Durante mucho tiempo crecí creyendo —como muchos— que el comportamiento de un perro era solo entrenamiento, carácter o crianza. Y sí, todo eso influye… pero con el tiempo, y con esas cosas que la vida te obliga a observar más despacio, entendí que a veces lo más profundo está escondido en lo más pequeño. Literalmente.
En estos últimos años he leído mucho sobre conexiones entre cuerpo, mente y energía. No solo en humanos, sino también en animales. En una madrugada de esas en las que uno mezcla curiosidad con internet y preguntas existenciales, encontré algo que me cambió la perspectiva: el microbioma.
Y desde entonces, cada vez que un perro actúa “mal”, me pregunto si de verdad está comportándose mal… o si su cuerpo está pidiendo ayuda.
Y cuando uno aplica esa misma sensibilidad a los animales, deja de verlos como seres “que deben portarse bien”, y empieza a verlos como vidas completas, con emociones, con procesos internos y con un mundo microscópico dentro de ellos que condiciona casi todo.
El microbioma: ese universo que no vemos, pero lo decide todo
Hace poco revisé un artículo que explicaba cómo la composición del microbioma de un perro —esa comunidad de microorganismos que vive en su intestino, en su piel, en su boca— puede transformar por completo su comportamiento. No es solo digestión. No es solo salud. Es comunicación interna.
Si un perro está irritado, apático, agresivo, asustado o hiperactivo, puede que su microbioma esté pasándola mal. Como los humanos, los perros también sufren desequilibrios internos por:
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estrés ambiental
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mala alimentación
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exceso de carbohidratos
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dietas ultraprocesadas
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antibióticos
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falta de actividad
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traumas emocionales
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cambios en el hogar
Y lo expresan como pueden: ladrando de más, rompiendo cosas, gruñendo, aislándose, comiendo pasto, temblando, o incluso durmiendo en exceso.
A veces queremos corregirlos sin entenderlos.
Nos pasa incluso entre personas: juzgamos el comportamiento sin mirar la historia detrás. Lo mismo hacemos con ellos.
Lo que realmente me hizo clic
En una reflexión personal que escribí hace unos meses en mi blog (https://juanmamoreno03.blogspot.com/), dije que uno no puede conectar con otro ser vivo si no se conecta primero con su realidad interna. Escuchar antes de interpretar.
Y este tema del microbioma me reafirmó eso.
Porque cuando entendemos que gran parte del comportamiento de un perro viene de algo biológico, invisible y silencioso, cambia nuestra forma de acompañarlo. De repente ya no se trata de castigar ni de “arreglarlo”, sino de cuidarlo mejor.
Como pasa con nosotros, que a veces no necesitamos que alguien nos diga qué hacer, sino que nos abrace el caos interno mientras se acomoda.
Alimentos que alteran emociones
Si un perro come alimentos que desbalancean sus bacterias intestinales, eso altera su serotonina, su dopamina y otros neurotransmisores. Eso significa que su conducta puede cambiar igual que la de un humano con ansiedad, depresión o irritabilidad.
Imagina eso: tu perro no está “portándose mal”. Está emocionalmente desbordado.
Y uno ahí creyendo que es terquedad.
Cuando la ciencia se encuentra con lo espiritual
Por eso, para mí no es extraño ver cómo el microbioma conecta con los mensajes que tantas veces he leído en Mensajes Sabatinos (https://escritossabatinos.blogspot.com/): todo está unido, nada es casual, cada comportamiento tiene un origen.
Y si lo que ves está raro… escucha más.
Señales que he empezado a notar
Con el tiempo identifiqué ciertos comportamientos que antes me parecían simples travesuras, pero ahora los miro distinto:
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Cuando un perro no quiere comer, puede ser una alerta intestinal.
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Cuando está agresivo, puede haberse inflado su sistema nervioso por algo que comió.
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Cuando se lame compulsivamente, puede ser disbiosis de la piel.
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Cuando se esconde, puede estar inflamado y sensible.
Hay cosas que uno siente… y ya.
El hogar también afecta el microbioma
Este punto me tocó personalmente.
En una entrada de Organización Empresarial TodoEnUno.NET (https://organizaciontodoenuno.blogspot.com/) leí hace tiempo algo sobre cómo los entornos afectan a las personas. Y pensé: si a nosotros nos afecta el ambiente, la energía, el estrés, la forma en que nos hablamos… ¿por qué no pasaría lo mismo con los perros?
Una casa donde hay gritos, tensión o conflictos constantes puede alterar la estabilidad emocional —y microbiológica— de un perro. Una casa donde hay calma, compañía y coherencia, lo equilibra.
El autocuidado es colectivo
Hay una frase que encontré escrita por mi familia en alguno de los blogs (tal vez en https://juliocmd.blogspot.com/): Nada que se cuida solo se sostiene; todo lo que se cuida acompañado prospera.
Los perros son un recordatorio perfecto de eso.
Porque para que ellos estén bien, nosotros también tenemos que estar bien. Su comportamiento es un espejo suave de nuestras propias tensiones.
Cuidarlos mejor también es una manera de cuidarnos a nosotros mismos.
Entonces… ¿qué podemos hacer?
No soy veterinario —soy un joven tratando de entender la vida, igual que tú—, pero sí he aprendido algunas cosas que hacen diferencia:
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observar antes de asumir
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cambiar el alimento por uno más natural
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reducir procesados
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evitar premios llenos de colorantes
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revisar intolerancias
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mejorar el ambiente del hogar
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consultar al veterinario cuando cambia algo sin razón
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permitirles más juego, más conexión, más naturaleza
A veces la respuesta está en volver a lo simple.
A veces el perro solo necesita que su mundo interno vuelva a respirar.
Una última reflexión
Quizás la clave no es exigirles que se porten bien, sino acompañarlos en su proceso, igual que nos gustaría que alguien hiciera con nosotros.
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