Mientras que la totalidad de la superficie de la Luna, Marte y Venus ha sido mapeada con extremo detalle, más del 80 % de los océanos de la Tierra permanecen inexplorados, por lo que no se tiene idea alguna de lo que allí se esconde. Por ello, cuando los países y las empresas mineras se toman en serio la tarea de explotar los minerales marítimos, estamos hablando de tecnologías que podrían cambiar para siempre el desarrollo económico, social y ambiental del mundo.
Pero no hay que adelantarse. Quedémonos con la acelerada carrera que actualmente se está llevando para explotar lo que se conoce hasta el momento, y que será el primer peldaño de esta revolución. Aunque mínimos en comparación con la totalidad del océano (el 70 % de la tierra está cubierto por este), los yacimientos minerales mapeados son gigantescos y superan exponencialmente lo encontrado en tierra, no sólo en extensión sino en concentración. Para dar una idea, uno de los proyectos más avanzados en las costas de Papúa Nueva Guinea espera encontrar depósitos con concentraciones de cobre del 7 %; para contrastar, el promedio en tierra es del 0,6 %.
A diferencia de las minas que están en suelo seco, los minerales marinos no están en el subsuelo, sino que cubren el lecho marino a lo largo de enormes áreas. Por lo tanto, no se necesita excavar para extraerlos sino, en términos simples, aspirar.
El tipo de materiales que allí se encuentran dependen del tipo de yacimiento. Desde el siglo XIX, cuando se hicieron los primeros descubrimientos al respecto, hasta hoy, se han identificado tres clases susceptibles de aprovechamiento, pero que usualmente tienen en común altos contenidos de cobre, cobalto y níquel, entre otros; incluyendo algunos de los llamados ‘minerales raros’ que se utilizan en aparatos sofisticados de telecomunicaciones y de tecnología.
Sin entrar en tecnicismos sobre la formación de cada uno de los depósitos, los esfuerzos de las compañías mineras están concentradas en ‘aspirar’ los masivos campos de sulfuro que se encuentran entre los 250 y los 4.000 metros de profundidad, cerca de los volcanes marinos que emiten fumarolas supremamente ricas en minerales. Allí no sólo se encuentra una mayor variedad de elementos, sino que se hallan dos que son de particular interés; el oro y la plata.
Durante siglos, la tecnología fue demasiado primitiva y costosa para que estos proyectos fueran económicamente viables. Pero ahora, los submarinos, barcos y robots son tremendamente eficientes, lo que junto a la sociedad, ávida por materias primas para sostener su estilo de vida y por crear nuevas invenciones, ha creado un punto de quiebre para la gestación de soluciones factibles.
Como estamos ante una población ansiosa por un crecimiento socioeconómico y tecnológico, también existen convenciones internacionales preocupadas por el futuro de la especie. Las convenciones buscan evitar a toda costa la catástrofe climática que sobreviene por el abuso de los combustibles fósiles, eliminando, precisamente, el cortoplacismo que caracterizó el boom de expansión que se experimentó después de la Revolución Industrial. Bajo este orden de ideas, es que hemos querido compilar brevemente lo bueno, lo malo y lo feo de la minería en el fondo marino.
Antes de empezar, es necesario establecer que la gran mayoría de los procedimientos marinos en altas profundidades se encuentran en fase de prueba. Si bien avanzan aceleradamente, las hipótesis que se lanzan no dejan de serlo, por lo que de entrada no pierden validez, así provengan de aquellos que la apoyan o de quienes están en contra. Igualmente, sus implicaciones tienen demasiadas aristas legales, ambientales, sociales y económicas, cada una de ellas con sus pros y sus contras. Habiendo dicho esto, nos concentraremos en los aspectos más importantes.
Lo bueno
En la extracción petrolífera mar adentro –quizá la actividad que más se le asemeja, aunque sus tecnologías son sustancialmente diferentes– lo primero que habría que destacar es la dimensión y las características de las distorsiones ocasionadas, al ser comparada con su contraparte en tierra. Para la explotación minera ‘convencional’ se hace necesaria la deforestación para la construcción de infraestructuras y la disposición de grandes cantidades de residuos que, de no hacerse adecuadamente, pueden contaminar fuentes de agua y hasta desplazar comunidades enteras.
Al respecto de esto último, solo hay que dar un repaso a las noticias locales e internacionales para darse cuenta de las dificultades que tienen las firmas mineras para llegar a acuerdos sensatos con las poblaciones o la forma en la que deben lidiar con los gobernantes en turno. Igualmente se minimizan los problemas asociados a esos efectos temporales de riqueza que destruyen los lazos comunitarios, desplazan la mano de obra, promueven la inequidad y desestabilizan la economía local.
En tierras marítimas e inhabitadas por humanos, la mitigación social y ambiental parece ser mucho más sencilla de controlar (más sobre esto en las secciones subsiguientes). Igualmente, gran parte de estos depósitos están en el océano profundo, territorio en el que ningún país tiene soberanía económica. Esto significa que está bajo la administración de la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (ISA, por su sigla en inglés), entidad creada por la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho de Mar y la cual es la máxima autoridad legal sobre el usufructo de los océanos.
De esta manera, los derechos de explotación que otorgue la ISA no solo son provistos a empresas que estén auspiciadas por países vinculados legalmente en el tratado –el cual delinea detalladamente los alcances que debe tener cualquier actividad económica que se lleve a cabo en los océanos, incluida la minera–. Al estar amparada por las Naciones Unidas, el ente internacional líder para el logro de los ya conocidos objetivos de desarrollo sostenible, esta convención establece taxativamente que los réditos de estas labores en el suelo marino deben estar dirigidas para el desarrollo de la humanidad como un todo. En consecuencia, la ISA tiene en su página web el borrador de un código minero que regula la actividad, lo que es el único derrotero para evitar despropósitos en la utilización.
Por último, están los evidentes provechos económicos y tecnológicos que trae la abundancia de estos minerales. Las energías renovables, que dependen enormemente del desarrollo de baterías de alta capacidad, se verían altamente beneficiadas por la reducción en los costos de materias primas. Esto puede extenderse a casi cualquier proyecto de telecomunicaciones, transporte o cualquiera que dependa de componentes electrónicos. Los avances podrían ser mucho más rápidos.
Lo malo
Como es apenas natural, las principales preocupaciones son sobre los ecosistemas oceánicos. De su delicado equilibrio depende toda la vida en el planeta, ya que es el que provee los patrones climáticos, lo que directa o indirectamente otorga los alimentos necesarios para subsistir.
Activar una aspiradora del tamaño de una casa pequeña es sin duda una disrupción agresiva para los microorganismos que, a primera vista pueden parecer insignificantes, pero que, en realidad, no se sabe cómo interactúan sobre el resto de la cadena alimenticia. Esto es debido al desconocimiento del mar, previamente referenciado.
El asunto no es solo biológico. Esta remoción masiva de sedimentos y agua a diferentes temperaturas y composiciones puede desatar reacciones geoquímicas, las cuales pueden resultar tóxicas y extenderse por las corrientes hasta áreas distantes pero de influencia. Así mismo, y dependiendo de la rapidez con la que los suelos se asienten o la altura que alcancen, se puede afectar la luz disponible para otros ecosistemas sensibles.
Para entender estos efectos, se están realizando pruebas controladas que permiten entender la forma en que los organismos afectados reaccionan y se readecuan a las nuevas condiciones. Hasta el momento los resultados son mixtos. Algunos segmentos de la comunidad científica no terminan de convencerse, por más estudios publicados que soportan la idea de que los habitantes de estas zonas son altamente resilientes y terminan adaptándose a situaciones extremas, precisamente porque han vivido durante millones de años en condiciones que rayan con lo absurdo para sostener la vida. De cualquier modo, si bien esto es cierto para pequeñas porciones del océano, aún queda la inquietud de qué pasaría en cientos de años si esto se lleva a una escala mucho mayor.
Lo feo
El escepticismo que se posa sobre el verdadero poder de las Naciones Unidas para controlar este frenesí capitalista es incontrovertible. A los ojos de los países emergentes, son los poderosos y desarrollados quienes ponen las reglas. De hecho, a pesar de que la Convención del Derecho del Mar fue firmada en 1982, solo entró en vigor en 1994 después de múltiples salvedades en la ratificación de países avanzados que temían verse subrepresentados por países sin poder económico, pero que tenían grandes intereses sobre rutas marítimas y derechos de pesca en aguas abiertas.
En retrospectiva, esto ha sido nefasto para la distribución de la riqueza y la sostenibilidad ambiental. Si algo nos ha enseñado la historia económica, es que, en este tipo de carreras por acaparar recursos, los países desarrollados no persiguen objetivos altruistas, sino que buscan consolidar su posición dominante, comprando con un hueso las voluntades de las naciones más pobres.
Así las cosas, y por más consecuente que se vean las intenciones en el papel, los expertos recomiendan fortalecer la institucionalidad a partir de organismos independientes ya constituidos, como el International Resource Panel, o el Intergovernmental Forum on Mining, Minerals, Metals and Sustainable Development.
De esta manera, se consolidaría un panel de expertos intergubernamental, asesor similar al que opera para monitorear el cambio climático y que ha sido crucial para el compromiso de naciones adelantadas para mitigar el impacto de sus actividades sobre el planeta. Con ello, se tendrían más de un par de ojos alerta para las disrupciones que puedan amenazar la vida como la conocemos.
Si esta tendencia se mantiene o no, depende de muchos factores. Lo único cierto es que las pruebas siguen avanzando y parece haber un compromiso por diferentes compañías para ser los primeros en lograr la viabilidad comercial de sus prototipos, lo que podría darse en el 2019. Ahora, que la economía mundial parece repuntar, y gigantes como China e India quieren tomar un segundo aire, la demanda de materias primas tiene casi asegurado un nuevo impulso en la demanda. Este mayor apetito, en medio de precios más altos en los commodites, seguramente financiará este tipo de inversiones riesgosas, por lo que más temprano que tarde podríamos estar ante una forma novedosa de explotar minerales en el mundo.