sábado, 21 de febrero de 2015

El niño explorador y su curiosidad por el entorno

El niño explorador y su curiosidad por el entorno

Lo que caracteriza el juego de los niños de entre uno y tres años es fundamentalmente la necesidad de experimentar con los objetos; montarlos, desmontarlos, descubrirlos. Es divertido observar su insaciable necesidad de aprender y experimentar todo aquello que tiene ante sus ojos. Cuando se le da por vez primera alguna cosa, como por ejemplo una galleta, el primer paso será probarla, más por saber de qué se trata que por ganas de comer. Luego es posible que le dé varios golpes, que la estruje o la tire al suelo. Probablemente, la levante hasta la altura de sus ojos para contemplarla mejor, la mire desde varios ángulos o la machaque e inspeccione las migas. Por último, después de haber descubierto cada uno de los detalles de tan fascinante objeto, es posible que se coma lo que quede de galleta o que, harto ya del asunto, la deje. Asimismo, no debe sorprender el hecho de encontrar al pequeño haciendo pedazos el muñeco más nuevo. Su curiosidad por conocer cómo está hecho puede más que las ganas de jugar simplemente con él.

¿Qué juguetes o actividades son los más apropiados en esta etapa?

  • Los juguetes que tienen ruedas y pueden ser arrastrados por el suelo, cómo los trenes, permiten a los niños experimentar con el movimiento. Les resulta divertido tirar de ellos hacia adelante o arrastrarlos serpenteando.
  •  El juego de apilar cubos de distintos tamaños y colores, construyendo torres lo más altas posible, suele hacerles disfrutar más que muchos de los juguetes sofisticados que se encuentran en el mercado. Algunas tablas del desarrollo psicomotor miden el grado de madurez alcanzado por el niño según el número de cubos o piezas que es capaz de apilar.
  • Pintar. Entre los 12 y los 18 meses, el niño es capaz de coger un lápiz con el puño e imprimir un garabato en la superficie más próxima que encuentre. También es capaz de observar atentamente las ilustraciones de los libros y revistas; sobre todo si representan niños u objetos conocidos. Es un buen momento para introducir las ceras de colores, no tóxicas. Al principio, se limitará a garabatear; hacia los 2 años, hará trazos rígidos. Además, pintar es una excelente manera de aprender a distinguir los colores. Bastará con tener a mano unos pinceles, papel o cartón y pinturas no tóxicas de cuatro o cinco colores básicos. Dejar al niño a sus anchas con pinturas o lápices de colores es muy aconsejable para fomentar su creatividad y desarrollar su habilidad gráfica. Alrededor de los 3 años, el niño sujeta el lápiz con firmeza y es capaz de imprimirle una dirección y una cierta intencionalidad. Aunque sus trazos todavía son imperfectos y no permiten adivinar lo que representan, su intención empieza a ser la de dibujar algo concreto.
  • Otra actividad que resulta muy divertida para los pequeños es colocar pegatinas de colores sobre un papel. De momento, el simple hecho de pegar y despegar constituye todo un reto. Hacia los 3 años, la imaginación le permite componer un dibujo simple con las pegatinas. Asimismo, disfruta modelando plastilina con herramientas de plástico.

Recuerda…


  • Cualquier juguete de construcción le permite ejercitar su habilidad manual.
  • No necesariamente el juguete más sofisticado va a ser el más atractivo para el niño, sino todo lo contrario: poder montarlo, desarmarlo o arrastrarlo agradará mucho más al pequeño.
  • Es muy importante comprar ceras de colores o pinturas no tóxicas para los niños. Normalmente, los productos destinados a uso infantil llevan una etiqueta donde se especifican las normas para su utilización y también su composición.
  • Es aconsejable proporcionar al niño el ambiente apropiado para pintar. El papel o superficie a pintar debe ser grande, puesto que el niño no es capaz de controlar su trazo. Para evitar que el niño pinte garabatos en todas las paredes de la casa, le debemos poner un papel grande en una de las paredes de su habitación e indicarle que aquélla es la única pared que puede pintarse.
  • Nunca debemos dejar al alcance de las manos del pequeño disolventes para pinturas.

viernes, 20 de febrero de 2015

Todo lo que hay que saber sobre la fiebre

Todo lo que hay que saber sobre la fiebre

El principal signo externo y cuantificable de la presencia de una infección es la fiebre. Se considera que el niño tiene fiebre cuando el termómetro indica una temperatura superior a los 37 °C. En los niños pequeños, y por razones prácticas lo mejor es tomar la temperatura rectal y, como segunda opción, la axilar.
Para controlar la temperatura del pequeño y ver su evolución, se puede confeccionar una gráfica de la temperatura de una forma muy sencilla. Un papel cuadriculado, con las horas en el eje horizontal y los grados y medios grados de temperatura en el vertical, servirá para confeccionar una gráfica de la temperatura.
Tabla de la fiebre

El termómetro ¿clásico o digital?

El termómetro ideal es el clásico de cristal con mercurio en su interior, el cual tiene las ventajas de facilidad de uso y limpieza, bajo coste y ningún mantenimiento; sin embargo, tiene el inconveniente de que para algunas personas puede ser difícil de leer y que se puede romper. Por ello, los más recientes sistemas digitales de determinación de la temperatura representan una buena alternativa por su gran fiabilidad, rapidez y precisión de lectura; en contrapartida su coste es más elevado, pueden resultar algo complejos en su funcionamiento y también es cierto que estos termómetros suelen estropearse con relativa facilidad.

¿Cómo y cuándo hay que tomar la temperatura al niño?

Cuando el niño no se encuentra bien, debe tomársele la temperatura al menos dos veces al día, mañana y tarde. El mejor método es colocarle el termómetro en el recto, aunque como alternativa también puede hacerse en la ingle o en la axila.
Si optas por tomar la temperatura a través del recto, hay que poner al niño boca abajo sobre las rodillas de un adulto e introducir suavemente el termómetro rectal en el ano, unos 2 o 3 centímetros. Los termómetros específicos para este uso tienen una pequeña protuberancia redondeada en su extremo. Hay que mantener al niño inmóvil mientras se le toma la temperatura, presionando al mismo tiempo ambas nalgas para que el termómetro no se mueva. Normalmente, basta con mantenerlo así durante 2 minutos para realizar una lectura correcta. En este caso, hay que tener en cuenta que ésta es superior aproximadamente en medio grado a la de la axila y que eso no significa que el niño tenga fiebre. Se considera fiebre a partir de 38 °C de temperatura rectal.
En cambio sí te decantas por tomar la temperatura del niño desde la axila o la ingle, debes colar el termómetro en la zona elegida; sostener su brazo o pierna apretado contra el cuerpo para realizar una lectura correcta y mantener la posición durante unos cuatro o cinco minutos, sosteniendo sus piernas o sus brazos.
Señales de alarma
Acude al médico o al hospital si:
  • La fiebre del niño, tomada en la axila, está por encima de los 3 9 °C.
  • Presenta convulsiones.
  • Aparecen manchas de color púrpura sobre su piel.
  • Tiene dificultad para flexionar la cabeza sobre su pecho.
  • Presenta una respiración rápida o dificultosa.
  • Si la fiebre persiste durante más de 24 horas.

jueves, 19 de febrero de 2015

La culpa es de los padres

Un estudio reveló que más de un quinto de las personas con obesidad posee un gen que les causa esa condición.

La culpa es de los padres

miércoles, 18 de febrero de 2015

El peligro de estigmatizar las enfermedades mentales en los colegios

El miedo de ser discriminados lleva a que estudiantes y profesores con este tipo de trastornos decidan callar sobre su condición. Por eso es necesario que las instituciones educativas propicien un ambiente comprensivo para discutir este tema.


“Los trastornos mentales en Colombia afectan especialmente a niños, adolescentes y adultos jóvenes, situación que empeora en gran medida el pronóstico, la productividad académica y económica de la población y, en últimas, el capital global, que incluye los factores personales, simbólicos, culturales y relacionales. Estos trastornos se inician entre los 9 y los 23 años”, sostuvo el médico psiquiatra José Posada, en un editorial para la revista Biomédica del Instituto Nacional de Salud. El hecho de que las enfermedades mentales se manifiesten a una temprana edad implica necesariamente un reto para los colegios y las instituciones educativas, pues deben enfrentarse al tema sin caer en la estigmatización.

El periódico británico The Guardian realizó un chat en vivo sobre cómo combatir el estigma de la salud mental en los colegios y afirmó que es fundamental propiciar ambientes comprensivos para discutir sobre este tema sin estigmas. “Crear una cultura abierta alrededor de los trastornos mentales y combatir la discriminación es vital”, afirmó el diario. Para los jóvenes que padecen este tipo de enfermedades como ansiedad y depresión resulta muy difícil compartir lo que les sucede con sus amigos y compañeros. De hecho, un entorno discriminatorio puede derivar en que los estudiantes no quieran asistir a clase e incluso en que ciertas enfermedades no se diagnostiquen.

De acuerdo con la campaña Time to Change, el 77 por ciento de los jóvenes con enfermedades mentales en el Reino Unido dejaron de ir a clase. El 24 por ciento de ellos no asistió por miedo a lo que las demás personas pudieran decir, y un 15 por ciento porque fueron víctimas de matoneo escolar. De las 3.000 personas que esta organización entrevistó, el 31 por ciento aseguró que la gente usaba contra ellos un lenguaje despectivo y los denominaban “locos”, “mentales” y que “buscaban llamar la atención”. Para Jenny Taylor, miembro de Time to Change, la cultura debe permitir un diálogo sobre los trastornos mentales antes de que los estudiantes empiecen a faltar a clase: “Si una persona joven se rompe una pierna entraría a su salón de clases y le contaría a sus amigos y profesores, pero cuando se trata de problemas de salud mental hay un silencio por el estigma y por la preocupación de sufrir matoneo”. 

Para el periodista Matthew Jenkin no basta con educar a los profesores sobre enfermedades mentales, también se debe empoderar a los estudiantes para que ellos entiendan y se apropien de la importancia de construir un ambiente seguro para tratar este tema. ¿Cómo hacerlo? El primer paso podría ser derribar el tabú que se cierne sobre los trastornos mentales. The Guardian recopiló cinco estrategias que se pueden implementar en el salón de clases: hablar sobre salud mental y apoyar a los estudiantes que estén atravesando situaciones difíciles; combatir el lenguaje discriminatorio y evitar términos peyorativos; tener los ojos muy abiertos porque muchas enfermedades no son obvias ni evidentes; motivar a los niños para que compartan sus historias con sus compañeros; y no apartarlos más del grupo. 

Los estudiantes no son los únicos que callan sobre sus trastornos mentales. Según el reporte de la Asociación de Profesores y Catedráticos en Reino Unido, más de un tercio de los maestros, el 38 por ciento, aseguró que hubo un aumento en el número de colegas con problemas de salud mental. El 68 por ciento nunca le comentó a su jefe directo, y el 40 por ciento mantuvo su condición en secreto y no tocó el tema por miedo a parecer débil y vulnerable. De ahí que ellos también se beneficien de un entorno en el que prime la confianza para que puedan compartir sus preocupaciones y las de sus alumnos sin ser juzgados.

martes, 17 de febrero de 2015

De la mamá tigre a la mamá elefante

Aunque los problemas de crianza son iguales en todo el planeta, las soluciones son distintas.

Todos queremos formar niños felices, resilientes, civilizados, independientes, con autocontrol y autoestima, tarea que muchos padres dudan poder llevar a cabo.
Foto: Ilustración: Miguelyein
Todos queremos formar niños felices, resilientes, civilizados, independientes, con autocontrol y autoestima, tarea que muchos padres dudan poder llevar a cabo.

La escena es real: un grupo de amigos, todos alrededor de los 40 años, se juntan a comer, pero antes se prometen no hablar de niños. El plan fracasa. Al poco tiempo, algunos revisan sus logros y frustraciones parentales, discuten sobre sus estilos de crianza y confiesan tanto sus actitudes más laissez-faire (pasivas) como sus manías hipercontroladoras, para preguntarse al final de la noche si hacen lo correcto.
Las permanentes dudas sobre cómo criar niños felices dominan nuestras conversaciones en casa, pero también foros en internet, blogs y programas de televisión especializados. De hecho, uno de los temas del libro revelación del año, la novela autobiográfica Un hombre enamorado, del noruego Karl Ove Knausgaard, es una indagación personal sobre lo que significa ser adulto y verse superado por las obligaciones familiares en Estocolmo.
Cito: “El que habláramos tanto de ellos (de los niños) no servía de nada en la vida cotidiana, en la que todo era inabarcable y estaba siempre al borde del caos” escribe Ove, 46 años, casado. Los tormentos de un papá nórdico, que cría con su esposa a tres hijos, en medio del desconcierto, han atraído a millones de lectores en el mundo. Pero ¿por qué los padres de otros países tendrían que identificarse con la intimidad parental de una familia escandinava? La respuesta la tiene otro libro, Parenting without borders (Crianza sin fronteras), de la columnista del Huffington Post y de The Wall Street Journal Christine Gross-Loh, publicado en el 2013.
Después de volver de una larga estadía en Japón, donde esta coreana-americana, doctorada en Historia en Harvard, vivió con su marido y cuatro hijos, Christine notó un interés creciente en Estados Unidos por conocer formas de crianza alejadas de la tradicional americana.
Allí existía una sensación de que las capacidades para criar estaban llegando al límite. Esto la llevó a viajar dos años por el mundo para entrevistarse con papás, académicos y expertos, para así comparar tipos de crianza en Europa y Asia.
“Las ventajas de observar la manera en la que otras culturas educan a sus niños no es otra teoría sobre parenting (crianza) –solo en diciembre aparecieron 500 títulos nuevos de autoayuda para padres en Amazon–. Implica situarse en el lugar de los hechos y ver qué funciona”, explica.
Según Christine, la gente no quiere más manuales. Quiere saber cómo se las arreglan los papás de otros países; sacar lecciones de sentido común mirando lo que hacen mamás coreanas, francesas o finlandesas en situaciones como el sueño o la alimentación, pero también en el desarrollo de la personalidad.
Este interés está ganándoles a tipologías como el papá helicóptero (sobreprotector) o la mamá free-range (que da libertad excesiva a sus hijos), consideradas tendencias pasajeras.
Dos años atrás, la periodista Pamela Druckerman, mamá de tres hijos, había descrito las ventajas de la maternidad francesa por sobre la norteamericana. Cómo ser una mamá cruasán fue un bestseller traducido a 21 idiomas.
En el mismo periodo, otra estadounidense de origen chino, Amy Chua, estrenaba un nuevo concepto en su también superventas –basado en la férrea disciplina china– Himno de batalla de la madre tigre. Ambos modelos de maternidad, a la larga, fueron criticados; el primero por esnob, el segundo por “monstruoso”.
A la nueva crianza sin fronteras que propone Christine Gross-Loh se suma el rescate de la mamá elefante, que la hindú residente en San Francisco Priyanka Sharma-Sindhar defendió en un artículo que reavivó el debate en torno a las ventajas y desventajas de los distintos modelos.
Al lado de la mirada amorosa y protectora de la madre elefante, –que busca forjar la seguridad del niño a través del cariño–, los estilos de crianza francés y chino son muy funcionales.
Crianza global
Más allá del amor que le entregamos, el hecho de que nuestro hijo se pase a la cama en la mitad de la noche, se niegue a probar pescado o una ramita de brócoli, haga una pataleta si un dibujo no le queda bien o sea incapaz de tolerar un “no” en un pasillo de juguetes, puede hacernos sentir fracasados como adultos.
Todos queremos formar niños felices, resilientes, civilizados, independientes, con autocontrol y autoestima, tarea que muchos padres dudan poder llevar a cabo. Incluso en los momentos de armonía, a nuestro lado aparece alguien que lo está haciendo mejor que nosotros. Un iluminado que conoce un secreto, una aptitud, un instinto, que a nosotros nos ha sido negado.
Y quizás porque educó a cuatro hijos en culturas tan disímiles como la norteamericana, la coreana y la japonesa, Christine Christine Gross-Lohcree que los problemas de crianza son universales, pero las soluciones, culturales. Ni las instrucciones del pediatra, los tips de expertos, los consejos de alguna ‘mamá amiga perfecta’ o un nuevo descubrimiento científico influyen tanto como nuestro contexto.
Por mucho que a una mamá europea se le explique con un gráfico que el nivel de azúcar de una bebida gaseosa no va a matar a su hijo, ella jamás cometerá el ‘crimen’ de dársela.
Así, algo que está arraigado en una cultura –tomar gaseosas–, resulta anormal en otro lugar.
En Francia, una mamá jamás va a permitir que su hijo pida un menú especial en lugar de comer lo mismo que los adultos, que haga pataletas o que no salude. Desde muy chico se le impone un comportamiento para que no se aproveche de su niñez, cultive la paciencia, supere la frustración y sea tolerante. Para esto es clave que aprenda a escuchar un “no”, un “espera” o “¡ya es suficiente!”, palabras que se dicen con tono calmo, pero firme.
Si bien los niños franceses suelen destacarse por su buena educación, Gross-Loh no cree que afrancesar la crianza deba ser una aspiración universal.
“Cualquier persona que escriba acerca de la paternidad debe recordar que ella no solo está determinada por la cultura, sino por la clase socioeconómica. Hay un cierto estilo que se practica entre los padres más ricos y educados, que aspiran a un cierto nivel para sus hijos”, opina.
La invitación de esta historiadora es a no encuadrarse en ningún modelo ‘ideal’ –como lo puede parecer la perfección francesa o la alta competencia de los niños chinos– y fusionar, combinar o adoptar diversas actitudes y mentalidades de criar según lo que para nosotros tiene sentido.
“Lo más interesante es ver qué preocupaciones existenciales coinciden con la mía. En mi caso, los valores que les quiero entregar a mis hijos, que pueden resumirse en ser bondadosos con los demás, no siempre son prioritarios en la cultura occidental. A veces, eso me hace dudar de si acaso mis hijos van a sufrir en el futuro por el hecho de que enfaticé que sean de una manera (buenos) en lugar de otra (competitivos)”, confiesa la historiadora.
‘Sé gentil, cariñosa y...firme’
Es normal que existan dudas entre las madres que priorizan el bienestar afectivo de sus hijos sobre la competencia, diferencia base entre la mamá elefante y la mamá tigre.
Los tigres cachorros son protegidos por sus madres solo seis semanas después de nacer; luego, son lanzados a competir para sobrevivir en la jungla.
La mamá elefante, en cambio, acompaña a sus hijos durante 12 años y no renuncia a protegerlos sino hasta que aprenden a ser autosuficientes.
Es la postura que defiende la escritora y periodista Priyanka Sharma-Sindhar en ‘Ser una mamá elefante en los tiempos de las mamás tigres’.
Es una respuesta a la abogada de Harvard Amy Chua, quien hace cuatro años hizo creer que el modelo de disciplina china era el mejor: una dura exigencia académica, ensayo de piano o violín cuatro horas al día y la prohibición de ver televisión y de dormir en casas de amigos.
El enfoque de Chua –que una vez la llevó a romper una tarjeta de cumpleaños hecha por su hija por encontrarla mal hecha– tenía el grave problema de ignorar gestos cariñosos.
Priyanka cree que si el mundo adulto ya es lo suficientemente competitivo, ¿para qué mostrárselo a los niños antes de tiempo? “Es una pésima manera de dotarlos de resiliencia. Los padres deben nutrir la fortaleza del niño de otra manera –opina Priyanka–. Sé gentil, consistente, cariñosa y, cuando lo necesites, firme”, dice.
Esa mamá elefante, en la que hoy se ha vuelto a creer, está convencida de que la confianza y la capacidad para superar los obstáculos se construyen con afecto y no con empujones precoces hacia la autosuficiencia.
Christine Gross-Loh también plantea que la sensación de protección es la base de la autonomía.
La prueba está en Japón, donde los bebés que duermen en la pieza de sus padres hasta que se sienten seguros son los que después, a los 6 años, son capaces de caminar solos al colegio. “Lo más importante es confiar en tu instinto. Nadie conoce mejor a tu hijo que tú”, dice Priyanka.

lunes, 16 de febrero de 2015

Por qué es importante la actividad física en el niño

¿Por qué es importante la actividad física en el niño?

Los niños sanos necesitan desarrollar una actividad física frecuente que les permita alcanzar el dominio progresivo de su propio cuerpo.
En los primeros tres años de vida, el niño adquiere las coordinaciones sensorio-motrices esenciales que le permitirán andar, comer, hablar, jugar…
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  • Motricidad y psiquismo están implicados de tal manera que funcionan como un todo, como una unidad de dos aspectos indisolubles para el funcionamiento de una misma organización.
El esquema corporal, es decir, la organización de las sensaciones relativas al propio cuerpo en relación con los datos del mundo exterior, se desarrolla muy lentamente en el niño, y una manera de facilitar su evolución es mediante de la actividad física. De todos modos, hay que tener siempre en cuenta la edad y el punto del desarrollo físico y psicológico del niño. La introducción de las prácticas físicas no debe realizarse sin que se halle presente el componente lúdico, por lo menos en los primeros años, ya que de este modo no solamente se fomenta una vida más sana, sino que se evita que abandone el deporte posteriormente por haberlo vivido como una imposición.

Practica la natación

Un deporte completo y al alcance de todos es la natación. Los padres deberían tener especial interés en que sus hijos aprendan a nadar, empezando por familiarizarse con el juego en el medio acuático. Cuando tienen oportunidad de bañarse, los niños no encuentran nunca el momento de salir del agua. Esta pasión por la actividad dentro del agua es la que puede llevar al niño, en un futuro, a hacer de la natación un deporte.
  • Aprovechar las vacaciones de verano para hacer un cursillo que le permita al niño conocer sus posibilidades de moverse en el agua, o asistir a cursillos de perfeccionamiento durante el año, si sabe nadar, junto a sus hermanos o amigos, es una buena forma de introducirse en las diferentes modalidades y técnicas de este deporte.

 En él se ponen en funcionamiento todos los músculos del cuerpo, por medio de los movimientos coordinados de brazos y piernas, lo cual ayuda a desarrollarse de una manera armoniosa. Es, sin duda, un buen motivo para que los padres inicien a sus hijos en su práctica. Ser un buen nadador no significa ser un deportista de competición, sin embargo, tener un cierto dominio de la técnica le ayudará a poder practicar la natación regularmente como una manera de estar en forma.

domingo, 15 de febrero de 2015

Motivar a tu hijo en el ejercicio físico

Motivar a tu hijo en el ejercicio físico

Si se practica racionalmente y con la prudencia debida, el ejercicio físico contribuye positivamente al desarrollo físico y mental del niño. Los padres debemos ser los primeros interesados en ello y mostrarnos dispuestos a predicar con el ejemplo. En una primera etapa, el principal aliciente que encontrarán los niños en el ejercicio físico es la diversión. Pero, si más adelante no encuentran algo que les despierte el interés por el entrenamiento y la constancia, la menor dificultad bastará para hacerles abandonar en su intento.

El deporte en los niños pequeños

La regularidad, además de facilitar la práctica del ejercicio, ayuda a que el niño se aficione más a la actividad física. Hasta los 10 años, aproximadamente, tus hijos deberán realizar los ejercicios físicos de manera que intervengan todas las partes del cuerpo. Es conveniente que los músculos de ambos lados del cuerpo realicen el mismo esfuerzo, para que todo el cuerpo del niño se desarrolle armoniosamente, como ocurre con la natación, el fútbol, el atletismo, el salto, el judo… Sin embargo, el tenis, por ejemplo, desarrolla mucho más un brazo que el otro, al soportar un solo brazo el esfuerzo muscular.

El deporte en la preadolescencia

Al llegar a la preadolescencia, los chicos y chicas ya están capacitados para practicar un deporte de forma más plena, aunque habrá que esperar a la adolescencia para culminar este proceso. Esta edad, entre los 10 y los 15 años, aproximadamente, es la típica de los equipos deportivos escolares o de otras instituciones juveniles. Empiezan a ser capaces de aceptar la esencia competitiva del deporte. En consecuencia, el ejercicio físico se vuelve competitivo y requiere ya una maduración biológica y psicológica, por lo que conviene no excederse en los esfuerzos y garantizar el reposo necesario.
Para desarrollar la práctica deportiva, los chicos y chicas necesitan contar con el apoyo y con el reconocimiento de sus padres. Además, será positivo que intercambien opiniones y puntos de vista con los entrenadores.

Cuidado con… las exigencias


Uno de los aspectos negativos de las competiciones deportivas es la exigencia de resultados positivos. El peligro aparece en relación con la edad de los jóvenes, sobre todo si son niños de 6 o 7 años, que todavía no pueden poner límites, ni a sí mismos ni a los demás, en las exigencias. Será responsabilidad de los padres y los entrenadores enseñarles a valorar la participación por encima de la competitividad.