Érase una vez un modesto ratoncito que vivía tranquilo y feliz en el campo.
Su casita estaba dentro del tronco de un árbol y allí, entre árboles y campiña tenía todo lo que un ratón de campo podría desear.
Aunque no abundaba, no le faltaba grano que comer, ni espacio para jugar y corretear.
Un buen día, le vino a visitar su primo, el ratón de ciudad, que quedó espantado por el silencio, la tranquilidad, los olores y el sabor de la comida del campo.
El ratón de ciudad, horrorizado por todo lo que veía, le dijo a su primo que no había nada como vivir en la ciudad y le invitó a su casa para que lo comprobara por él mismo.
El ratón de campo se decidió a visitar a su primo y, en cuanto puso su patita en la ciudad se quedó horrorizado, todo era ruido, bullicio, gente yendo de un lado al otro, desagradables olores y suciedad.
Cuando entró a la casa de su primo, dentro del hogar de una familia, respiró aliviado. Allí quedó maravillado por el lujo en el que vivía.
En lugar de las humildes sillas hechas con cáscara de nuez, tenía una cama hecha con una suave tela y, su nevera estaba repleta de exquisitos manjares... ¡hasta tenía quesos de muy distintos sabores!
Estaban ambos ratones disfrutando de una deliciosa comida a base de pan y queso cuando de pronto escucharon...
- ¡MIAUUUUUUU!
Y fue entonces cuando vieron aparecer los bigotes de un enorme gato que comenzó a perseguirles por toda la casa.
El ratón de campo creía que aquel sería su último día sobre la tierra, pero consiguieron esconderse bajo un mueble.
Pensaron que allí había acabado su aventura cuando, el palo de la escoba de una mujer que gritaba, se abalanzaba sobre ellos y, de un golpetazo, los lanzaba por los aires fuera de la casa.
Fue allí mismo cuando el ratón de campo decidió despedirse de su primo.
Dejar los lujos y la comida abundante, y volver a su humilde casa en el campo, donde no siempre hay comida sobre la mesa y los muebles son modestos, pero donde disfrutaba de la paz y tranquilidad de su hogar.
—A ti te gusta la ciudad, pero yo prefiero el campo. Tu prefieres el ajetreo, la abundancia, los ruidos y la locura de la ciudad, yo prefiero mi humilde casita en el tronco de un árbol antes que vivir cada minuto de mi vida pensando que es el último. Prefiero disfrutar de una vida feliz teniendo poca cosa, que contar con grandes lujos y vivir atemorizado.
Y así regresó al campo y nunca jamás volvió a poner una patita en la ciudad.
Si le preguntaras a un profesor, te contestaría que la moraleja de esta historia es que el lujo y la abundancia no te deja tener una vida feliz, que optes por la vida humilde pero tranquila.
Pero... esto... ¿es así?
Desde aquí no voy a hacer una apología a malgastar en lujos innecesarios, pero algo de lo que me he dado cuenta con el paso del tiempo es que muchas personas que quieren lanzar un negocio multiespecie tienen la mentalidad de que el dinero es malo.
Y no es así.
El dinero es la herramienta que tenemos para tener un impacto en el mundo que nos rodea.
Por eso, debemos quitarnos esa creencia limitante y crear un negocio sobre unos valores y unos objetivos, que no vea el dinero como algo negativo.
Y sí, cuando emprendamos nos encontraremos muchos gatos, como este ratoncito, que se pondrán en nuestro camino.
Pero cuando aprendes a escaparte de ellos, todo funciona mucho mejor, ¿no crees?
Ahora me gustaría que me contaras algo.
¿Cuál es la relación que tienes con el dinero y por qué crees que es así?