Hay preguntas que uno se hace en los momentos menos esperados. A mí, por ejemplo, me dio por pensar en todo esto mientras caminaba solo una tarde, viendo cómo el viento movía los árboles. ¿Qué es eso que nos mueve de verdad? ¿Cuánto de lo que sentimos, pensamos o decidimos es realmente nuestro? ¿Y cuánto es simplemente una reacción química que ocurre allá, en el laboratorio secreto de nuestro cerebro?
Hace poco leí un artículo del New York Times que hablaba sobre cómo las hormonas sexuales afectan el cerebro. Decía que, aunque siempre nos han contado que las hormonas son responsables de cosas como el deseo, el impulso, la agresividad o la ternura, en realidad su influencia va mucho más allá de lo que creemos. No solo durante la adolescencia o la pubertad, sino durante toda la vida. Las hormonas están como una música de fondo que nunca se apaga del todo, afinando cómo vemos el mundo, cómo nos movemos dentro de él y cómo nos sentimos dentro de nuestra propia piel.
No sé ustedes, pero a mí me cuesta aceptar que algo tan invisible pueda tener tanto poder. Uno se cree dueño de sus decisiones, de su carácter, de su “ser”. Pero después te das cuenta de que hay fuerzas trabajando adentro de ti todo el tiempo. Y entonces viene la pregunta difícil: ¿Qué parte de lo que soy es biología… y qué parte es conciencia?
No tengo una respuesta definitiva. Pero creo que justo ahí empieza un viaje de autoconocimiento que no debería asustarnos, sino impulsarnos.
Si reconozco que las hormonas me influyen, puedo también aprender a observarme mejor. No para juzgarme ni para resignarme, sino para entenderme con más compasión. A veces, detrás de un enojo desproporcionado, o de una tristeza repentina, no hay un fracaso personal, sino un cuerpo intentando equilibrarse, sobrevivir, protegerse.
Hace tiempo escribí en mi blog El Blog de Juan Manuel Moreno Ocampo algo sobre cómo somos un puente entre lo invisible y lo tangible. Este tema me hace sentirlo aún más fuerte. Somos cuerpo, claro. Pero también somos alma, conciencia, voluntad. Negarlo sería tan tonto como ignorarlo.
Y en una sociedad que idealiza el control absoluto sobre uno mismo, aceptar que somos también vulnerabilidad química es un acto de valentía. Vivimos en un mundo hiperconectado, donde la tecnología (y aquí pienso también en los proyectos que apoyamos en Todo en Uno.Net) cada día trata de hacernos más eficientes, más predecibles, más medibles. Pero el ser humano no es una fórmula exacta. Y qué hermoso es recordarlo.
El artículo mencionaba que las hormonas sexuales afectan no solo el comportamiento visible, sino funciones profundas como la memoria, la percepción del peligro, la forma en que aprendemos o cómo reaccionamos emocionalmente. Pensarlo me hizo sentir, de alguna manera, menos solo. Porque cuántas veces uno siente que algo en su interior está “mal” solo porque no encaja en lo que la sociedad espera.
Me da ternura recordar, por ejemplo, mis días de colegio, cuando uno estaba a medio camino entre ser niño y ser adulto, y sentía una mezcla incontrolable de rabia, euforia, tristeza y amor en una sola tarde. Nadie nos explicaba que no era solo una etapa “difícil”, sino un proceso biológico real, complejo y necesario para ser quienes somos hoy.
La ciencia está empezando a entender mejor todo eso. Pero también nosotros, desde nuestra vivencia cotidiana, podemos aprender a escucharnos más. A ver más allá de lo que “deberíamos sentir” o “deberíamos ser”. Y entender que parte de ser adulto no es suprimir esas fuerzas internas, sino convivir con ellas, bailarlas, conocer sus ritmos.
Y me pregunto: en un mundo donde la Inteligencia Artificial ya aprende, decide, e incluso predice comportamientos humanos, ¿qué valor tendrá seguir siendo seres “imperfectos”, emocionales, hormonales, caóticos a veces? Me gusta pensar que ese será justamente nuestro mayor tesoro.
Porque como decía en uno de los mensajes que me marcaron de Mensajes Sabatinos, el alma no se mide por la eficiencia, sino por la autenticidad. Y ser auténtico implica aceptar que no siempre estamos bajo un control perfecto, que no siempre vamos a ser lógicos, que no siempre vamos a ser la mejor versión de nosotros mismos. Y está bien.
Así como hay días donde el café sale perfecto, y otros donde, aunque pongas la misma cantidad de agua y café, simplemente no sabe igual, hay días donde nosotros también variamos. No somos máquinas. Somos procesos en movimiento.
A veces creo que nos vendieron la idea equivocada de que ser maduro es ser invulnerable. Hoy, a mis 21 años, siento que la madurez real es más bien aprender a abrazar nuestras vulnerabilidades, a entender nuestras fluctuaciones internas, a no pelearnos con nuestra propia naturaleza.
Por eso cuando pienso en las hormonas y el cerebro, no lo veo como una amenaza a mi autonomía. Lo veo como un recordatorio de que la vida es mucho más profunda y misteriosa de lo que parece. Que detrás de cada reacción, de cada emoción, de cada impulso, hay un universo latiendo, moviéndose, cambiando.
Y que conocer ese universo es un privilegio, no una carga.
Así que sí: las hormonas nos afectan. Pero no nos definen. Son una parte de la orquesta, pero no la música completa. Nosotros, desde nuestra conciencia, desde nuestra voluntad, desde nuestro amor, elegimos qué melodía queremos tocar.
Gracias por leerme hoy. Y si en algún momento te has sentido raro, extraño, emocional sin explicación, solo recuerda: estás vivo. Estás latiendo. Y eso ya es suficiente milagro para celebrarlo.
📣 ¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.
📲 WhatsApp directo: +57 310 450 7737
📘 Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
🐦 Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
💬 Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros grupos
📢 Canal de Telegram: Únete aquí
✒️
— Juan Manuel Moreno Ocampo
"A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad."