domingo, 5 de febrero de 2023

Fátima Vélez: 'Mi reto fue transformar lo que sabía en imaginación'


Vélez también es autora de libros de poesía, como 'Casa paterna' y 'Diseño de interiores'.

La escritora colombiana cuenta en detalle el proceso de creación de su novela 'Galápagos'.

Al final, todos mueren. No, no es spoiler. Y tampoco es cierto, al menos no del todo: los personajes de Galápagos son presencias a medio camino entre lo físico y lo inmaterial. Parte zombis, parte fantasmas, se embarcan en una travesía marítima a través de las islas que dan nombre a la novela de Fátima Vélez, poeta y narradora colombiana.

Esta iba a ser una entrevista clásica. Sin embargo, algo llamó mi atención: a Fátima le gusta transcribir, le apasiona. Pensé que hay que estar un poco loco, transcribir es la pesadilla de la mayoría de periodistas. Luego pensé: que sea ella misma quien hable de su novela, de cómo surgió la idea, de la enfermedad no nombrada en las páginas y que sabemos que es vih/sida, de Lorenzo Jaramillo y los personajes fantasmas, del amancebamiento entre poesía y prosa, de ese mar que es una costra en cuyas orillas habitan la vida y la muerte. Ella y no yo, la transcriptora transcrita. Acá está, pues, la voz de Fátima:

A mí me gusta transcribir. Ya sé que es raro y que a muchos les parece tedioso, pero si tuviera un trabajo en el que me pagaran por hacerlo, yo sería muy feliz. Porque cuando transcribo es como si estuviera escribiendo o como si una musa me dictara (risas). En las grabaciones encuentro materia, algo físico casi escultórico que voy cincelando mientras tecleo. Es una forma de escribir que luego nutre mi poesía y mi prosa.
Justamente 'Galápagos' surgió así. En 2010 vi el documental 'Nuestra película', de Luis Ospina. No sé si lo habrás visto (niego con la cabeza). Bueno, es sobre Lorenzo Jaramillo, un artista que en el momento de la grabación estaba muriendo de sida. Lorenzo y Luis hablan sobre cómo quieren hacer esa película, entonces, el documental se convierte en una conversación sobre la mejor manera de hacerla.

Esto me conmovió mucho, porque era la forma de darle a Lorenzo la oportunidad de contar su vida como le diera la gana, a él, que era un apasionado del cine. El resultado es un hombre que cuenta distintos episodios de su vida y que Luis Ospina transforma en hilos narrativos que siguen una secuencia de los sentidos: la vista, el olfato, el oído (se señala los ojos, la nariz, los oídos). El documental se convierte también en una reflexión sobre el arte desde la pérdida de lo sensorial. A mí esto me voló la cabeza. Me pareció muy hermoso.


La novela es publicada por Laguna Libros. 275 páginas.

Y como a mí me gusta transcribir, lo hice. Me asaltó ese deseo de capturar lo que decía el personaje, algo a medio camino entre lo solemne y lo coloquial. Lorenzo me pareció un personaje literariamente muy rico. Me impactó mucho su relación con la muerte, hasta entonces no había visto morirse a nadie frente a una cámara, él era un casi cadáver, una existencia delgada y translúcida (Lorenzo Jaramillo murió el 21 de febrero de 1992, dos meses después de la filmación). No sé cómo explicarte esa contradicción tan fuerte entre un hombre que agoniza y la cantidad de vida que produce al hablar. Aunque… eso es la enfermedad, ¿no? Vida que mata.

Transcribí el documental entero. Y al terminar me dije “uf, yo quiero hacer una novela sobre este personaje”. En esas, me acordé de que mi papá había perdido muchos amigos por el sida. Tengo ese recuerdo de la gente diciendo “se murió tal, se murió tal, se murió tal”. Así que le pregunté a mi papá si había conocido a Lorenzo y me dijo “sí, de hecho hicimos juntos un viaje a Galápagos, y de todos los que fuimos, el único que sobrevivió fui yo”. Él es un exagerado, porque no es el único superviviente de esta generación. Pero allí había algo, un hombre, una enfermedad, unas islas, el cielo, el mar. Algo.

Pensaba constantemente en este viaje y me fui topando con otros artistas que al igual que Lorenzo habían viajado a París, contraído sida y muerto: Luis Caballero, Antonio Barrera, Galaor Carbonell (todos personajes de su novela, zombis fantasmales, presencias que son y no son al tiempo). Tenía todo este cúmulo de información sobre mí, leí novelas como Al amigo que no me salvó la vida, Salón de belleza y Antes de que anochezca, entre otras más. Todo esto fue mi punto de partida… pero rápidamente me fui dando cuenta de que yo no quería hacer una novela histórica, sino otra cosa. Entonces, claro, empecé a pelear conmigo misma: que quiero ser más fiel a la realidad; que no, que tenés que ser experimental.

Con este proyecto en mente, me vine a Nueva York. Acá hice la maestría en Escritura Creativa de la NYU. Varias personas leyeron la novela, el esbozo que tenía, y me dieron anotaciones muy importantes. Entre ellas, Diamela Eltit y Lina Meruane que dijeron algo trascendental: que yo no debía ser fiel a nada y que lo mejor que podía hacer era despojarme de esa pretensión de ser veraz y verosímil. “Adelante, habita otros reinos”, me dijeron. Y eso hice. ¿Que los personajes querían irse por un lado? Que se fueran. ¿Qué la historia era esta y no otra? Que podía hacer yo (y levanta los hombros). Todo esto fermentó hasta convertirse en otra cosa, en un tiempo sin tiempo, en un lugar sin lugar.Juntos en un barco, a la deriva

¿Qué por qué no nombro la enfermedad en 'Galápagos'? Porque no quería tener un punto de referencia muy concreto. Deseaba que el imaginario de la enfermedad fuera lo más subjetivo posible. Aunque otro motivo fue el hálito de misterio que el sida mismo tenía en sus inicios, cuando no tenía nombre o muy pocos lo habían escuchado o aún no se dimensionaba qué significaba ser portador. Un misterio que hace que Lorenzo (el Lorenzo de ella, el suyo, de nadie más) niegue que hay algo mal con su cuerpo, porque no saber es otra forma de salvación.

(La cámara se congela un momento, la voz se entrecorta, por un instante Nueva York y Bogotá vuelven a estar a miles de kilómetros de distancia, a horas y horas de viaje la una de la otra).


Nacida en Manizales en 1985, Fátima Véllez actualmente reside en Nueva York.

No, no creo que haya sido intencional de mi parte cambiar las narrativas seropositivas, ¿sabes? (Sí escuchó la pregunta, siento alivio, respiro mejor). Quizá es que también muchas de las historias sobre el sida se centran en el desahucio y en el cuerpo que enferma y lo pierde todo. Estos zombis que creé (en parte inspirados por la novela Mapocho de Nona Fernández) se tienen a sí mismos para valerse. No pierden su cuerpo ni lo entregan a la enfermedad, lo tienen consigo y eso significa seguir comiendo, tomando, sintiendo deseos entre sí. Pero también es que el cuerpo se desgasta, a pesar de estar muertos. Están juntos en un barco, a la deriva. El otro lado como un carnaval, como lo llamas, para notar esa diferencia con mucha de la literatura seropositiva. Pero más allá de eso, es también el encanto de qué pasa después de la muerte. Es un lugar tan posible como imposible, ya que no sabemos qué es. Puede que la muerte sea este barco a la deriva que recorre las islas Galápagos con un grupo de zombis fantasmales en sus camarotes, o puede que no.

Casi me matan en la editorial porque me puse a quitar los puntos y reemplazarlos con las comas

Y así como estos personajes no paran de estar vivos luego de sus muertes, la novela no podía parar. Por eso la coma fue un signo de puntuación tan importante para mí, y fue hermoso encontrarla, resignificarla, sacarla de esas ataduras con las que nos enseñan que existe solo para marcar pausas (sonríe visiblemente emocionada, su voz se acelera, su voz es una coma que quiere dejar de serlo). Aunque esta coma no siempre estuvo ahí. En la última versión, la que estaba ya casi lista para imprimirse, lo que había era una presencia más fuerte del punto. Pero al leer de nuevo todo, yo dije “esta novela no puede parar, tiene que seguir, seguir, seguir” (estira frente a frente los índices de cada mano y los gira entre sí, como un molino). Casi me matan en la editorial porque me puse a quitar los puntos y reemplazarlos con las comas. Me gustó mucho el resultado: un ritmo muy marino, de oleaje, de algo que viene y va, de una ola que se anticipa.

(Habla del mar y le pregunto por las descripciones. Nada más difícil que describir al cielo y al mar, dos escenarios que ya hoy tienen la fuerza del lugar común tras siglos de novelas, poemas y cuentos. 'Galápagos' es puro mar y cielo en su segunda parte. ¿Cómo lo hizo?, quiero saber. ¿Cómo se enfrentó al lugar común?).

Influyó mucho que no he estado en Galápagos. Tomé tours virtuales, investigué, encontré cosas tan curiosas como que hay una niebla por la humedad, una capa que surge en el horizonte. Mi reto fue transformar lo que sabía en imaginación, en puro trabajo literario. No quería tampoco crear algo demasiado concreto. Deformé estos paisajes, los alejé de sus referentes más inmediatos, creé una atmósfera con ellos. El resultado fueron estas islas mitad mágicas, mitad fantasmas, habitada por todas estas criaturas fantásticas de la realidad. Aunque si hubiera conocido Galápagos, también hubiera buscado este enrarecimiento a toda costa.

Como poeta y como narradora siempre me ha preocupado el lenguaje. Colombia ha sido un país muy correcto en su poesía. Una poética de lingüistas, de tradiciones solemnes, de pocos riesgos. Sin embargo, ha habido poetas que aparentemente han pertenecido a esta tradición y lo que han hecho es burlarse de ella, por ejemplo, Porfirio Barba Jacob. Yo me inscribo allí, donde el lenguaje es un campo de juego y no una fórmula. Creo que por eso mi poesía es muy narrativa y mi narrativa muy poética: es desdibujar las líneas, tirar abajo zonas rígidas. Por eso también me gusta mucho esta explosión de mujeres poetas que están haciendo exploraciones muy interesantes. Entre ellas, destaco a María Paz Guerrero. Sus poemas narran, son bellísimos, casi piezas escultóricas que se ven.

Quizá por eso me gusta tanto transcribir, porque en el habla despojada encuentro estos cruces entre lo poético y lo “coloquial”. También puede que sea que me gusta el chisme, lo cual es bastante cierto (risas). Pero a través de las conversaciones es que uno descubre cómo funciona el lenguaje. Me encanta transcribir una conversación y luego tener que condensarla en un diálogo literario, en un poema. Al editar ese material no estoy recortando, sino dándole sentido, buscando una voz, plasmando un ritmo que otro me dio. En 'Galápagos' muchos diálogos son horas de conversaciones editadas. Y sé que vos (me habla directamente, sus ojos son dos índices que me señalan) vas a trascribir y a editar todo esto, para buscar mi voz y hacer legible lo que dije.

Qué bonito es transcribir, ¿no?