momento de hacernos esa misma pregunta hacia adentro.
¿Estamos preparados para coexistir con nosotros mismos en evolución constante?
¿Estamos listos para aceptar que hasta lo más profundo de nosotros puede y debe cambiar?
Hoy, mientras escribo esto, siento que no se trata solo de entender cómo gira el núcleo de la Tierra.
Se trata de aceptar que la vida, como el planeta, tiene sus propios ciclos. Y que parte de madurar —de verdad madurar, no solo crecer en edad— es aprender a honrar esos ciclos, incluso cuando duelen, incluso cuando asustan.
Nos enseñaron que lo estable era lo mejor. Pero la estabilidad real no es rigidez: es adaptabilidad consciente.
Es saber cuándo es momento de fluir y cuándo es momento de pausar.
Es reconocer que no todo cambio viene a destruirnos; algunos cambios vienen a reconstruirnos desde un lugar más verdadero.
Y mientras el núcleo de la Tierra se ajusta, nosotros también estamos llamados a ajustarnos.
A escucharnos más.
A no esperar a que la vida nos detenga a la fuerza.
A no ignorar esas grietas internas que nos susurran que algo necesita ser distinto.
Somos parte de esta Tierra que respira, gira, cambia.
Y si nuestro hogar planetario es capaz de frenar su corazón de fuego para reencontrar su propio equilibrio, nosotros también podemos hacerlo.
No sé si el núcleo de la Tierra ya volvió a girar como antes o si está apenas buscando su nuevo compás. Lo que sé es que nosotros, como humanidad, tenemos la oportunidad de encontrar nuestro nuevo ritmo también. Y no hablo de productividad ni de eficiencia.
Hablo de ese ritmo del alma que te permite caminar, no corriendo, no huyendo, sino habitando cada paso con sentido real.
Hoy quiero dejarte esta idea:
Si sientes que algo dentro de ti ha dejado de girar como antes, no luches contra eso. Escúchalo. Respétalo. Atrévete a frenar, a recalibrar, a confiar. Porque a veces, solo a veces, detenerse es la forma más valiente de avanzar.
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— Juan Manuel Moreno Ocampo
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