Imagínate a un gato persiguiendo a dos ratones. No es muy difícil, ¿verdad?
Los persiguió por toda la casa, de arriba abajo, con las zarpas listas para atacar.
Pero, por desgracia para el gato, los ratones fueron más rápidos y se refugiaron en un pequeño hueco que encontraron.
Por supuesto, sabrás que el gato no se iba a marchar de la zona sin su alimento, así que empezó a maullar.
Dentro del hueco, los dos ratones murmuran: «Ojo, ahí está el gato».
El maullido cesó, y empezó a sonar el ladrido de un perro por toda la estancia. Los ratones se relajaron al instante, porque era obvio lo que pasaba.
«Ha llegado un perro. Seguro que ha ahuyentado al gato. Aprovechemos ahora para correr hasta la ratonera».
Cuál fue su sorpresa cuando, al salir, dos garras relucientes los estaban esperando para darse un gran banquete.
Y mientras esto sucedió, el gato se relamió mientras decía:
—Hoy en día, el que no hable al menos dos idiomas, se muere de hambre.
Sería maravilloso que nuestro gato fuera capaz de hablar otros idiomas además del maullido, ¿verdad?
Que se convirtieran en Salem, el de la serie de Sabrina, y nos contara chistes o nos dijera exactamente lo que necesita para ser feliz.
Pero, por desgracia, los gatos no hablan nuestro idioma… pero sí empezaron a maullar únicamente para comunicarse con nosotros.
¿Y cómo se lo devolvemos? No haciendo nada para ayudarles a que se comuniquen.
El bienestar y la salud de tu gato depende de si eres capaz de hablar su idioma, de comprenderlo y tratarlo como de verdad le gusta.
Y, para ello, es importante comprender y fomentar el vínculo con tu gato.