jueves, 20 de noviembre de 2025

La bestia dormida: cuando la energía nos mira de vuelta



A veces pienso que el mundo se parece mucho a una planta nuclear: una fuente inmensa de energía, capaz de iluminar ciudades o destruirlas si no sabemos cuidarla. Hoy quiero hablarte de una historia que me dejó inquieto, curioso y, sobre todo, reflexivo: la de la Central Nuclear de Kashiwazaki-Kariwa, en Japón, la más grande del planeta, con siete reactores y una potencia que podría abastecer a todo un país pequeño.

Después del desastre de Fukushima en 2011, esta “bestia dormida” fue desconectada, revisada y silenciada… hasta ahora. Catorce años después, el gobierno japonés y Tokyo Electric Power Company (TEPCO) están listos para reactivarla, tras años de inspecciones y mejoras en seguridad. Pero lo que más me impacta no es el dato técnico, sino el significado humano detrás.

Porque lo que está en juego no es solo una planta, sino la confianza, el miedo y la relación que tenemos con el poder que creamos.
Y eso, inevitablemente, nos mira de vuelta.

Hay algo profundamente simbólico en esa imagen: siete reactores alineados frente al mar, esperando el permiso para despertar. Es el retrato perfecto de nuestra era: poder y fragilidad coexistiendo. Desde 2007, la planta fue golpeada por terremotos y escándalos de seguridad; y tras Fukushima, Japón decidió cerrarla, aprender, y repensar su futuro energético.

Pero hoy la necesidad energética del país la hace volver a escena. Y aquí surge la pregunta que todos deberíamos hacernos, incluso fuera de Japón:
¿Estamos realmente listos para manejar la energía que pedimos?

Yo nací en 2003. Crecí en un mundo donde la energía se da por sentada. Enciendo mi computador, conecto mi celular, veo videos, cargo proyectos, sin pensar en lo que hay detrás de ese clic. Pero cada voltio viene de algún lado, y no siempre es limpio, ni seguro, ni justo. Lo curioso es que, como sociedad, seguimos construyendo “centrales” —no siempre físicas, a veces emocionales o digitales— que también pueden salirse de control si las manejamos sin conciencia.

Esta historia de la planta japonesa me llevó a pensar en eso: en el poder que dormimos dentro y fuera de nosotros.
La central no es solo una infraestructura; es una metáfora. Representa nuestra capacidad de crear, transformar y, al mismo tiempo, autodestruirnos si no sabemos cuándo parar.

Japón ha decidido volver a confiar en la energía nuclear porque el precio de la electricidad se ha disparado y el país no puede sostenerse solo con renovables. Es un recordatorio de que la sostenibilidad no solo es ecológica, también es social y económica. A veces los dilemas son más complejos de lo que parecen: ¿cómo equilibramos seguridad, energía y progreso?

Lo mismo pasa con nosotros, con la vida personal. Cada vez que tomamos una decisión importante, generamos energía. A veces esa energía ilumina; otras veces, quema. Y ahí está la clave: tener un sistema de enfriamiento emocional, espiritual y ético, igual que una planta tiene su reactor controlado.

Cuando leí que los inspectores japoneses realizaron más de 4.000 horas de revisión técnica antes de levantar el veto, entendí que la confianza se reconstruye con tiempo, no con discursos. Que lo humano no se arregla solo con ingeniería.
Y pensé en cuántas veces nosotros también intentamos “reactivar” partes de nuestra vida sin revisar bien los cimientos: una relación, un proyecto, un sueño.
Volvemos a conectar la corriente sin asegurarnos de haber aprendido lo suficiente del último fallo.

Quizá la verdadera “energía limpia” empieza en el alma: cuando decidimos actuar desde la conciencia y no desde el impulso.

Recuerdo un texto que leí hace tiempo en el blog Bienvenido a mi Blog, donde se hablaba del poder del pensamiento como energía creadora. Esa idea se siente viva aquí: todo lo que generamos —desde un reactor hasta una palabra— tiene un impacto.
Por eso también me gusta lo que compartimos en Amigo de ese Ser Supremo: que la tecnología sin espiritualidad es peligrosa, y la espiritualidad sin acción se queda corta.
Japón está intentando combinar ambas: usar la ciencia con responsabilidad, y el miedo con aprendizaje.

Y yo… intento hacer lo mismo en mi propia vida.

Creo que la lección más profunda de Kashiwazaki-Kariwa es esta:
no hay progreso sin autocrítica.
Reactivar una planta así no solo requiere tecnología, sino honestidad colectiva. La misma que necesitamos cuando decimos “quiero cambiar”, “quiero mejorar”, “quiero avanzar”.

A veces, despertar una bestia dormida —sea una central nuclear o una emoción profunda— nos obliga a reconocer nuestros límites y redefinir nuestra fuerza.
No se trata de apagar lo que somos, sino de aprender a usar nuestra energía sin dañar.

Y entonces miro hacia mi generación, hacia los que nacimos conectados, hacia los que cargamos la batería del celular más que la del alma, y pienso:
¿qué energía estamos liberando en el mundo?
¿Estamos construyendo reactores de amor o de ansiedad?
¿Sabemos apagar cuando hace falta?
Porque de poco sirve tener tanta energía si no sabemos canalizarla hacia algo que nos eleve.


Japón está listo para encender su planta más poderosa.
Yo, desde este rincón del mundo, intento encender la mía: esa que transforma la frustración en propósito, el miedo en aprendizaje, y la duda en arte.
Y tú… ¿cuándo vas a revisar tus propios reactores?

Quizás la lección no está en temerle a la energía, sino en recordar que toda potencia necesita consciencia.
Y que la verdadera luz —la que no se apaga con los temblores— sigue naciendo dentro.

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Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

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