La vida nos regala preguntas constantemente. A mis 21 años, me encuentro en ese espacio intermedio entre el vértigo de la juventud y el sosiego que traen los pequeños aprendizajes diarios. Hoy quiero compartir contigo una de esas preguntas que, aunque nace en el ámbito legal, se cuela en la cotidianidad de nuestras familias, en la intimidad de los afectos y en el pulso de la responsabilidad: ¿hasta cuándo estamos obligados, como padres o hijos, a sostener esa cuota alimentaria que va más allá de lo material?
Según la normativa colombiana, y lo reconfirman entidades como el Ministerio de Justicia y del Derecho, la obligación de los padres de proveer alimentos a sus hijos no se extingue automáticamente al cumplir los 18 años. Se extiende mientras los hijos “estén estudiando y no cuenten con recursos para sostenerse” hasta los 25 años. Por supuesto, también hay matices por discapacidad u otras condiciones especiales.
Permíteme abrir el corazón y contar cómo esta verdad legal resuena en lo humano, en la experiencia tangible de familias, sueños, tensiones y esperanzas.
Cuando era adolescente, veía a mis padres trabajar, sacrificar horas, improvisar en presupuestos, todo por asegurarse de que no nos faltara nada a mis hermanos y a mí: comida, techo, atención médica, escuela. Esa imagen se me grabó y me llevó a comprender que “alimentar” no es sólo dar algo material, es anticipar, acompañar, soñar juntos.
Hoy imagina que ese hijo al que se le exigió el bachillerato está en la universidad, con 22 años. ¿Debe dejar de recibir ese apoyo? La jurisprudencia colombiana dice que no necesariamente, siempre que siga estudiando y no pueda mantenerse por sí solo. Y eso me lleva a pensar: ¿qué significa “no poderse mantener por sí solo”? No sólo el ingreso, también la estabilidad emocional, la orientación, el apoyo que trasciende lo económico.
Esta extensión de la obligación hasta los 25 años no es una sentencia automática. Es una tutela de la autonomía, un puente para que el joven adquiera capacidad de sostén propio, hasta que la vida le exija “sostenerse solo” sin que el apoyo desaparezca de un día para otro.
Saber esto me hace ver dos caras de la moneda. Una: la de los padres que sienten el peso del deber, que quizá tienen 50 años o más, y siguen siendo “el sostén” pensando que sus hijos “todavía no pueden”. Otra: la de los jóvenes que, con 23 o 24 años, sienten la tensión entre seguir “recibiendo” y empezar a “contribuir”.
Desde una mirada humana, diría que este tema no es sólo legal: es simbólico. Al apoyar a un hijo hasta esa edad, estamos diciéndole: “Confío en ti, quiero que seas independiente, pero no te dejo solo”. Es un mensaje poderoso de amor y responsabilidad compartida.
Pero también hay tensión: los recursos son finitos, las expectativas sociales cambian, la economía se ajusta. Padres que tienen otros hijos, obligaciones propias de jubilación, cargas crecientes. Jóvenes que estudian, sí, pero también trabajan o necesitan hacerlo, o que quizá eligieron otro camino, no el tradicional de universidad. Y amigos, ahí está el choque: ¿y si ya puede mantenerse? ¿Y si decide dejar de estudiar y necesita empezar a laborar?
La ley no ignora esto. El mecanismo de exoneración existe: cuando queda demostrado que ya no existe impedimento para que el hijo se sostenga por sí mismo, se puede solicitar que la obligación termine. Eso es vital: la obligación no es eterna ni absoluta, sigue condicionada a la necesidad y a la dependencia efectiva.
Ahora bien: ¿qué pasa en la práctica en Colombia hoy? Los jóvenes enfrentamos una realidad: empleo informal, salarios bajos, techo lejos, crisis económica, mudarse para estudiar. En ese contexto, este “tope” legal de los 25 años cobra aún más importancia. Es el tiempo para que los padres y los hijos dialoguen, organicen, planifiquen.
Recuerdo una conversación con un amigo que con 24 años estaba terminando su pregrado, viviendo con sus padres, pero trabajando medio tiempo, pagando arriendo pequeño. Su papá le dijo: “Yo ya hice mi parte, y ahora debes prepararte para volar”. Ambos tenían miedo: el joven de no poder, el padre de dejar de ser necesario. En ese espacio incómodo, apareció la norma que lo regula: si estás estudiando y no te sostienes solo, hay obligación hasta los 25.
Y reflexioné: la ley ayuda a marcar ese “tiempo razonable”, pero la responsabilidad emocional va más allá de lo legal. No se trata de llenar formularios, sino de conversación, de acompañar, de entender cuando el hijo ya no depende totalmente o cuando el padre ya no puede asumir completamente.
Como joven conectado con la tecnología, con la transformación digital, con la sociedad que cambia rápido, pienso en otro matiz: hoy los estudios no siempre siguen el patrón “universidad entre 18 y 22”. Muchos posgrados, empleados que estudian a 24, 25, 26 años. ¿Eso implica que la obligación se extienda indefinidamente? La jurisprudencia lo aclara: ese “hasta 25 años” tiene sentido como un límite razonable de formación, más allá del cual la dependencia indefinida se considera injusta para los padres. Y si hay discapacidad, la obligación se alarga sin tope fijo; estamos en otro escenario.
Entonces, en esta era digital, donde los tiempos educativos se diversifican, la norma exige flexibilidad y reflexión: cada caso es único.
Quiero cerrar con una invitación al diálogo real y profundo: Si eres padre/madre, haz esta pregunta hoy: “¿mi hijo aún necesita este apoyo? ¿Estoy acomodando mi vida para sostenerlo o estoy preparándolo para que viva su propia?”. Y si eres hijo mayor de edad que sigue recibiendo apoyo, pregúntate: “¿Estoy avanzando hacia mi autonomía? ¿Estoy obligado a depender o quiero saber cuándo tomar las riendas?”
Cuando conversas con tus padres, no lo hagas como “exigir” o “requerir”, sino como unión familiar. Es parte del camino que tanto ustedes han recorrido juntos. Y si tú eres joven profesional o estudiante, sé honesto contigo mismo: vivir bajo el techo de otros puede ser un apoyo, pero también una invitación a crecer.
Porque al final, la cuota alimentaria no solo se trata de dinero: se trata de cuidado, de acompañamiento, de confianza mutua —de que tanto quien da como quien recibe, den lo que pueden y reciban lo que necesitan para transformarse.
¿Sentiste que esto te habló directo al corazón? Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.
Agendamiento: Whatsapp +57 310 450
7737
Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros
grupos
Grupo de WhatsApp: Unete a nuestro
Grupo
Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal
Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo
👉 “¿Quieres más tips como
este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario