Para el 2045 no habría materia prima suficiente para mantener la natural tendencia reproductiva.
Un sector del mundo científico está preocupado por la posibilidad de que la raza humana pueda extinguirse no por causa de un cataclismo –que es lo que se ha venido vaticinando–, sino por el poder depredador que el Homo sapiens ha venido ejerciendo sobre la naturaleza misma. Por ejemplo, el calentamiento terrestre, con sus lentos pero deletéreos efectos. Pero, ¡oh sorpresa!, otra posibilidad es que ese desastre catastrófico provenga de los testículos de los exponentes viriles de la especie humana, que cada vez producen menos espermatozoides; además, muchos de ellos de pobre calidad.
'Count Down' (Scribner, 2021) es un libro escrito por la médica epidemióloga norteamericana Shanna H. Swan en asocio de Stacey Colino. La doctora Swan es experta también en reproducción humana y labora en el Mount Sinai Medical Center de Nueva York. El libro cuenta que desde 1992 le han venido siguiendo la pista al comportamiento de los espermatozoides y los óvulos humanos, relacionándolo con el estilo de vida y la exposición a algunas sustancias químicas (“disruptores químicos endocrinos”), como las que se encuentran en plásticos, alimentos empacados, desodorantes en aerosol, cremas de afeitar, y hasta en el agua embotellada.
Por cálculos de la doctora Swan, si las cosas continúan como van, para el 2045 no habría materia prima suficiente para que la humanidad mantenga su natural tendencia reproductiva. Un varón de la época actual produce la mitad de los espermatozoides que producía su abuelo. Es decir, a partir de la segunda mitad del presente siglo será evidente el declive u ocaso de la especie humana. La humanidad se irá extinguiendo poco a poco por agotamiento de la batería de la fuente generadora. Sus predicciones parecen traídas de los cabellos, ¿verdad? Por eso han sido recibidas con escepticismo en sectores dedicados a la investigación científica. Para algunos, no pasan de ser simples especulaciones, con visos novelescos.
Sin yo ser una autoridad en la materia, sino un simple diletante en el campo de la reproducción humana, me coloco en una posición más bien dubitativa. Me pregunto: “¿Qué tal que la doctora Swan tenga razón? ¿Qué tal que su angustioso llamado no sea escuchado y la humanidad se encuentre al cabo de unos cuantos decenios frente a legiones de varones y mujeres infértiles y nuestra especie en vía de desaparecer?”.
Creo que los vaticinios de la inquieta investigadora no deben echarse en saco roto, sino que deben asumirse como una evidente amenaza. Por ejemplo, se me ocurre que la Organización Mundial de la Salud debería crear una Comisión Internacional de Sabios para que se ocupara de certificar la validez de tan preocupantes predicciones. De ser ciertas, entonces el mundo entero –como sucede con el covid-19– deberá hacer un frente común, ahora en defensa de los nobles óvulos y espermatozoides, gérmenes de la especie humana. No sería insólito que los acuciosos científicos descubrieran pronto una vacuna salvadora “antidisruptores químicos endocrinos”.
Por mi parte, consultando mi libro 'Ciencia y reproducción humana' (Editorial Universidad Nacional, 1991), voy a hacer un aporte desempolvando los antecedentes históricos del espermatozoide, ese personaje microscópico que hoy tiene en ascuas a los investigadores en reproducción humana y en demografía. Conocer su biografía permitirá hacerle un reconocimiento a la ímproba labor que ha venido cumpliendo desde cuando el hombre (Adán) y la mujer (Eva) aparecieron sobre la Tierra y, por designio divino, comenzaron a poblar el mundo. Creo que hay razones para que surja una cruzada mundial en su defensa.
Desde muy antiguo, el hombre ha cavilado acerca de la reproducción de las especies animales, en particular de la suya. El deseo instintivo del apareamiento, de la unión de los sexos, permitía deducir que para que se formara un nuevo ser era inexorable la participación tanto del macho como de la hembra. Pero ¿cuál era la real participación de aquel y de esta?; ¿qué cosas sucedían en la intimidad del organismo femenino?; ¿cómo era posible que de la cópula resultara un elemento humano más, tan maravillosamente bien formado y capaz, con el paso de los años, de reproducirse también?