miércoles, 4 de junio de 2025

Lo que no vemos, pero comemos: una conversación necesaria sobre la seguridad alimentaria

 


Hay cosas que no se notan a simple vista, pero que están ahí, afectándonos todos los días. Como el aire que respiramos, la calidad del agua que bebemos o lo que comemos. Y aunque muchas veces nos preocupamos por comer sano o evitar los excesos, pocas veces nos preguntamos si lo que consumimos realmente es seguro. No hablo solo del sabor o del empaque, hablo de la inocuidad alimentaria, esa palabra técnica que, traducida al lenguaje real, significa: ¿nos estamos envenenando sin darnos cuenta?

Cuando encontré el artículo de la Revista IAlimentos sobre inocuidad y seguridad en la industria alimentaria, no fue solo una lectura más. Me hizo recordar muchas cosas: el olor del mercado del barrio, los productos empacados sin fecha clara, las campañas de salubridad que a veces se sienten más como una obligación que como una convicción.

Y sobre todo, me hizo pensar en lo invisible. En eso que no vemos en una bandeja servida, pero que hace toda la diferencia entre un alimento que nutre y otro que daña.

La confianza no se empaca al vacío

Algo que he aprendido en estos 21 años es que la confianza no se exige, se construye. Y eso aplica también para lo que comemos. Vivimos en una época donde los alimentos se producen a gran escala, y donde lo “natural” muchas veces es solo una etiqueta bonita. Pero más allá del marketing, lo que debería importar es si lo que comemos respeta nuestra salud.

En ese sentido, la inocuidad alimentaria no es solo responsabilidad de las empresas grandes. También es una cuestión de ética. Como sociedad, deberíamos exigir más transparencia, más controles reales, más educación en todos los niveles. No solo porque es nuestro derecho, sino porque hay muchas vidas en juego. Desde niños que desarrollan alergias sin explicación, hasta adultos mayores cuya salud se ve comprometida por bacterias o sustancias mal manejadas.

Desde mi mirada, que mezcla lo espiritual, lo cotidiano y lo tecnológico, veo este tema como un acto de respeto. Respetar al consumidor, al agricultor, al cocinero. Y también respetar el alimento como algo sagrado, no como un simple producto de consumo masivo. Este tipo de respeto lo he encontrado reflejado en algunos contenidos de Bienvenido a mi blog y de Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías, donde se habla de lo esencial, de lo que da vida y de lo que no debe tomarse a la ligera.

La seguridad alimentaria no es un lujo, es un derecho

En Colombia, como en muchos países de América Latina, hay una brecha enorme entre lo que dicen las normas y lo que realmente pasa. Y eso lo sabemos los que caminamos las plazas de mercado, los que vemos cómo muchos alimentos se transportan en condiciones insalubres, o cómo algunos negocios manipulan los productos sin ninguna formación básica.

Y no, no se trata de señalar con el dedo. Se trata de construir. De formar. De transformar. Como lo plantea la Organización Empresarial Todo En Uno, hay que integrar tecnología, educación y conciencia para que las cosas cambien de verdad. Desde sensores de temperatura para evitar intoxicaciones hasta apps que informan al consumidor si un producto ha sido retirado del mercado por problemas de seguridad.

Pero también se trata de cultura. De entender que lavar bien las manos antes de cocinar no es exageración. Que revisar la fecha de caducidad no es paranoia. Que exigir claridad en los etiquetados no es molestar, sino protegernos.

De la gran industria a mi plato: el viaje silencioso de lo que comemos

A veces me pregunto cuántas personas han tocado un alimento antes de que llegue a mi plato. ¿Cuántas decisiones se tomaron? ¿Cuántos controles fallaron o cuántos protocolos sí se cumplieron?

Ese camino —de la semilla al plato— está lleno de oportunidades para hacer las cosas bien, pero también para hacerlas mal. Y por eso necesitamos más vigilancia, sí, pero sobre todo más conciencia. Que los empresarios entiendan que lo que producen no es un número en Excel. Es salud. Es vida. Y también que nosotros, los consumidores, no compremos por costumbre, sino con información.

He hablado de esto con amigos que estudian ingeniería de alimentos, nutrición o derecho. Y todos coincidimos en algo: hace falta más comunicación clara. No tecnicismos, no amenazas. Información útil, real, cercana. Que llegue al barrio, a la tienda, a las redes sociales. Que no se quede en los documentos que nadie lee.

¿Y si lo invisible se hiciera visible?

Imagínate que al abrir una aplicación, pudieras ver si el producto que estás comprando fue revisado por la autoridad sanitaria, si pasó pruebas microbiológicas, si está libre de contaminantes. Que el proceso fuera tan transparente como cuando revisas la trazabilidad de un paquete por internet.

Eso no está lejos. Ya hay empresas trabajando en blockchain para alimentos, en trazabilidad digital, en inteligencia artificial aplicada a la seguridad alimentaria. Desde TodoEnUno.NET he visto cómo estas soluciones empiezan a llegar a Colombia. Pero falta voluntad política, falta conciencia empresarial y falta presión ciudadana.

Y ahí entramos nosotros. Porque no se trata solo de comer sano, sino de comer seguro. Y eso es un acto de autocuidado y también de amor por quienes viven con nosotros.


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✒️ — Juan Manuel Moreno Ocampo
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