domingo, 23 de noviembre de 2025

Cómo es un divorcio en la Generación Z?



(Un ensayo desde la voz de un joven que está aprendiendo a amar en tiempos líquidos)

A veces siento que mi generación vive con el alma en modo “pantalla dividida”. Una parte quiere construir historias profundas, de esas que uno imagina que contarán los hijos o los nietos; y otra parte está cansada, agotada, descreída, preguntándose si todavía vale la pena creer en algo que dure. Entre esas dos fuerzas nos movemos, y por eso hablar de divorcio en la generación Z es casi como hablar del amor mismo: hay que tener valor para mirarlo de frente.

He escuchado a muchos decir que divorciarse a los veintitantos o treintaitantos es “fracasar tempranito”. Pero yo lo veo distinto. Mi generación no se divorcia por moda ni por falta de compromiso —aunque claro, hay quienes de verdad nunca aprendieron lo que significa comprometerse—. Más bien, se divorcia porque crecimos viendo relaciones sostenidas por silencio, miedo, presión social o el deseo de encajar en lo que una familia debía ser. Muchos crecimos preguntándonos si eso era amor… o costumbre.

Y cuando nos tocó a nosotros amar, con todos los contrastes del mundo digital, decidimos que no queríamos repetir patrones que le dolieron a nuestros padres y abuelos.

A veces me siento dividido entre mis ganas de creer en el amor romántico, como lo escribe mi familia en sus blogs —esas reflexiones profundas sobre la vida, la fe y el sentido, como las que encuentro en Mensajes Sabatinos (https://escritossabatinos.blogspot.com/) o en Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías (https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com/)— y la realidad de mis amigos, que hablan del amor casi como un contrato flexible: “si deja de servir, se termina”.

La verdad es que el divorcio en la generación Z está lleno de paradojas. Podemos conectar con miles de personas con un solo toque, pero desconectarnos emocionalmente de alguien con ese mismo gesto. Podemos construir intimidad profunda por mensajes de voz a las 2:00 a.m. y perderla al día siguiente con un “creo que esto no está funcionando”.

Amamos rápido. Nos ilusionamos rápido. Y a veces nos vamos rápido.

Pero también sentimos profundo, casi brutalmente profundo.

Quienes piensan que el divorcio para un joven es más fácil que para generaciones anteriores no conocen la sensación de terminar una vida que recién estaba empezando a ser vida. No saben lo que es ver cómo un plan conjunto —viajes, mascotas, proyectos, sueños— se convierte en carpetas sueltas de Google Drive que ya no sabemos si borrar o guardar “por si algún día”.

He escuchado historias de parejas que se casaron en pandemia porque pensaron que la vida era frágil, y luego se divorciaron porque descubrieron que ellos mismos también lo eran. Otros se casaron porque querían construir “lo que no tuvieron”, y terminaron dividiéndose porque nunca aprendieron cómo construirlo. Y también están quienes lo intentaron todo, quienes fueron a terapia, quienes leyeron libros, quienes buscaron respuestas en la espiritualidad —como tantos textos hermosos que he leído en Bienvenido a mi blog (https://juliocmd.blogspot.com/)— y aun así no lo lograron.

No por falta de amor, sino porque el amor no fue suficiente.

Mi generación creció con la idea de reinventarse cada cierto tiempo. Cambiar de carrera, de ciudad, de estilo de vida… de pareja. A veces esa flexibilidad es libertad; otras veces, excusa. Pero el divorcio, cuando llega, nos confronta con la parte más humana que tenemos: esa que no se arregla con actualizaciones, ni con parches, ni con “modo oscuro”. Esa que duele, que te deja vacío, que te obliga a mirarte en un espejo que ya no tiene al otro reflejando tus mejores partes.

Y sin embargo, algo curioso pasa: incluso en ese dolor, surge la claridad.

Un amigo que se divorció a los 24 me dijo hace poco: “No sabía quién era hasta que tuve que volver a vivir solo conmigo mismo”. Y yo pensé en cuántas veces evitamos estar con nosotros mismos porque nos da miedo descubrir que aún estamos incompletos. Por eso muchos divorcios en la generación Z no son rupturas… son renacimientos.

Pero renacer también cansa.

Mi generación sabe que amar implica decidirse a sentir, aunque duela. Y divorciarse, aunque suene extraño, también es un acto de amor: amor propio, amor por la verdad, amor por la libertad de ambos. No siempre, claro. A veces es berrinche. A veces es impulsivo. A veces es herida. Pero muchas veces, es valentía.

He leído muchas reflexiones sobre relaciones en El blog Juan Manuel Moreno Ocampo (https://juanmamoreno03.blogspot.com/) y siempre encuentro un hilo común entre generaciones: todos queremos ser vistos, escuchados y elegidos. No solo al principio, también después. También cuando la vida se pone pesada. También cuando el otro cambia —porque siempre cambiamos—.

Tal vez lo que diferencia a la generación Z no es que se divorcie más o menos, sino que lo hace con menos vergüenza y más consciencia. No para evitar comprometerse, sino para dejar de sostener lo insostenible. Para no repetir cadenas emocionantes disfrazadas de destino.

Y aun así, tenemos esperanza.

Sí, somos una generación que se divorcia. Pero también somos una generación que está aprendiendo a pedir perdón, a hablar de emociones, a ir a terapia, a reconocer traumas, a sanar heridas familiares… cosas que generaciones anteriores no siempre tuvieron el espacio de hacer. Somos hijos del caos, pero también de la conciencia.

Yo creo que, en el fondo, el divorcio en mi generación no es el final de una historia. Es el final de una versión de nosotros mismos que ya no puede crecer ahí. Y eso, aunque duela, es profundamente humano.

A veces pienso que tal vez amar hoy requiere más valentía que nunca. Porque debemos construir algo sólido en un mundo líquido. Porque debemos entregarnos sin garantías. Porque debemos aceptar que nada es “para siempre”, pero que aun así vale la pena construir como si lo fuera.

Eso, para mí, es madurar.

Amar con esperanza, aunque sepamos que existe el divorcio.
Amar con presencia, aunque exista la distracción.
Amar con verdad, aunque duela.

Al final, un divorcio no define a mi generación.
Lo que nos define es cómo seguimos creyendo —en nosotros, en el amor, en la vida— después de atravesarlo.

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— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

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