Uno de las impresiones del Candelarhynchus halladas en las lozas del camino del monasterio.
Por 15 años los restos de un pez lagarto estuvieron ocultos a simple vista en un monasterio.
En el 2015, Rio Santiago Dolmetsch tenía 10 años y cómo suele pasar con niños y niñas a esa edad, la curiosidad es una característica natural. Junto a sus padres llegó a Villa de Leyva y puede que, también como es usual en la infancia, la mención de fósiles de animales antiguos —como los dinosaurios— fuera para él un atractivo poderoso, que lo llevó junto a su familia al Centro de Investigaciones Paleontológicas (CIP) de Villa de Leyva.
Mary Luz Parra, la directora de esta institución, dedicada a promover esta ciencia en el país, lo recuerda como un paleontólogo en miniatura muy inquieto, que se tomó al pie de la letra la premisa de nunca perder de vista el suelo, para no dejar pasar un descubrimiento que siempre puede estar a la vuelta de la esquina.
El pequeño científico tuvo solo un día de entrenamiento junto a los expertos del CIP: hizo su propia réplica de un fósil de amonita —esos moluscos que tanto se encuentran en esta región— y participó en la excavación de otros ejemplares sembrados por los miembros del centro de investigación para enseñarle a sus visitantes un poco del trabajo de campo.
No habíamos visto un pez similar en fósil, nos llamó mucho la atención
Al parecer, un solo día de formación sería suficiente para luego convertirlo en el artífice de un curioso descubrimiento científico. Rio, a sus 10 años, sería el responsable de hallar el primer registro para Colombia y el norte de Suramérica de un particular ejemplar de un extraño ‘pez-reptil’, pero él todavía no lo sabía. Después de su visita al CIP y de continuar su paseo por Boyacá con su familia, el niño siguió mirando al piso, como le habían enseñado, y reparó en un fósil que muchos habían literalmente pisado en el monasterio de la Candelaria, ubicado a unos 45 minutos de Villa de Leyva, en Ráquira.
En uno de los caminos empedrados del primer monasterio que los monjes Agustinos Recoletos fundaron en América en 1604, una de las lozas de piedra tenía estampado lo que parecía el esqueleto de un pez. Rio tomó una foto de lo que le pareció un bebé ictiosaurio —los grandes reptiles marinos cuyos fósiles había conocido recientemente en el CIP—, se la mostró a sus padres y juntos se la hicieron llegar a los investigadores, pero ni siquiera ellos sabían lo que el particular animal era ni tampoco cómo había llegado hasta ahí. “No habíamos visto un pez similar en fósil, nos llamó mucho la atención”, recuerda Parra.Desde una cantera
Como los expertos del CIP no tenían pistas sobre qué era ese animal que habían encontrado, la directora del centro de investigaciones de Villa de Leyva se puso en contacto con el paleontólogo colombiano Javier Luque, quien en aquel momento se encontraba realizando su doctorado en la Universidad de Alberta, en Canadá.
“Lo que sabía es que era de un grupo de peces óseos relativamente más modernos, pero quedé de consultarle a unas colegas. Le pregunté a mi amiga Oksana Vernygora, que es la autora líder del artículo, y a su profesora, Alison Murray”, recuerda Luque, coautor del estudio. A las expertas solo les bastó ver una imagen del fósil para saber que era algo que no se había visto hasta el momento en el norte de Suramérica.
Resulta que de estos peces con características de reptil solo se tenía registro, hasta ese momento, en países como Brasil, Israel, México, Estados Unidos e Inglaterra. Cómo habían llegado hasta está parte del planeta aun era un misterio. Como también lo era cómo había llegado a formar parte del empedrado de los monjes en Ráquira, a quienes los investigadores del CIP convencieron de colaborar con el estudio del fósil, explicándoles la importancia de la paleontología para el país y prometiéndoles dejar en perfecto estado los caminos.
Las pistas comenzaron a acumularse. La comisión de investigadores del CIP que visitó el monasterio se encontró con que el fósil, capturado en cámara por Rio, no era el único que había ido a parar al empedrado. En la loza donde estaba el pez, también había registro de amonitas y cangrejos del Cretácico que se han encontrado entras regiones de Colombia y de las que se sabe que vivieron hace unos 90 millones de años. A unos ocho metros de distancia, en el mismo camino, también estaba la contraparte del fósil del pez reptil.
Mary Luz Parra (izq) junto a investigadores del CIP y un sacerdote del monasterio de la Candelaria.
“Eso es muy importante porque en paleontología, además de tener un animalito completo, un cráneo o un hueso, cuando son impresiones, muchas veces la información que queda en un lado no queda en el otro, es casi como romperlo a la mitad. Es bueno tener las dos partes para hacer la reconstrucción”, explica Luque.
Luego descubrieron que, a inicios del 2000, los religiosos agustinos recoletos decidieron hacer una remodelación en sus caminos empedrados. “La gente que hizo el caminito nos recibió, hablamos con ellos, pero nos dijeron ‘nosotros pusimos las rocas pero no sabemos de dónde vienen, aunque sí los podemos contactar con quienes las sacaron de la montaña”, relata Luque.
Seguirle la pista a este pez convirtió a los paleontólogos en detectives. Quiénes participaron en la obra fue el rastro que tuvieron que seguir los investigadores del CIP y de la Universidad de Alberta, para dar con el origen del fósil de este pez que parecía tan fuera de lugar en medio de un monasterio del siglo XVII. Conocer las rocas de dónde había salido era fundamental para darle importancia científica al animal, reconstruir su historia, conocer el tiempo en el que había vivido y con quiénes, de lo contrario sería solo una roca más.
“Fuimos a la cantera y nos pusimos a martillar, empezamos a encontrar la mismas amonitas y los mismos cangrejos, decenas de ellos: ya teníamos certeza de que la roca con el pez sí vino de este lugar y sí era de la edad que creíamos —90 millones de años—. Fuimos armando el rompecabezas”, explica el paleontólogo Luque.Candelarhynchus padillai
Reconstrucción artística del ‘Candelarhynchus’. Se puede apreciar su cara alargada.
Una vez resuelto el misterio de dónde había salido el pez, les quedaba a los investigadores de la Universidad de Alberta y del CIP la tarea de descifrar ahora sí quién había sido. En Colombia, Vernygora, Murray y Luque estudiaron este espécimen en el CIP y lo reconocieron primero como un pariente de los peces lagarto, un grupo que vive hoy en día en Centro y Norteamérica y se llaman así por su gran parecido con lagartos como las iguanas: cara redonda, dientes pequeños y cuerpos cilíndricos, diferentes a los aplanados de los peces comunes.
Pero, aunque lo reconocieron como familiar, el pez del monasterio seguía siendo algo muy diferente. “En lugar de tener la cara redondita, como un lagarto, la tiene puntuda, como una agujeta. Por su particular apariencia fue bautizado con el nombre científico de Candelarihynchus padillai: una mezcla de Candelaria, por el lugar donde Rio lo encontró, rhynchus por nariz en griego y padillai, en homenaje al doctor Carlos Bernardo Padilla, uno de los fundadores del CIP.
Y, de nuevo, aunque se parece a las agujetas anatómicamente, tampoco tiene nada que ver con ellas. Candelarihynchus es un pez lagarto que en comparación con animales de la actualidad estaría más emparentado con las barracudas, peces carnívoros que hoy habitan en aguas profundas.
Luego de un estudio minucioso, los científicos confirmaron su primera impresión: este es el primer registro para Colombia de este grupo de peces, que se conocían en México, Brasil, África, Israel, Estados Unidos e Inglaterra. También descubrieron que vivía muy diferente a sus parientes actuales. “Los peces lagarto viven sobre el fondo oceánico en zonas someras, cerca a la linea de costa, y son predadores, este pez de la Candelaria no vivía en el fondo, de hecho lo hacia en la columna de agua y ese cuerpo alargado con la nariz puntuda nos dice mucho acerca de su forma de vida”, asegura Luque.
Nunca volvimos a saber nada de él. Como tenemos el club Guardianes de la Paleontología y él quería hacer parte, pensábamos que de pronto por las redes sociales nos iba a ubicar
De acuerdo con estos detalles particulares, los paleontólogos saben que seguramente fue un pez predador que comía otros peces pequeños —como crustáceos nadadores, moluscos o calamares— porque es un pez diseñado para cazar. Lo saben ahora porque la excelente preservación del fósil les permitió descifrarlo, ni la lluvia de los 15 años que estuvo en el camino del monasterio, ni las pisadas de religiosos y turistas lo dañó, permitiéndole contar su historia a la ciencia, la de un momento en que en Colombia comenzaban a surgir los animales modernos.
Lo que no consiguieron descifrar los expertos es qué pasó con Rio Santiago. Cuando publicaron los resultados de su estudio, en 2018, intentaron ponerse en contacto con él para hacerlo participe del hallazgo científico al que su curiosidad había dado origen. “Le perdimos el rastro, el dejó un correo electrónico con la gente del CIP y a través de ese correo tratamos de comunicarnos varias veces porque queríamos saber más de su experiencia, invitarlo a que fuera parte del trabajo en honor a su descubrimiento y queríamos entregarle una replica del fósil, con una copia de la publicación firmada por los autores”, recuerda Luque.
Parra, quien todavía guarda en la bandeja de entrada de su correo la evidencia de esas comunicaciones fallidas, se pregunta si de pronto habrá salido con sus padres del país. “Nunca volvimos a saber nada de él. Como nosotros tenemos el club Guardianes de la Paleontología, que son niños de cinco a 13 años, y él quería hacer parte, pensábamos que de pronto por las redes sociales nos iba a ubicar, pero no volvimos a tener contacto con él”, cuenta la experta que se encargó de la preparación del fósil para su estudio y de las replicas.
Precisamente una replica exacta, como la que le querían hacer llegar a Rio, hoy está en propiedad de los monjes Agustinos Recoletos. Mary Luz y Javier se los entregaron personalmente como una muestra de agradecimiento por haber permitido rescatar al Candelarihynchus. El original reposa en las instalaciones del CIP, a la espera de que Rio, quien hoy ya debe ser un adolescente de unos 17 años, en algún momento lo visite.