Para 2018 se habrán construido 72 megacolegios y 30.000 aulas en todo el país. Pero, ¿es esta la opción correcta para mejorar la calidad y cobertura educativa? Expertos hablaron con SEMANA.
La apuesta por los megacolegios no solucionaría el problema de la educación Foto: Glancarlo Mazzanti
Como rector del megacolegio Las Gardenias en Barranquilla, Gerson David Leones Herrera carga a cuestas la responsabilidad de ofrecer la mejor educación pública posible a 40 estudiantes por salón, es decir, a 2100 alumnos entre primaria y once. Una tarea titánica a la que la mayoría de rectores de los colegios públicos del país se enfrenta día a día.
A pesar del elevado número de estudiantes que puede albergar un colegio como estos, de más de 30 aulas, para algunos expertos, e incluso para el mismo Herrera, el megacolegio es una gran estrategia que resuelve el problema de cobertura y de espacios de aprendizaje dignos para los niños y jóvenes de zonas vulnerables del país. Sin embargo, hay quienes opinan diferente y señalan que no están impactando positivamente la calidad educativa.
Precisamente, para entender el verdadero alcance de estos megaproyectos que se están desarrollando en todo el país en estos ocho años de gobierno se han entregado 68 megacolegios, dos se están construyendo y otros dos se están diseñando, SEMANA EDUCACIÓN habló con distintos actores del sector para conocer la pertinencia de estas macroconstrucciones y su incidencia o no en la mejora de la educación.
Una solución de cantidad
Cuando los colegios no eran suficientes para alcanzar mayor cobertura y lograr la gratuidad en la educación pública, fue necesaria la construcción de megacolegios en las zonas más deprimidas del país, especialmente en los lugares en los que se estaban generando nuevos proyectos de vivienda de interés social y casas gratuitas.
Para una familia con problemas económicos y socialmente frágiles, acceder a una institución que ofreciera todos los ciclos educativos, es decir, desde preescolar hasta once, que contara con laboratorios, biblioteca, cocina, comedor, espacios deportivos y con la capacidad de albergar hasta 3000 estudiantes de manera gratuita, era como ganarse la lotería.
Expertos como Patricia Sierra, directora ejecutiva de la Fundación Pies Descalzos, que ha construido megacolegios en Barranquilla y Cartagena, asegura que, en un principio, estas instituciones resolvieron muchos problemas de equipamiento de los barrios. “Ofrecieron espacios de divertimento que en el mismo barrio no existían”.
Por ejemplo, para Herrera, el megacolegio Las Gardenias no solo ofrece educación gratuita a los hijos de víctimas y victimarios del conflicto armado, también ha mejorado la convivencia de la comunidad.
“Antes estaban acostumbrados a la violencia, pero cuando abrimos el colegio, las riñas se redujeron muchísimo. En un día podemos tener hasta cuatro peleas en el barrio, pero durante las clases eso no sucede, los muchachos están en sus clases, haciendo actividades deportivas o en la biblioteca”, asegura.
Aunque los megacolegios se consideraron como una oportunidad para ofrecer espacios físicos amigables con los estudiantes, para Olga Lucía Sandoval, coordinadora académica de la Alianza Educativa, una asociación que administra varios colegios públicos de Bogotá, estas instituciones son un desafío en términos de calidad y en la formación de los docentes.
“Un maestro con 40 estudiantes tiene una posibilidad más baja de conocer las necesidades individuales de sus alumnos. Pero resulta que esa es la norma”. Sandoval se refiere a la Norma Técnica Colombiana 4595 de Diseño de Instalaciones y Ambientes Escolares, que dicta que en primaria y en bachillerato los salones deben tener una capacidad de máximo 40 alumnos. Sin embargo, los expertos en pedagogía siempre han hablado de máximo 30 para una clase ideal.
Entonces, ¿con los megacolegios estamos siguiendo un camino equivocado? “La idea es muy buena en términos de cobertura. Sin embargo, lo que he visto es que muchos de estos megacolegios tienen problemas en su construcción, algunos tienen un diseño muy similar al de una cárcel.
Además, temas como la disciplina y los horarios de los profesores son de difícil control en instituciones tan grandes. Cuando tienes profesores y rectores preocupados por estos temas, la calidad pasa a un segundo plano”, explica Hernando Bayona, docente de la Facultad de Educación de la Universidad de los Andes.
Poco a poco, estos problemas de los que hablan Sandoval y Bayona se hicieron cada vez más incontrolables. Fue en ese momento en el que la Fundación Pies Descalzos trazó un precedente y se dio cuenta de que, administrativamente, no son viables y no inciden positivamente en la calidad.
“El primer colegio que hicimos, en Barranquilla, era para 1700 niños, pero entendimos que necesitábamos mucha gente para su mantenimiento. Por eso, para el segundo colegio que hicimos, en Cartagena, abrimos un cupo solo para 980 niños en primaria y bachillerato, y 300 en primera infancia; como operan con administradoras distintos, no tenemos problema”, asegura Patricia Sierra.
Entonces, ¿se necesitan colegios pequeños?
El Colectivo 720 es una firma de los arquitectos Mario Camargo y Luis Tombé, ambos egresados de la Universidad del Valle. Además de ser los encargados de los diseños de la nueva Cinemateca Distrital, también tienen en sus manos los de tres nuevos colegios públicos de Bogotá.
Uno de ellos es el Colegio La Pradera El Volcán, en la localidad de Bosa, que tendrá 31 aulas con capacidad para 1050 estudiantes. Para este colegio tomaron como referente el modelo finlandés, en el que los lugares por donde transitan los estudiantes se convierten en espacios de aprendizaje.
El proyecto fue seleccionado en una convocatoria de la Secretaría de Educación de Bogotá por el arquitecto Frank Locker, un experto en infraestructura educativa de la Universidad de Harvard, quien está en contra de la construcción de megacolegios y le hizo sugerencias al proyecto.
“La construcción de megacolegios es un error, en Estados Unidos las consecuencias negativas de esa política fueron nefastas: violencia, drogas, conflictos, imposibilidad de control”, aseguró en una entrevista con El Tiempo.
En ese sentido, tanto para Camargo como para Locker, dos arquitectos con una vasta experiencia en infraestructura educativa, es preferible tener colegios pequeños con un modelo pedagógico más sólido que alcance a menos usuarios, pero tenga mayor calidad.
Sin embargo, Camargo menciona que no basta con tener colegios pequeños para mejorar el rendimiento de los estudiantes, “si los docentes no están preparados, no pasará nada”.
De megacolegios a jornada única
Cuando en 2015 la cobertura educativa había aumentado a 87,2 % a nivel nacional, llegó el momento de pensar cómo mejorar su calidad. La solución fue poner en marcha el programa de jornada única con el objetivo de aumentar tres horas de clases en cada ciclo educativo. De este modo, se esperaba un mejor rendimiento de los estudiantes.
Pero la jornada única expuso un problema que no se había resuelto. Para que un colegio de jornada extendida (mañana y tarde) pasara a una sola, necesitaba estar equipado, y eso requería una infraestructura más grande.
Según Fernando Rojas, gerente del Fondo de Infraestructura Educativa del Ministerio de Educación, esto se podía resolver de dos maneras: “Ampliando los colegios o haciendo más”.
El gobierno eligió ampliar. Fue así como la promesa de construir 30.693 aulas en el cuatrienio reforzaba la idea de que los megacolegios, esta vez con un modelo pedagógico, eran la respuesta para llegar con calidad a más estudiantes.
“Como necesitamos aumentar la cobertura, pero con calidad, vamos a construir más aulas. Pero esos colegios que van a tener más salones no se van a llamar megacolegios, porque van a tener inmerso un modelo educativo (jornada única) y no se van a construir de cero en lotes de vivienda de interés social como ocurría antes”, explica Rojas.
“extender la jornada escolar no mejora el aprendizaje”
Si la idea de seguir ampliando el tamaño de los colegios se debe a un modelo pedagógico que extiende la jornada escolar, es importante mencionar cuál es el impacto de este modelo en el aprendizaje de los estudiantes.
Esa tarea la hizo el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en su estudio Aprender mejor, políticas para el desarrollo de habilidades, en el que se demuestra que extender la jornada escolar de cuatro a siete horas puede incrementar el aprendizaje en tan solo 10 %. Un esfuerzo que no es significativo comparado con el presupuesto que requieren estas políticas. Según el estudio, su costo anual puede ascender a 60 % por estudiante.
Por otro lado, la compañía McKinsey, en su estudio Factores que inciden en el desempeño de los estudiantes: perspectivas de América Latina, encontró que pasar hasta siete horas en la escuela contribuye a una mejora de los resultados académicos, pero las instituciones que sobrepasen ese umbral, como ocurre con las jornadas únicas que llegan a nueve horas, no conduce a mejores resultados.
Sin embargo, no todo es malo y la jornada única también ha demostrado ciertos beneficios, después de tener en sus manos 31 experiencias exitosas de colegios que están implementando jornada única.
Bayona asegura que los docentes expresan que han aprovechado las horas agregadas para profundizar en áreas como la ciencia o las matemáticas, mientras que otros se han enfocado en tratar cuestiones de convivencia, bilingüismo e incluso robótica.
“Aunque en el mundo se ha demostrado que la jornada única no mejora los niveles de aprendizaje, sí incide en otros elementos importantes como las relaciones interpersonales de los estudiantes y reduce el consumo de sustancias psicoactivas y nocivas para los jóvenes”, logros nada despreciables.