domingo, 7 de junio de 2015

El niño de mamá y la niña de papá

El niño de mamá y la niña de papá

La independencia que el niño adquiere entre los 3 y 6 años, y las relaciones afectivas que establece con sus padres hacen que llegue a mantener con ellos un vínculo de confianza que les convierte en muchas ocasiones en sus confidentes. Es frecuente que, en esta etapa, el niño se identifique más con uno de los padres que con el otro. Las niñas suelen sentirse más atraídas por la figura del padre por todo lo que éste representa; los niños, en cambio, suelen sentirse más atraídos por la madre, y se complacen en hacer proezas ante ella. Esta situación (denominada por el psicoanálisis «complejo de Edipo») debe verse con naturalidad, ya que no es más que un proceso perfectamente normal que le posibilitará, al final, determinar la identificación del propio sexo a partir del contrario.
También es frecuente que en esta etapa los niños sientan celos de la relación que hay entre sus padres, por lo tanto debemos encontrar el justo equilibrio para que el niño no se sienta excluido, sin renunciar a nuestra propia intimidad.

Los abuelos son necesarios

En general, se suele decir en tono recriminatorio que los abuelos son quienes más consienten a los niños, pero, aun así, debe tenerse en consideración que esta relación es un refuerzo importante en el mundo afectivo del niño. Además, el vínculo con los abuelos enriquece su ambiente familiar, ya que ven en ellos un tipo de autoridad muy diferente a la que ven en sus padres. Para empezar, los abuelos suelen disponer de más tiempo que los padres, y también están más dispuestos a pasear, a enseñarle a trasplantar geranios o a ayudarle a preparar una sorpresa para sus padres. Por lo general, el niño siente por sus abuelos un gran cariño y ternura, quizá tanta como ellos por su nieto.

Así pues, para un niño la relación con los abuelos es enriquecedora en todos los sentidos, ya que en ella se mezclan el respeto, el cariño y la protección.

sábado, 6 de junio de 2015

Los primeros amigos: aprendiendo a compartir

Los primeros amigos: aprendiendo a compartir

Entre los 2 años y medio y los 3 años, el niño empieza a jugar con otros niños por primera vez, compartiendo sus juguetes y colaborando en un proyecto común. Convivir con otros niños de su edad ya no es un acontecimiento casual en la vida del niño. Ahora, necesita el estímulo y la compañía de los demás. Los niños de 2 años, más que juntos, siguen jugando cada uno por su lado, pero la necesidad de verse e imitarse unos a otros se hace cada día mayor, aunque los encuentros vayan con frecuencia acompañados de empujones, golpes y pequeñas disputas por los juguetes. Si no ha asistido a un jardín de infancia anteriormente, ésta es la edad ideal. Cuanto más contacto tenga con otros niños de su edad, más rápido y fácil le será aprender a colaborar y adaptarse. Además las oportunidades de juego que se les pueden ofrecer en las guarderías son múltiples y variadas: un montón de arena y unos cubos de plástico, un juego de construcciones, una pelota, disfraces, etc. Los niños de esta edad, se cansan enseguida, y conviene que puedan hacer muchas cosas para distraerse. En este sentido es aconsejable que repartan el tiempo entre ejercicio físico y trabajos manuales para entretenerse. Cualquier juego es válido para que el niño aprenda a compartir.
Otra excelente oportunidad para entrar en contacto con otros niños es llevar a los pequeños a jugar a parques o plazas. En estos lugares, se forman grupos de niños y niñas de edades distintas, que juegan juntos, colaboran en alguna actividad, y, en definitiva, aprenden a convivir. Jugar de vez en cuando con niños mayores o más pequeños puede ser una oportunidad para aprender a relacionarse con otros niños. En las ciudades, los parques infantiles son el lugar idóneo para empezar a hacer amigos. Dado que los niños de estas edades son muy egoístas, la intervención del adulto es necesaria para enseñarles a compartir e impedir que los más fuertes dominen sobre los más débiles. La intervención de los adultos también puede ser útil cuando se trate de organizar alguna actividad colectiva, aunque no hay que estar siempre encima de ellos sin permitir que se dejen llevar por su imaginación.
Durante esta etapa empezará la socialización con el resto de niños, por lo que es importante estar preparado para lo que vaya a ocurrir. En nuestro curso de 2 a 3 años abordamos el proceso que inicia el pequeño al empezar a reconocerse e imitar a los demás.

Cómo actuar en caso de disputa en el juego

Los niños tardan en aprender a respetar los turnos y a compartir juguetes con otros niños de su edad. Por eso, el egoísmo propio de los niños de entre 1 y 3 años, que les impulsa a preservar los bienes materiales y afectivos, comporta, a menudo, pequeñas riñas entre hermanos o compañeros de juegos. En estos casos…
  • Los padres debemos intentar mantenernos al margen y solamente debemos interponernos cuando los ánimos se exaltan más de la cuenta.
  • No se trata de encontrar un culpable y un ganador, sino de buscar la solución que fomente la conciliación entre los implicados.
  • Los padres debemos saber que, a menudo, las peleas forman parte de un juego, por lo tanto tendremos que ser suficientemente hábiles para reconocer una pelea amistosa en la que no ha existido una agresión deliberada.
  • La disputa por un juguete entre dos niños de edades distintas suele acabar siempre igual: el mayor se adueña del juguete, mientras que el pequeño no tiene más remedio que reflejar su impotencia con una rabieta.
  • Si la riña es trivial hay que dejar que los niños, por pequeños que sean, discutan a su modo y manera, y vayan aprendiendo a ceder y tolerar las ideas de los demás.

Juegos para fomentar el compañerismo y la sociabilidad


  • Es sabido que no es necesario que exista un compañero para jugar con una pelota, pero lo que también es cierto es que los juegos con pelota son muy adecuados para aprender a compartir y a jugar en equipo. Los adultos podemos intervenir en el juego, ya sea como participantes o como organizadores. Es importante que los padres incitemos a los pequeños a jugar juntos a la pelota, que mediemos entre ellos imponiendo las reglas de/juego y que proporcionemos ideas atractivas para que los niños disfruten con el juego compartido.
  • Entre los 2 años y medio y los 3 años, cuando los niños empiezan a ser conscientes de lo que implica comprar y vender, disfrutan jugando a las tiendas. Asimismo, en estas edades es muy típico que niños y niñas se entretengan jugando a cocinar. Ambos juegos deben potenciarse, pues, como los juegos con pelota, permiten estimular la sociabilidad de los pequeños.

viernes, 5 de junio de 2015

Conductas problemáticas del adolescente (parte II): sexualidad y maternidad precoz

Conductas problemáticas del adolescente (parte II): sexualidad y maternidad precoz

Algunos adolescentes pretenden vivir la sexualidad como algo que sólo tiene un fin en sí mismo. Sus relaciones sexuales se basan en encuentros fortuitos, con parejas diferentes en cada ocasión y sin que después de cada relación aparezca el deseo de volver a ver a esa persona. Este comportamiento representa una falta de afectivación de la sexualidad y tiene que ver con una imposibilidad de asumir el temor o la angustia que ocasionaría implicarse demasiado afectivamente. Es decir, se intenta obviar el componente afectivo de las relaciones sexuales.
También se puede dar el caso opuesto, cuando las relaciones con el otro sexo son una fuente de angustia e inseguridad tan grande que llevan al joven a evitar la sexualidad. Surge así la inhibición, que se justifica mediante argumentos acerca de su escasa importancia, de su sentimiento de asco, de rechazo, etc. El interés por el deseo sexual se desplaza hacia otras actividades. Así, la dedicación exclusiva al estudio supone desplazar la curiosidad sexual a la curiosidad intelectual. La dependencia oral a determinadas sustancias puede pretender sustituir al compañero sexual. La negación de este deseo supone no ver la realidad del cuerpo a partir de la pubertad, como ocurre en la anorexia.

La  maternidad precoz

Muchos adolescentes no utilizan anticonceptivos en su primera relación sexual; no lo consideran necesario porque no imaginan que con una vez puede ser suficiente. La información que poseen es inadecuada, aunque los padres pensamos que los jóvenes ya lo saben todo sobre el tema. De hecho, existe un exceso de información, que no equivale siempre a que los mensajes sean escuchados. En ocasiones, consciente o inconscientemente se busca un embarazo: bien para probar la capacidad de reproducir, bien para procurarse un motivo para abandonar la dependencia paterna. Los padres tenemos un papel fundamental: debemos informar a los hijos de lo que es una relación sexual y de sus consecuencias. Hablar de estos temas no conlleva incitar a las relaciones precoces, sino que más bien posibilita la prevención. Prevenir permite evitar. Cuando el embarazo se confirma, hay que analizar la situación sin dramatismos y sopesar los pros y contras de ese nacimiento.

La legislación actual permite optar por interrumpir el embarazo durante las primeras semanas. En cualquier caso, es importante acudir a un psicólogo para analizar lo que comporta esta decisión. Los padres debemos tener en cuenta que la paternidad o maternidad de sus hijos adolescentes no implica madurez, por eso los hijos adolescentes, padres de un niño, seguirán necesitando la ayuda, consejos y apoyo de su familia.

jueves, 4 de junio de 2015

Conductas problemáticas del adolescente (parte I): insolencia y agresividad

Conductas problemáticas del adolescente (parte I): insolencia y agresividad

En la adolescencia, la oposición entre el actuar sin pensar o el pensar antes de actuar cobra toda su importancia. Su fuerza y actividad motriz está brutalmente desarrollada y necesitan descargar esta energía en actos. Esto se manifestará, a nivel patológico, en los trastornos del comportamiento que motivan la mayoría de las consultas al especialista.

Actitudes de insolencia o pasotismo

Cuando el adolescente no encuentra ni la manera ni el lugar concreto donde desarrollarse, aparecen conductas marginales que muestran su renuncia a inscribirse en un orden social estipulado. Pueden responder a problemas personales que se acarrean desde la infancia o a la relación con el medio y el entorno familiar que le impiden desarrollar una vida estable y normalizada. Aparecen cuando, más allá de la rebeldía y las reivindicaciones, el encuentro entre padres e hijo adolescente se ha roto, llegando a la más absoluta indiferencia. Uno de los problemas más serios del adolescente surge cuando se aísla porque siente que no interesa a nadie. En el otro extremo se encuentran algunos grupos de jóvenes que toman como punto de unión el sentimiento de rechazo hacia la sociedad.
La preparación para adquirir las normas de participación social y saber relacionarse con los miembros de la sociedad se realiza mediante un largo recorrido educativo que se inicia en la infancia. De ahí la importancia y a un tiempo la dificultad— de la función educativa de los padres: debemos esforzarnos por inhibir las tendencias antisociales y potenciar las que favorecen el respeto hacia los demás.

Violencia y agresividad

La agresividad es un sentimiento natural del ser humano, aunque es necesario canalizarlo. La adolescencia es una etapa donde las conductas violentas adquieren una mayor fuerza: se busca la velocidad, las palabras violentas, la música fuerte, los deportes violentos… Pero la agresividad se convierte en un problema cuando constituye la única manera de convivir y sustituye al diálogo. Ciertos adolescentes expresan así sus dificultades para aceptar la frustración, se alteran y se ofuscan cuando no consiguen lo que quieren. La agresividad puede llegar a situaciones graves, cuando golpean a los padres o hermanos, y puede ir unida a episodios de autoagresividad (mutilaciones, suicidio, comportamientos arriesgados…). Los padres no debemos dejarnos llevar por este comportamiento, sino que debemos fijar unos límites claros. La consulta a un especialista se hace indispensable.

Huida de casa


Si bien salir de casa es el objetivo del período adolescente, la huida representa algo diferente. Generalmente, se huye para resolver una relación difícil con los padres o para probar si los siguen queriendo; pero también la posibilidad que adolescente sólo quiera experimentar la sensación de independencia. En todos los casos, cuando el hijo vuelve a casa debemos replantearnos la convivencia y consultar a un especialista.

miércoles, 3 de junio de 2015

El adolescente contra el mundo

El adolescente contra el mundo

La adolescencia es una fase de transición que está llena de dificultades y existen ciertos comportamientos del adolescente que pueden llevarnos a pensar en una posible situación enfermiza. A esta etapa se le ha llamado «síndrome normal de la adolescencia», tratando de acentuar la combinación paradójica entre la noción de síndrome, que apela a la enfermedad, y el calificativo «normal», que indica la naturalidad de muchos de sus comportamientos. Sólo si sabemos y entendemos  sus conductas dentro de este parámetro podremos soportarlas y ayudarle con mayor entereza.
En esta etapa, las fluctuaciones del carácter y las contradicciones a la hora de tomar una decisión son normales, aunque pueden llevar a pensar que el adolescente ha perdido el carácter firme que hasta entonces tenía. Los padres nos preocupamos aún más cuando vemos que sus opiniones ya dependen de lo que ha hablado con un amigo. La frase «no sé lo que haré o dónde iré» no responde a un deseo de ocultar algo, sino que suele reflejar que su decisión variará según lo que acuerden con el grupo de amigos.
En las descripciones que desde fuera se hacen del hijo adolescente, no es extraño que los padres tengamos la impresión de que nos hablan de varios personajes distintos. Depende de la persona con quien esté, puede darnos versiones contradictorias acerca de su madurez, educación, bondad, capacidad intelectual o facilidad para la comunicación. En el adolescente conviven, a veces en armonía, otras veces con grandes conflictos, el niño que era y el adulto que llegará a ser.
Además, el adolescente descubre que puede utilizar una capacidad nueva: la posibilidad de pensar y razonar con una facilidad mayor para la crítica y la opinión personal. Y esto se materializará a través de la necesidad de manifestar una rebeldía constante. Se queja por todo: la ropa que hasta ahora le compraban, la habitación y sus muebles, las indicaciones de los padres… nada de ello le sirve ni le gusta. Para encontrar una manera de ser propia, necesitará rechazar, despreciar, ir en contra de lo que hasta entonces le había servido. Aunque no cabe duda de que es un aspecto molesto y difícil para la convivencia familiar, es importante que los padres intentemos ser coherentes con nuestras ideas y no cedamos ante todas sus peticiones o en aquello que consideramos inamovible. En la primera etapa, durante la pubertad, lo conseguiremos fácilmente, pero hacia los 15 años, tendremos que imponernos mucho más y acabar aceptando que no siempre será posible. Al llegar a los 18 años, los padres permitiremos que el adolescente vaya llevando a cabo lo que pide, después de asegurarnos de que sean cuestiones que le sirvan y no le causen ningún daño.
Por otro lado, también se puede dar el caso contrario. El adolescente no se rebela, sino que está de acuerdo con los padres, comparte nuestros gustos y, por lo tanto, no plantea ningún problema en la convivencia. A pesar de que esta actitud puede interpretarse como una señal de su bienestar interior, en realidad significa que no es capaz de salir del refugio familiar y renunciar a su posición infantil.

Un paso más


De la rebeldía familiar individual se pasará, paso a paso, a la indisciplina escolar compartida por la clase y de ahí a las reivindicaciones sociales a nivel grupal. El adolescente encuentra la posibilidad de canalizar su “ir en contra” a través del grupo de iguales. Este rechazo a lo establecido tiene un aspecto de ruptura, de destrucción, pero también de construcción de salidas novedosas ante los problemas de la sociedad. Estas vías de salida son las reivindicaciones. Pueden ser activas, cuando se movilizan grandes masas de jóvenes en torno a unos líderes y los esquemas de la sociedad quedan conmovidos por ellas; o serán pasivas, si se trata de una actitud individual, dispersa.

martes, 2 de junio de 2015

Los niños, un reflejo de sus padres

Los niños, un reflejo de sus padres

Entre los 2 y los 3 años, el niño disfruta imitando a los mayores (quiere comer solo, limpiar la casa, dar de comer a sus ositos o muñecas, conducir el coche o el triciclo, o sentarse a leer). Esta actitud debe aprovecharse para enseñar al niño a realizar actividades que le van a ser útiles en el futuro o que desarrollen sus capacidades motoras manipulativas. Por ejemplo, cuando se están haciendo las tareas de la casa, se puede dejar al niño que ayude en las acciones menos complicadas. Al principio, por supuesto, para él no será más que un juego, y es posible que su ayuda no sea demasiado valiosa y que estorbe más que otra cosa, pero la lección le servirá para empezar a ocuparse de sus propias cosas. Instalar en su cuarto de juegos cajas o estantes para guardar los juguetes y considerar una obligación diaria recogerlos por la noche, es una buena medida inicial. A esa edad, el niño no puede hacerlo él solo, pero se están estableciendo las bases de su comportamiento futuro.

3 comportamientos habituales

  • El niño quiere poner en práctica todo lo que aprende de los mayores. Para ello, toma por alumno a alguno de sus muñecos y le da de comer con la cuchara, como los adultos hacen con él.
  • Después de observar al papá o a la mamá, quiere ayudar a barrer; aunque lo único que consiga sea levantar el polvo. No hay que reñirle, sino enseñarle a utilizar la escoba correctamente. Eso le hará sentirse útil.
  • También quiere imitar a los adultos conduciendo un cochecito de juguete mientras imita el ruido del coche o intenta reproducir los comentarios de sus padres cuando la familia va de viaje.

Cuidado con… los roles sexuales

De alguna manera, a través de los años, la sociedad ha marcado las inclinaciones de los pequeños hacia los diferentes tipos de juguetes. Antiguamente, el hecho de que un niño se divirtiera jugando con muñecas, o a la inversa, que un camión despertara la atención ele una niña, constituía un serio motivo de preocupación para los padres, quienes creían ver en ello una desviación de la personalidad del pequeño. Afortunadamente, hoy en día las cosas han cambiado y, si se quiere hacer una sociedad cada día más igualitaria, debe empezarse por los más pequeños y no empujarles a jugar sólo con un tipo de juegos. Las niñas disfrutan con los coches, igual que los niños con las muñecas. Asimismo, hay que tener en cuenta que las actitudes que los niños y las niñas muestran en sus juegos son indicativos del concepto que les estamos transmitiendo sobre el papel del hombre o de la mujer en la sociedad. Hacerles comprender que no hay tareas propias de cada sexo ni juguetes de niño o de niña es algo que se enseña mediante nuestra propia actuación en sociedad.

En nuestra guía para crear Hábitos y rutinas podrás aprender a enseñar a tus hijos las primeras rutinas y responsabilidades.

lunes, 1 de junio de 2015

Soy un padre amigo?

¿Soy un padre amigo?

Hace ya más de 50 años, en las sociedades más industrializadas surgió un fenómeno nuevo en la relación padres-hijos: desde ese momento los padres han querido adoptar un rol alejado de una imagen severa y prefieren hacer de amigos generacionales.
Demuestran reticencia y temor a guardar las distancias necesarias que las relaciones con los hijos propician y les resulta difícil establecer unas reglas de juego mínimas, que limiten y a la vez orienten sobre lo que está permitido hacer, tener o dar. Hay un cierto temor a representar el papel de autoridad porque no se pueden desprender de los rasgos de severidad y rigidez trasmitidos por sus padres.

Atención: Colocarse en una relación de igualdad con los hijos no les ayuda a ubicarse en las diferencias generacionales, ni favorece que se distingan sus deseos. La uniformidad difumina los rasgos diferenciales que perfilan el estilo personal.

El reparto de papeles

Es preciso, sobre todo, que los padres no pierdan los papeles, si quieren ayudar a que sus hijos sigan las etapas sucesivas de su desarrollo y evitar crecimientos prematuros. Cuesta mucho delimitar con claridad las funciones que corresponden al padre y a la madre, pero es un trabajo de reflexión que no se puede dejar en manos del azar. De lo contrario, se producen lagunas que rápidamente los hijos captan y tratan de cubrir, usurpando atribuciones que les vienen grandes y que, por añadidura, son una carga a la hora de centrarse en sus cosas, porque les confunden y les sacan de su lugar.

La cohesión familiar no es algo que se pueda garantizar con la presencia permanente de sus miembros, pero en la adolescencia es muy necesario contar con los referentes familiares.

Necesidad y rechazo

Durante la adolescencia la ambivalencia en el joven se intensifica. Resurgen los sentimientos de desamparo, como si de un niño se tratara, y para neutralizarlos se adoptan actitudes de rechazo ante la posibilidad de dar una imagen de persona necesitada de cariño. Se rechazan las muestras de afecto que vienen de los padres porque se necesita desplazar la libido hacia otras personas.

Es el proceso que el adolescente sigue para romper las maneras del querer infantil y transformar las «viejas» ideas.

En consecuencia, conviene comprender y aceptar las distancias, las barreras que se erigen mediante el aislamiento, para que el adolescente no se sienta abandonado por sus padres. Generalmente valora mucho el sentirse querido, a poder ser por todo el mundo; por su parte, sigue queriendo mucho a sus padres aunque intente demostrar lo contrario.

Si los padres logran dominar las preocupaciones causadas por los cambios que experimentan sus hijos, y respetan el territorio físico y psíquico de los mismos, el clima de las relaciones familiares llegará a ser agradable.