Hay temas que aparecen de repente en redes o en las noticias y uno siente que le tocan fibras que no sabía que tenía. Eso me pasó con la idea de crear una especie de “cédula” o registro oficial para perros y gatos en Colombia. La noticia volvió a circular hace poco —ese tipo de temas que no mueren, solo cambian de forma— y, aunque pareciera algo simple, realmente toca capas más profundas: la forma en que nos relacionamos con los animales, la manera como funcionan nuestras instituciones, y hasta qué tanto estamos preparados para asumir responsabilidades reales como sociedad.
Cuando leí los titulares, mi primera reacción fue cuestionar si esto es una solución o solo una formalidad. No soy radical, no voy por la vida diciendo “sí” o “no” a la primera. Soy más de mirar alrededor, de observar a la gente, de escuchar historias, de mirar lo que veo cuando camino por el barrio o cuando acompaño a alguien a adoptar un animal. Y a veces uno encuentra cosas que no siempre caben en un proyecto de ley.
He aprendido en casa —entre conversaciones largas, reflexiones que empiezan en el comedor y terminan en los blogs que leo desde niño, como Bienvenido a mi blog (https://juliocmd.blogspot.com/) o los textos espirituales de Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías (https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com/)— que la vida siempre es más compleja de lo que parece. Y que cada decisión trae consecuencias visibles y otras que solo se entienden años después. Con los animales pasa lo mismo: creemos que son “mascotas”, pero en realidad son vínculos, espejos, silencios que acompañan, terapias vivientes que muchos ni buscan, pero reciben sin darse cuenta.
En teoría, una cédula para animales suena lógica. Permitiría identificar al responsable, ayudaría a reducir el abandono, permitiría controlar vacunas, facilitaría denuncias en caso de maltrato, organizaría adopciones, y daría un paso hacia reconocer que un animal no es un objeto. Pero la pregunta que siempre me hago es: ¿estamos listos como sociedad para una medida así? ¿O solo estamos poniendo un parche para la herida sin limpiarla primero?
He visto demasiados casos de abandono para pensar que una cédula lo resolvería todo. He visto familias que adoptan con emoción y meses después no pueden sostenerlo. Personas que aman profundamente a sus animales, pero no tienen los recursos para atenderlos. Otras que los ven como parte de su familia, y otras que los usan como accesorios para una foto y luego los descartan. No es cómodo decirlo, pero es real. Lo vi reflejado incluso en una reflexión que publiqué hace un tiempo sobre los vínculos y el abandono temprano en mi blog personal (https://juanmamoreno03.blogspot.com/), y no era solo sobre personas: aplica también para cómo tratamos a los animales.
Y entonces me pregunto: ¿qué es más urgente, registrar a los animales o educar a los humanos?
La idea de un documento para mascotas toca un tema profundo: la responsabilidad. Y la responsabilidad no se tramita. No te la entregan en ventanilla. No se renueva cada diez años. La responsabilidad nace en un gesto sencillo: escoger a alguien —un animal, una persona, un sueño— y comprometerte de verdad. Eso nadie te lo enseña en la ley. Eso lo aprendes en la vida, en la familia, en los blogs que te siembran preguntas y no respuestas, como en Mensajes Sabatinos (https://escritossabatinos.blogspot.com/), donde cada reflexión va más allá de lo inmediato.
Pero también entiendo la intención. Vivimos en un país donde hay miles de animales abandonados, donde cada día se publican casos de maltrato, donde muchos municipios no tienen refugios suficientes, donde los voluntarios hacen más que las instituciones. En un lugar así, registrar oficialmente a los animales podría ser un paso para crear estadísticas reales, políticas públicas y programas de protección. No se trata solo de tener un número y una foto, sino de empezar a construir datos para transformar la realidad. Y ahí sí veo valor.
Sin embargo, también pienso en quienes no tienen recursos. En los barrios donde la gente rescata animales porque sí, porque el corazón se les ablanda sin pensarlo dos veces. En los abuelos que viven solos con un perro sin raza que encontraron en la calle. En las familias que apenas pueden con lo justo, pero aun así comparten su comida con su gato. ¿Una cédula sería un beneficio o una nueva carga? ¿Ayudaría o excluiría?
Cada vez que reflexiono sobre esto, termino conectado con ideas que he leído en los blogs de mi familia, especialmente en Organización TodoEnUno.NET (https://organizaciontodoenuno.blogspot.com/), donde se habla de la responsabilidad desde un enfoque más empresarial, pero que igual aplica: nada cambia de verdad mientras la cultura no cambia. Y la cultura no cambia desde la ley, sino desde la conciencia.
La noticia también generó reacciones fuertes entre animalistas. Algunos creen que es una invasión innecesaria, otros que es una oportunidad para que el Estado se tome en serio la protección animal. Yo siento que ambas posiciones tienen algo de razón. No podemos negar que el país necesita orden y reglas para que las cosas funcionen. Pero tampoco podemos pensar que registrar a los animales es suficiente para transformar nuestra relación con ellos.
La verdad es que amamos a los animales, pero también los usamos, los olvidamos, los romantizamos o los idealizamos. Son compañía, pero no reemplazan a las personas. Son seres vivos, pero a veces los tratamos como adornos. Y creo que todo eso debe entrar en la conversación, aunque incomode.
Hay algo que me quedó sonando de la lectura de Amigo de ese ser supremo (https://amigodeesegransersupremo.blogspot.com/): la idea de que la vida te pone frente a seres —humanos o animales— que vienen a enseñarte algo. Yo sé que suena espiritual, pero lo digo desde lo más simple: los animales nos muestran quiénes somos cuando nadie nos ve. ¿Cómo los tratamos? ¿Qué hacemos cuando lloran, cuando ladran, cuando se enferman? ¿Seguimos ahí o buscamos excusas?
Si alguna vez has visto a un perro acompañar a alguien en silencio durante un duelo, o a un gato sentir la energía de una casa cuando la tristeza es pesada, sabes que no estamos hablando de trámites. Estamos hablando de vínculos.
Y tal vez esa sea la conversación que nos falta: hablar menos de cédulas y más de relaciones verdaderas. De educación emocional. De respeto. De empatía. De entender que un animal no es un juguete para diciembre ni una moda. Que son almas pequeñas que sienten, que sufren, que esperan.
Por eso creo que, si este proyecto avanza, debería venir acompañado de campañas serias de adopción responsable, de programas que ayuden a esterilizar, de apoyo económico para quienes no puedan asumir todos los costos, de educación en colegios, de políticas reales contra el maltrato. Sin eso, una cédula es solo un documento más.
A veces pienso que la vida sería más fácil si los humanos tuviéramos el mismo nivel de lealtad, amor sin condiciones y sinceridad que tienen los animales. Ellos no necesitan papeles para saber quiénes somos. Solo nos miran y lo entienden. Tal vez, en ese sentido, somos nosotros quienes necesitamos una cédula emocional que nos recuerde cómo tratar a los seres que dependen de nosotros.
Y mientras escribo esto, vuelvo a mi blog (https://juanmamoreno03.blogspot.com/) y me repito algo que me dijo mi papá hace muchos años: “La verdadera responsabilidad no te la imponen; te la ganas con tus actos”. Si vamos a hablar de registrar animales, hablemos también de registrarnos a nosotros mismos frente a ellos. ¿Quién soy yo para el animal que me acompaña? ¿Soy hogar o soy ruido? ¿Soy refugio o soy ausencia?
El país puede crear leyes, pero solo tú decides el tipo de relación que construyes.
Ser joven en Colombia es aprender a cuestionar todo sin perder la esperanza. Y este tema, aunque parezca menor, es una oportunidad para pensar en el tipo de sociedad que queremos. Una donde los animales sean vistos con dignidad, sí. Pero también una donde el amor responsable no se legisle, sino que se viva.
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