jueves, 26 de junio de 2025

La comida del futuro no solo alimenta: también aprende contigo



Hace unos años, cuando era niño, escuchaba a mis abuelos hablar de cómo cultivaban su comida, cómo sabían cuándo una fruta estaba lista solo por olerla, cómo el pan de la mañana era hecho en horno de leña. No era solo comida, era historia, cuidado, conexión. Hoy, al leer noticias como la que encontré en Revista IAlimentos sobre la inteligencia artificial en el mundo FoodTech, me pregunté algo que no pude ignorar: ¿puede una máquina entender todo eso?

Y no lo digo como quien se opone a la tecnología —sería absurdo viniendo de alguien que creció con una tablet en las manos y que estudia programación autodidacta en las noches. Lo digo como alguien que cree que la comida es más que un insumo, que el cuerpo es más que una máquina que consumir calorías, y que la inteligencia —artificial o humana— no puede olvidar el alma de lo que procesa.

El artículo plantea algo poderoso: cómo la IA está revolucionando todo lo que comemos, desde el diseño de productos alimenticios hasta la predicción de demanda y la trazabilidad. En otras palabras, algoritmos que aprenden de nuestros hábitos para ofrecernos una alimentación más precisa, más eficiente, más segura. Y claro, suena increíble. Porque sí, necesitamos eso. Con el cambio climático, la sobrepoblación, la industria cada vez más deshumanizada y el hambre creciendo, la tecnología no es un lujo. Es una herramienta urgente.

Pero también necesitamos preguntarnos: ¿estamos enseñando a la IA a alimentar cuerpos o a nutrir vidas?

No es lo mismo. Y lo aprendí no solo leyendo sobre FoodTech, sino escuchando las conversaciones reales de mi familia. Ver cómo mi mamá prepara los alimentos mientras canta, cómo mi papá mira las etiquetas buscando lo menos procesado posible, cómo en mi casa se reza antes de comer. Ahí entendí que la comida no se trata solo de lo que entra por la boca, sino de todo lo que construye alrededor: vínculos, memoria, salud mental, gratitud.

Entonces, claro que celebro los avances de empresas que usan IA para evitar desperdicios o desarrollar proteínas vegetales más sostenibles. Pero también me preocupa que nos estemos quedando con la superficie de la tecnología: que sepamos cómo hacer que una hamburguesa vegetal sepa igual que una de res, pero no sepamos cómo sentarnos a la mesa sin mirar el celular. Que podamos rastrear desde un chip el origen del tomate, pero no sepamos mirar a los ojos al agricultor que lo cultivó.

Porque a veces, lo más tecnológico no es lo más humano.

Hace poco escribí algo en mi blog personal sobre cómo vivimos una contradicción permanente: queremos un mundo más conectado pero cada vez estamos más solos. Y creo que eso también se aplica al FoodTech. Estamos conectando datos, sí. Pero ¿nos estamos conectando entre nosotros?

Imagino un futuro donde, por ejemplo, un algoritmo pueda sugerirte no solo qué debes comer para estar más sano, sino también con quién compartirlo. Donde la IA no se limite a optimizar cadenas de producción, sino que entienda las emociones detrás de la comida: el dolor de una madre que perdió su cosecha, la esperanza de un niño que recibe por primera vez un plato balanceado, la alegría de una receta ancestral que sobrevive en la voz de una abuela. Ese sería un avance de verdad.

Y claro, este tipo de reflexión no lo vas a encontrar en un laboratorio. Lo aprendí en las calles, en los almuerzos familiares, en las discusiones con mis amigos sobre veganismo y consumo consciente. Lo reforcé leyendo entradas como esta de Mensajes Sabatinos que nos recuerdan la espiritualidad cotidiana. Porque incluso comer puede ser un acto sagrado. No místico ni religioso. Sagrado en el sentido más profundo: darle al cuerpo lo que necesita, sin desconectarlo del alma.

Entonces, sí, la inteligencia artificial aplicada al mundo de los alimentos puede ser una gran aliada. Pero como todo poder, depende de quién lo use y para qué. Y aquí viene lo más difícil de aceptar: la tecnología no va a salvarnos si nosotros no cambiamos nuestra forma de vivir, consumir y compartir.

No necesitamos solo apps que calculen calorías. Necesitamos culturas que celebren el comer juntos. No necesitamos solo sensores en cultivos. Necesitamos sensibilidad para entender el impacto de lo que elegimos comprar. No necesitamos solo eficiencia. Necesitamos consciencia.

Quizá esta generación —la mía, la tuya si tienes menos de 30— no está llamada solo a innovar, sino a recordar. A recordar que comer también es un acto político, espiritual, ecológico. Que cada bocado habla de lo que somos y de lo que permitimos. Que la IA no viene a quitarnos la humanidad, pero sí puede reflejarnos qué tanto la estamos usando.

Hoy, la comida del futuro no viene enlatada. Viene programada. Pero también puede venir inspirada. Y ahí está el verdadero reto: lograr que esa tecnología no sustituya la humanidad, sino que la potencie.

Si logramos eso, quizá no solo tengamos una industria alimentaria más rentable, sino una sociedad más despierta. Una juventud que ya no solo vea en la comida un medio, sino un mensaje. Porque sí, la inteligencia artificial puede predecir lo que vamos a comer mañana… pero solo nosotros podemos decidir qué tipo de mundo queremos alimentar.


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— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

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