Había una vez un hombre llamado Juan que estaba pasando por un momento difícil en su vida.
Había perdido a su trabajo y estaba luchando con la ansiedad y la depresión.
Un día, mientras caminaba por la calle, vio a un perro callejero acurrucado en un rincón.
El perro parecía triste y solo, y Juan sintió una extraña conexión con él.
Sin pensarlo dos veces, Juan se acercó al perro y comenzó a acariciarlo.
El perro respondió con un movimiento de cola y una mirada agradecida.
Juan decidió llevar al perro a su casa y adoptarlo.
Con el tiempo, la presencia del perro, al que llamó Max, se convirtió en una fuente de alegría y compañía para Juan.
Max era un perro muy cariñoso y juguetón, y siempre estaba allí para animar a Juan en los momentos difíciles.
Un día, Juan se enteró de un estudio científico que explicaba por qué se sentía tan bien en presencia de Max.
El estudio indicaba que cuando las personas interactúan con perros, ambos experimentan un aumento en los niveles de la hormona oxitocina en el cuerpo.
Juan se dio cuenta de que esta era la razón por la que se sentía tan conectado con Max.
La presencia del perro en su vida había ayudado a reducir su estrés, ansiedad y soledad, y le había dado una fuente constante de amor y compañía.
Desde entonces, Juan y Max se convirtieron en inseparables.
Ya no se sentía solo y triste, sino que había encontrado un amigo fiel que lo acompañaría en todas sus aventuras.
Y cada vez que abrazaba a Max, sabía que estaba experimentando los efectos curativos de la hormona del amor.