Esta es la historia de una mujer que denuncia cómo las bandas le vendían dulces con droga a su hija.
A las afueras del Colegio Eduardo Umaña Luna proliferan las ventas ambulantes.
Salió de la cocina con las manos mojadas, cansada por la labor diaria, se sentó en una silla de la librería d el barrio La Castellana, donde trabaja hace tres años y, desolada, comenzó a contar su drama. Lucía* es madre de dos mujeres, una de 18 y otra de 14 años.
Todas vivían en el sector de Patio Bonito de la localidad de Kennedy, solas, porque el padre de familia nunca se hizo responsable de este hogar hasta cuando la mayor decidió irse con su pareja dejándola sola con la niña de la casa. “Soy madre cabeza de familia. Vivimos en un apartamento muy pequeño”, contó.
Ambas entraron a estudiar al colegio público Eduardo Umaña Luna. La primaria la cursaron en la sede 1 y la secundaria en la sede 2. Fue en ese momento cuando un acto tan simple, como el de recibir un dulce, resultó ser el gancho perfecto hacía la drogadicción de las jóvenes. “Cuando mi hija tenía 12 años comencé a notar cambios en su comportamiento”.
La niña se veía descuidada y su rebeldía era evidente. Solo dos años después Lucía se enteró de cómo sucedió todo. “Ella me contó que, a través de las rejas del colegio, les llevaban dulces a los niños. Las primeras veces eran regalados”. Cuenta que estos tenían la apariencia de refrescos, de desodorantes, de dulces o chicles de marcas reconocidas. Eso pasaba siempre a la hora del descanso. “Tenga, mire, rico, se lo doy”, era una frase irresistible para los niños. Publicidad
Los niños suelen consumir golosinas a las afueras del colegio. No se puede estigmatizar a todos los vendedores, pero de eso se aprovechan los delincuentes.
Cada vez era un precio mayor. Entonces mi hija cogía lo que le daba para las onces o me robaba para comprar
Entonces ellos los chupaban y luego comenzaban a sentirse raros, con más energía, activos. “Eso no solo le pasó a ella sino a muchos más niños”, cuenta la madre acongojada porque su hija no la quiso recibir en el centro de rehabilitación donde ahora se encuentra internada ya con 14 años y pasando por el peor momento del síndrome de abstinencia. Y eso no solo le ha pasado ella sino a muchos niños de ese colegio, cuenta la mujer.
Cuando para los estudiantes la tentación ya era irresistible las bandas que operan alrededor del colegio les comenzaban a cobrar sumas que iban desde los 100, 200, 300 hasta los 1.000 pesos. “Cada vez era un precio mayor. Entonces mi hija cogía lo que le daba para las onces o me robaba para comprar. Esa era la intención del engaño. Volverlos adictos”.
La niña le contó a Lucía que cada día quería más y más. “Cuando yo caí en cuenta que estaban drogando a mi hija ya era demasiado tarde”.
Poco tiempo pasó para que la estudiante pasara de consumir dulces a fumar marihuana. “Lo recuerdo. Ese día no llegó a la casa. La busqué toda la noche. Luego la encontré en un parque de Bella Vista, totalmente ida”. Luego eran seguidas las veces que Lucía tenía que salir de su trabajo como loca a buscarla. “Lo peor es que la veía con niños de ocho, diez, doce años. Todos sumidos en la droga”.
Muchas veces encontraban a la niña en el caño de la 43, muy conocido en la zona de Dindalito. EL TIEMPO estuvo allí y evidenció la total desprotección con la que los niños cruzan un caño de aguas hediondas con el riesgo de sufrir un accidente, sin un paso peatonal seguro y a merced de las bandas de microtráfico que operan en el sector. “Allá se mantienen todos esos niños drogándose. Mire, es tan triste. Le digo, todo comienza en los colegios a través de las rejas o estos tipos los persiguen a la salida”.
En el caño de la 43, en el sector de Las Vegas, los niños de los colegios de la zona corren peligro cuando tienen que atravesar de un lado al otro.
Como una acción desesperada, Lucía envió a su hija para el campo, pero allí resultó inhalando pegante. “Ese maldito químico lo venden en todo lado y ya hasta le cambiaron la presentación al de un tarro blanco”.
Sin quién pudiera cuidarla y con la necesidad de trabajar, esta mujer tenía que dejar a su hija en el apartamento sola mientras se desintoxicaba, pero cuando llegaba ella había metido a todos los niños consumidores a la casa. “Me tocaba llegar a sacarlos. Esos muchachos ya no estaban estudiando. Ella era agresiva, me pegaba, estaba como loca”. Otros días la encontraba en un sector conocido como El Bosque.
Hoy, Lucía tiene que ocultar su identidad porque su hija está chequeada por las bandas del sector. “Un día llegó apuñalada en un pierna. Estoy segura de que ya tenía deudas de droga”. Una de las pruebas que le sacaron a la niña detectaron consumo de bazuco y cocaína. “Mi nena ya estaba consumiendo de lo peor. Usted no sabe lo que he sufrido, pero estoy sola, no tengo ayuda de nadie”.
Por último, Lucía fue a pedir ayuda a una oficina del Instituto Colombiano de Bienestar Familia (ICBF), de ahí la mandaron para El Salitre y de allá, al Simón Bolívar, pero en este lugar le dijeron que si la menor no iba por voluntad propia no la podían ayudar. “¿Cuándo una niña en ese grado de intoxicación va a querer ayuda?”, dijo Lucía.
Sin embargo, según la entidad, de acuerdo con la información registrada en el sistema de Información Misional (SIM), los niños, niñas y adolescentes que ingresaron por motivo de consumo de sustancias psicoactivas en Bogotá corresponden a 1.363 en el año 2017 y 219 en enero y febrero de 2018. 1.582 en total.
“Como entidad protectora y garante del bienestar de nuestros niños, niñas y adolescentes, cumplimos con nuestra misión de cuidar y velar por la niñez y adolescencia colombiana en todo el territorio nacional”. Lo más grave es que esta madre de familia sospecha que su hija fue abusada sexualmente durante el momento más álgido del consumo de drogas. Hoy, la niña está internada en una fundación cristiana.
Más triste aún es que cuando terminaba de escribir esta historia Lucía me llamó, me dijo que había tenido que internar a su hija mayor y hacerse cargo de su bebé. Ella había sido abandonada y estaba totalmente drogada. “Estoy desesperada. Necesito a alguien que me ayude. Todo se salió de control. Yo nunca, nunca consumí nada de nada”.
Lucía, desde su condición, pide una intervención en el sector. “Averigüen cuántos niños han muerto, cuántos se han suicidado. Algo grave está pasando”. ¿Qué dice la Secretaría de Educación?
Según Fulvia Valderrama, directora local de educación de Kennedy, se está indagando con la rectoría de la institución para corroborar si esta clase de hechos tiene antecedentes en el colegio y qué clase de medidas se han tomado al respecto.
La Secretaría de Educación (SED) trabaja en identificar estas problemáticas para hacer intervenciones en salud, seguridad, policía y Fiscalía. “Pero siempre es importante que los padres de familia interpongan una denuncia formal”, anotaron.
Valderrama confirmó que la institución sí tiene conocimiento del presunto consumo y distribución de sustancias psicoactivas en el entorno cercano al colegio. "Por eso, para prevenir, solicité el acompañamiento de la policía a través de un oficio y ellos hicieron presencia en el colegio".
Respecto al caso específico de las niñas de esta historia explicó que "Las directivas de la institución no tenemos ningún comunicado escrito y/o verbal que de cuenta de la situación planteada. Cabe anotar que la institución cuenta con guardia canino que ha contribuido con la seguridad ya que a través de su desplazamiento por la parte externa de la institución ha impedido que se acerquen a las mallas personas que pueden tener algunas intensiones diferentes a dialogar con estudiantes".