Yo sé, decir “matemáticas” todavía suena a trauma para mucha gente. Hay quienes aún tiemblan cuando ven una raíz cuadrada, otros recuerdan con nostalgia al profe buena gente que los salvó con un dos coma cinco, y están quienes juraron nunca más volver a sacar una calculadora… y la vida les llevó a ser contadores o ingenieros. A mí, en lo personal, nunca me disgustaron las matemáticas, pero sí me costó conectar con la forma en la que muchas veces nos las enseñaban: como si fueran frías, exactas y ajenas a nuestra vida emocional.
Hace unos días leí en RCN Radio que están fortaleciendo el aprendizaje matemático con herramientas digitales en colegios públicos de Colombia. Y lo primero que pensé fue: ojalá esta vez sea distinto. No porque la tecnología tenga la culpa —yo soy de la generación que creció con ella—, sino porque la forma en que la usamos cambia completamente lo que sentimos frente a aprender.
Lo que me pareció potente de la noticia no fue que estén usando apps o plataformas para enseñar fracciones o álgebra. Lo que me movió fue que están tratando de volver las matemáticas algo más humano. Más cotidiano. Más conectado con lo que vivimos. Y eso, al menos para mí, sí puede hacer la diferencia. Porque al final uno no recuerda solo lo que aprendió, sino cómo lo hizo sentir quien lo enseñó.
Me puse a pensar en cómo hubiese sido mi colegio si hubiésemos tenido más de estas herramientas, pero también más espacios para decir: “No entendí” sin que eso sonara a fracaso. O para aprender con juegos, con historias, con preguntas reales y no solo con fórmulas memorizadas. Porque lo cierto es que muchos de nosotros cargamos heridas escolares que nunca se ven en un boletín.
Y eso me lleva a algo que ya he compartido antes en mi blog Juanmamoreno03.blogspot.com: el aprendizaje no es solo mental, también es emocional y espiritual. Y no, no digo esto desde un lugar de misticismo barato, sino desde lo que realmente he vivido. Aprender, cuando es genuino, también es sanar. También es reconocerte capaz, también es creer en ti otra vez.
Por eso me emociona que hoy se hable de educación digital desde una mirada más amplia. Que no sea solo “más acceso”, sino también “más acompañamiento”. Que no se piense solo en el contenido, sino en el contexto. Porque en muchos colegios públicos, la brecha no es solo tecnológica: es de afecto, de autoestima, de dignidad.
Y aunque me alegra ver avances como este, también creo que hay mucho por revisar. Por ejemplo: ¿quién enseña a usar esas herramientas digitales? ¿Los profes están preparados o solo los llenan de capacitaciones desconectadas? ¿Qué pasa con los niños que no tienen buena conexión en su casa? ¿Qué acompañamiento se les da emocionalmente cuando se frustran? Porque una app no reemplaza una mirada compasiva. Ni un algoritmo reemplaza a un profe que te llama por tu nombre.
En uno de los blogs que más admiro, Bienvenido a mi blog (juliocmd.blogspot.com), he leído textos que nos recuerdan que educar no es solo formar mentes, sino despertar conciencias. Y me parece que eso aplica perfecto aquí. Porque si la tecnología no nos ayuda a formar seres humanos más conscientes, más empáticos, más despiertos… entonces solo estamos digitalizando el mismo modelo que ya estaba agotado.
Yo sueño con una educación donde las matemáticas no sean solo números, sino lenguaje para entender la vida. Donde sumar no sea solo una operación, sino una manera de incluir. Donde dividir no sea una amenaza, sino una oportunidad para compartir. Donde el resultado no sea lo más importante, sino el proceso. Y si la tecnología nos puede ayudar a eso… bienvenida sea.
En casa hemos hablado mucho de esto. En especial con mi familia, que también ha tenido que reinventarse mil veces para adaptarse a este mundo cambiante. Y en proyectos como los de Todo En Uno.Net, lo hemos vivido: la tecnología, cuando se integra con propósito, puede ser transformadora. Pero cuando se usa sin alma, se vuelve solo pantalla.
Hoy quiero invitarte a que, si eres profe, estudiante, padre, madre o simplemente alguien que aún cree en la educación, te preguntes: ¿qué estás enseñando realmente? ¿Solo contenidos… o también formas de habitar el mundo? ¿Estás educando para que otros pasen un examen… o para que vivan con más conciencia?
Tal vez las matemáticas pueden volver a ser ese puente que une razón y emoción. Tal vez una app puede ser la chispa que enciende la curiosidad de alguien que ya se sentía perdido. Tal vez, solo tal vez, estamos empezando a sumar con el alma. Y eso, para mí, es el tipo de educación que vale la pena multiplicar.
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