Los crímenes de cuello blanco alrededor de la educación nos pueden robar el futuro si no se actúa pronto.
Una joven pastusa, la mejor estudiante de su colegio en Cucunubá, viaja a Bogotá llena de ilusión en búsqueda de un futuro. Mi madre, con su gran corazón, le da trabajo a pesar de su juventud e inexperiencia. La joven quería aprender y ser una profesional, la primera de su familia. Debería ser 1993. Por cosas de la vida tuve que buscarla en su salón de clase en el Instituto Heisenberg. La clase de cómputo que tomaban en aquel entonces era en Wordstar… que fue revolucionaria en 1982 y su última versión fue en 1992. ¿Cuántas mujeres han ahorrado con las uñas para descubrir después que les robaron su tiempo y su dinero?
Una secretaria de la Universidad de los Andes, unos años antes, me pide ayuda en su tarea de econometría. A partir de unos datos en una matriz de Excel debe realizar la estimación de los parámetros de una regresión lineal. Le trato de explicar que debe invertir la matriz y que es un procedimiento algo engorroso y ella dice que eso no es necesario. Entonces, me muestra sus notas de clase que dicen que el profesor explica que invertir la matriz no era necesario. Me quedé sin palabras.
Las historias sobre personas que aprenden mal o no aprenden son muchas y frecuentes. Mi experiencia en el sector público me ha permitido conocer cientos de funcionarios que, siendo inteligentes, carecen de conocimientos básicos como calcular un porcentaje. La proliferación de títulos se volvió un rito para justificar aumentos salariales y el sistema educativo convalida esos supermercados de diplomas.
La educación se volvió rentable para una cantidad de vivos sin escrúpulos. Nadie sabe en realidad qué tan malos son los programas y sus profesores. Ni si quiera en medicina hay garantías de que los graduados sepan algo de lo que hablan. La educación como bien intangible es difícil de supervisar o garantizar, depende de múltiples actores. El consumidor puede durar años sin enterarse que lo han estafado. Y la educación como negocio privado con ánimo de lucro, en sociedades sin severas sanciones sociales que obliguen a autorregularse, puede engañar a la sociedad impunemente por años.
Ante la carencia de un verdadero servicio civil, donde el mérito importe, el sector público nacional y local es el receptor de los graduados de menor calidad. Se ha creado un negocio cuya rentabilidad marginal depende de atraer jóvenes para aumentar el número de matrícula y contar con suficientes salones grandes para que la hora cátedra salga barata. Los profesores no tienen que rendir cuentas, la calidad se sacrifica y se maximiza la caja.
El supuesto de la Ley 30 de que la competencia depuraba las universidades malas estaba equivocado. Mucha gente estudia donde puede pagar, no donde quiere. La proliferación de universidades de políticos, magistrados y narcos debería prender luces de alarma.
En Chile, cuando los jóvenes tomaron conciencia de la estafa de la que eran víctimas, el país se paralizó. Allá el negocio era inmobiliario: tierra y edificios que se le arriendan a la universidad para que se vea atractiva para los jóvenes. Esto elevaba la matrícula y el arrendamiento de los edificios de aulas se vuelve muy rentable. La crisis destapó los vínculos entre consejeros y empresas de sistemas, servicios de educación e inmobiliarias con las que se firmaban onerosos contratos.
En Colombia aparentemente las cabezas de la Universidad del Sinú se prestan para defraudar el sistema de salud con falsos pacientes de sida y hemofilia. Con un par de capturas el tema queda ahí. No se va al fondo. ¿Será que no se investigarán los otros contratos?, ¿el origen de los dineros de sus consejeros?, ¿sus otros negocios? ¿Será que los dineros del paramilitarismo han encontrado un refugio en la academia?
En Barranquilla, Ramsés Vargas ganaba como rector de la Universidad Autónoma del Caribe $164 millones mensuales; tiene activos en Estados Unidos por casi US$4 millones y cuando lo nombraron rector ya tenía fama de pillo. ¿Quién lo nombró? ¿Por qué lo nombraron? Y más interesante: ¿qué tarea tan oscura tenía que hacer para que le pagaran semejante fortuna y tuviera tanta seguridad? O, ¿era él quien controlaba la Universidad y se hacía nombrar a sí mismo?. Entonces, ¿de dónde sacó el capital para fundarla? Que estos entes educativos tengan filiales en Miami es aún más extraño y estos son solo dos ejemplos.
El sistema educativo hizo metástasis. ¿Será que el número de estudiantes está inflado para lavar activos? ¿Será que son uno de los eslabones de la corrupción como interventores alcahuetas o generadores de estudios técnicos que faciliten el direccionamiento de contratos? ¿Será que las nóminas de profesores de cátedra, que incluyen no pocos servidores públicos, son una forma de soborno a cuotas? Aparecen como catedráticos y, cuando se requiera, colaboran constructivamente con trámites, investigaciones, licencias, etc. Algo pasa, no es un tema menor y está en buena parte del país. A esos jóvenes estudiantes les están robando su futuro y de paso el nuestro.