Nunca pensé que escribiría sobre papas fritas y aditivos, pero acá estoy. Porque a veces lo más cotidiano es lo que más nos enseña. A veces el mundo no se acaba en las grandes noticias, sino en los silencios que normalizamos: el sabor ahumado artificial, el color perfecto de una bolsa de snacks, o ese “no pasa nada” que nos repetimos cuando sentimos que algo no está bien, pero lo ignoramos por costumbre.
La Unión Europea prohibió varios aditivos de “aroma ahumado” que se venían utilizando hace años en productos como papas fritas, salsas, carnes procesadas… y la noticia me cayó como un balde de realidad. ¿Por qué ahora? ¿Qué tanto de lo que consumimos está construido sobre “sabores simulados”? ¿Cuántas veces en mi vida he comido algo que no sabía que me hacía daño porque todo estaba diseñado para que no lo notara? Y, sobre todo, ¿cuántas cosas más –además de la comida– estamos tragando sin digerir, sin cuestionar, sin mirar más allá?
El problema, creo yo, va mucho más allá de los aditivos. El verdadero tema es cómo hemos aprendido a aceptar lo artificial como si fuera normal. Y no hablo solo de comida. Hablo de emociones fingidas en redes sociales, de relaciones que solo viven por WhatsApp, de vidas que parecen felices en Instagram pero se desmoronan fuera de cámara.
¿Será que ya nos acostumbramos a lo falso? ¿Será que el “aroma ahumado” de la vida –ese que engaña y disfraza– también está en nuestros discursos, en nuestras decisiones, en nuestros proyectos?
Yo tengo 21 años y no pretendo dar lecciones, pero sí hacer preguntas. Porque me crié entre conversaciones reales, de esas que duelen y transforman. He leído los blogs que mi papá escribió durante décadas (Bienvenido a mi blog, Mensajes sabatinos) y vi cómo él no escribía por fama, sino por verdad. En ese espíritu, siento que esta noticia sobre los aditivos no es solo para nutricionistas o abogados alimentarios. Es para todos. Porque si nos siguen vendiendo humo –y lo compramos sin protestar–, ¿cuándo vamos a despertar?
Hay algo profundamente humano en querer disfrutar una buena papa frita. Pero también hay algo profundamente manipulador en que esas papas estén llenas de químicos que alteran nuestras células, mientras las marcas nos prometen sabor, placer y experiencia. Nos han hecho creer que todo debe ser “intenso”: más crujiente, más sabroso, más impactante… y eso también se nos metió en la vida. Queremos amistades impactantes, relaciones explosivas, contenido viral. Pero, al final del día, lo que de verdad nutre es lo simple. Lo honesto. Lo que no necesita disfraz.
No quiero sonar alarmista, pero sí realista. Porque la misma Europa que lo permite durante años, ahora lo prohíbe. Porque los estudios que antes decían “seguro en pequeñas cantidades” ahora dicen “potencialmente cancerígeno”. Porque nos cambian el guión y esperamos el siguiente sin chistar. ¿Y si empezamos a cuestionar? ¿Y si aprendemos a leer las etiquetas no solo de lo que comemos, sino de lo que creemos, de lo que aceptamos, de lo que callamos?
Hay una palabra que me persigue últimamente: coherencia. ¿Estoy siendo coherente con lo que pienso, con lo que digo, con lo que consumo? ¿Estoy honrando mi cuerpo tanto como intento honrar mis pensamientos? Porque una cosa es tener ideas bonitas, y otra muy distinta es transformar esas ideas en hábitos que construyen vida.
Y sí, me da rabia. Porque detrás de cada aditivo prohibido hay empresas millonarias, hay intereses ocultos, hay gobiernos que hacen silencio hasta que ya no pueden más. Pero también me da esperanza. Porque si lo prohibieron, es porque alguien investigó, alguien alzó la voz, alguien no se quedó callado. Y esa es la lección más grande: cuando alguien se atreve a cuestionar lo que parecía intocable, algo cambia. Aunque sea lento. Aunque moleste.
Esta reflexión también conecta con lo que escribimos hace poco en el blog de Organización Todo En Uno, cuando hablábamos de sostenibilidad real. No se trata solo de sembrar un árbol o dejar de usar pitillos. Se trata de mirar el sistema y decir: esto no me representa, esto no es saludable, esto no lo quiero más. Y actuar. Desde donde puedas, con lo que tengas.
Yo no tengo todas las respuestas. Sigo comiendo papas, a veces. Sigo cayendo en lo fácil. Pero también aprendí a mirar diferente. A no comprar sin revisar. A no tragar sin pensar. Y ojalá este blog no se quede solo en eso: en palabras. Ojalá te sirva para pensar, para hablarlo con alguien, para mirar tu alacena y preguntarte si lo que hay ahí te construye o te enferma.
Porque lo que comes sin pensar… te consume sin avisar. Y no hay ley, ni etiqueta, ni influencer que pueda digerir por ti lo que tú decides dejar entrar a tu cuerpo, a tu mente, a tu vida.
Agendamiento: Whatsapp +57 310 450
7737
Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros
grupos
Grupo de WhatsApp: Unete a nuestro
Grupo
Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal
Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo
👉 “¿Quieres más tips como
este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario