Rodrigo Botero asegura que mientras sigamos apagando incendios, la deforestación seguirá creciendo.
Regreso de mi primer viaje a algunos bosques de la Amazonia colombiana y llego con la imagen de grandes áreas de bosque en el suelo y lotes en llamas. Como lo señalamos al final del primer semestre de 2020, más de 75.000 hectáreas fueron deforestadas en los primeros 100 días del año.
Durante el último trimestre sobrevolamos regiones que apuntaban a ser protagonistas de las alertas tempranas (que, a propósito, vamos a completar 9 meses sin reporte de alertas tempranas públicas por el Ideam).
Sectores como Mapiripán, Vistahermosa, Calamar o Camuya mostraban una deforestación febril, con procesos que se ven coordinados en tiempo, intensidad y localización, es decir, allí hay planeación.
También señalamos que se veía una explosión vial por muchas zonas, abriendo nuevos frentes de colonización y apropiación de tierras. Más de 280 km fueron abiertos en ese principio de año, en áreas que hoy tienen grandes fincas ya consolidadas, con corral, casa, ganado y familias administrando.
De nada sirvió nuestro aviso. Han entrado billones de pesos en adecuación de tierras, ganado y vías. ¿Por qué no hay resultados en esta dirección? La deforestación y la apropiación de tierras van en jet mientras la justicia y política de tierras, en mula.
Algunos parques nacionales, con actividad creciente en su interior, cada vez más ganadera a pesar de que la coca sigue siendo activa. Chiribiquete está siendo resquebrajado gravemente y no ha servido llorarlo; hay indolencia. Los resguardos Nukak y Yaguará, a los cuales les entraron gente, ganado, pastos, coca e, inclusive, tractores para hacer una “agricultura de verdad”.
Al final de diciembre, recorriendo todo el frente de colonización, llegaba a una triste conclusión: muy seguramente, la tasa de deforestación de 2020 estará cuando menos en el mismo nivel del año anterior, o superándola.
Los esfuerzos del sector ambiental no han sido correspondidos en la misma magnitud por otros. La feria de tierras en el mercado informal, además de la disputa territorial por actores armados cada vez más fuertes y con capacidad de regulación, son un incentivo para que este negocio se siga llevando las tierras y bosques que deberían asignarse a las comunidades campesinas que sufren del desamparo estatal y la rapacidad de los poderosos.