Dime la verdad...
¿Cuántas horas al día duerme tu gato?
No tú, ¿eh? Tu gato.
(Que nos conocemos).
Si tu respuesta es “muchas”, “casi todo el día” o “apenas lo veo despierto”, necesito que sigas leyendo.
No solo porque puede que tu gato esté deprimido, sino porque tal vez —sin darte cuenta— tú también lo estés.
Los gatos duermen entre 12 y 16 horas al día. Suena envidiable, lo sé.
Pero cuando duermen más de 18 o 20 horas, cuando ya no juegan, no exploran, no se acercan a ti ni muestran curiosidad… eso no es calma.
Eso es desconexión.
La veterinaria Andrea Jiménez Borrero lo llama “el gato invisible”: un animal que no está enfermo, pero que ha dejado de vivir.
Y me impactó esa idea porque, mientras leía sobre ellos, no podía dejar de pensar en nosotros.
¿Cuántas veces hacemos lo mismo?
Comemos, dormimos, trabajamos, repetimos.
No gritamos, no rompemos nada, no pedimos atención.
Pero dentro, algo se apaga.
Nos volvemos humanos invisibles.
Un gato invisible no caza ni siquiera por juego.
No tiene desafíos mentales ni rutinas que lo estimulen.
Vive en un entorno cómodo, pero vacío.
Y lo peor es que no se queja.
No hace ruido, no rompe nada.
Solo se rinde.
Y entonces me pregunto:
¿cuántas personas viven rendidas sin saberlo?
¿Cuántos jóvenes —de mi edad o mayores— están dormidos con los ojos abiertos, creyendo que “así es la vida”?
En mi casa, a veces miro a mi gato y pienso que es un espejo.
Cuando está curioso, alerta, cuando salta o juega con una sombra, siento que la vida también me mira así: esperando que me mueva, que me atreva, que explore.
Pero cuando lo veo dormido todo el día, en el mismo rincón, quieto, casi sin alma, algo dentro de mí se reconoce en él.
Y es que nosotros también hemos perdido el juego.
Dejamos de cazar sueños.
Dejamos de explorar nuevas rutinas.
Dejamos de saltar sin saber si caeremos de pie.
Nos decimos: “Estoy tranquilo”, pero en realidad estamos anestesiados.
Nos acostumbramos a la calma del sofá, al piloto automático, a la repetición que parece paz.
Pero la calma no siempre es equilibrio.
A veces es resignación.
A veces es miedo disfrazado de serenidad.
Leí en Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías que “Dios no te observa para juzgarte, sino para recordarte que aún puedes despertar.”
Y esa frase, tan simple, me recordó algo esencial:
no se trata solo de abrir los ojos, sino de abrir el alma.
Tu gato necesita estímulos. Tú también.
Un paseo, una conversación real, un cambio de rutina, un proyecto que te emocione, un silencio que no sea vacío.
Pequeñas cosas que te devuelvan el pulso de estar vivo.
Porque el aburrimiento crónico no es descanso: es desconexión.
Y tanto el gato como el humano necesitan un propósito que los despierte.
A veces pienso que somos una generación que vive rodeada de pantallas, pero con el alma en modo “ahorro de energía”.
Nos movemos rápido, pero sentimos lento.
Y la vida se convierte en eso: un loop predecible, cómodo, pero sin alma.
Mientras tanto, los gatos —esos maestros silenciosos— nos enseñan algo más profundo que cualquier video motivacional:
la importancia de estar presentes, de observar, de jugar, de sentir.
No se trata solo de cuidar al gato.
Se trata de cuidar la conexión.
Porque cuando un gato vuelve a jugar, vuelve a confiar.
Y cuando nosotros volvemos a sentir, también lo hacemos.
Recuerdo haber leído en Mensajes Sabatinos una frase que me marcó:
“Quien deja de buscar, empieza a apagarse.”
Y sí.
Un gato invisible deja de buscar porque cree que ya no hay nada que encontrar.
Un ser humano invisible hace lo mismo.
La buena noticia es que ambos pueden despertar.
El gato puede volver a moverse si alguien lo invita a hacerlo.
Y tú puedes recuperar la energía si decides cambiar un solo hábito:
salir, mirar, hablar, escribir, rezar, jugar, amar.
No necesitas hacer mucho.
Solo dejar de ser un espectador de tu propia vida.
Tu gato no está durmiendo tanto porque esté cómodo, sino porque no tiene nada que hacer.
Y tú no estás cansado porque trabajes demasiado, sino porque ya no te emocionas por casi nada.
El cansancio del alma se parece mucho al sueño del gato invisible: silencioso, prolongado, invisible para los demás.
Pero dentro, ambos esperan algo.
Esperan un llamado.
Y ese llamado puede ser una caricia, una conversación, una nueva ilusión o un recordatorio de que todavía hay algo por descubrir.
En Bienvenido a mi blog, una vez escribí:
“El alma se alimenta de movimiento, pero también de sentido.”
Y cuanto más lo pienso, más claro me queda: lo contrario de la depresión no es la alegría, sino el sentido.
Lo que nos salva no es dormir más, sino despertar mejor.
Hoy, mientras escribo esto, mi gato me mira con esos ojos medio abiertos que no sabes si sueñan o piensan.
Y siento que me está recordando algo:
la vida no está hecha solo para descansar en ella, sino para vivirla.
Así que, si tu gato duerme más de lo normal, no te alarmes, pero obsérvalo.
Juega con él, háblale, préstale tu energía.
Haz lo mismo contigo.
Si te has sentido invisible, aburrido, o simplemente apagado, recuerda:
no naciste para dormirte en la rutina.
Naciste para moverte, explorar y conectar.
Tal vez ese gato que duerme veinte horas solo está esperando a que tú despiertes primero.
¿Sentiste que esto te habló directo al corazón?
Escríbeme, cuéntame tu historia o compártelo con quien sabes que lo necesita.
Agendamiento: Whatsapp +57 310 450
7737
Facebook: Juan Manuel Moreno Ocampo
Twitter: Juan Manuel Moreno Ocampo
Comunidad de WhatsApp: Únete a nuestros
grupos
Grupo de WhatsApp: Unete a nuestro
Grupo
Comunidad de Telegram: Únete a nuestro canal
Grupo de Telegram: Unete a nuestro Grupo
👉 “¿Quieres más tips como
este? Únete al grupo exclusivo de WhatsApp”.
— Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

No hay comentarios.:
Publicar un comentario