Que se deforeste, contamine o que seamos un país en donde se tolere la corrupción, simplemente es el reflejo de algo más crítico y profundo: la falta de actitud y proactividad de los colombianos por generar cambios desde lo local.
Los colombianos somos maestros de la creatividad, campeones en la generación de ideas, expertos en el diseño mental de propósitos (sobre todo cuando llega el 31 de Diciembre). Nos montamos la película de mil y un proyectos que visualizamos en nuestras cabezas y que nos llevan a la euforia. Eso somos los colombianos. También, además de ser eso, somos expertos en no pasar del dicho, al hecho. En otras palabras, somos una sociedad de “muchas ideas pero de poca acción”.
Empiezo haciendo esta dura y debatible reflexión (acepto el palo que se viene). porque este aspecto cultural, sumado a otros más, explica por qué tenemos tantos retos ambientales en nuestro país que ponen en jaque un modelo de desarrollo sostenible en nuestro territorio.
Cuando doy una conferencia, suelo preguntar “¿cuál es el mayor reto ambiental del país?” y de inmediato aparecen las típicas respuestas como: la generación de residuos, la deforestación, la contaminación de los ríos, etc. Incluso, aparecen lugares comunes de un diálogo o de una opinión típica de un colombiano promedio: “el mayor problema del país es la corrupción”.
Bien, ni lo uno, ni lo otro. Que se deforeste, contamine o que seamos un país en donde se tolere la corrupción, simplemente es el reflejo de algo más crítico y profundo: la falta de actitud y proactividad de los colombianos por generar cambios desde lo local. Actitud que debe surgir de la capacidad de reflexionar más allá de lo que sucede frente a nuestras narices.
Somos una nación reactiva, dispuesta a la crítica y a endosar la responsabilidad de todo en alguién más (aquí otro lugar común: El gobierno es el responsable de evitar la deforestación). Pero en muy poco, o casi en nada, nos detenemos a pensar qué tan responsables somos como individuos para evitar los tristes escenarios de degradación ambiental que suceden en nuestro país.
La falta de actitud de la población colombiana está deteriorando nuestros ecosistemas, la calidad de vida y poniendo en riesgo la salud pública. Esta carencia de proactividad se refleja en varios frentes dependiendo del actor:
Las empresas: En la medida en que sigan pensando que el negocio está en hacer dinero, la situación ambiental de nuestro país no va a cambiar. Pese a las cientos de conferencias sobre responsabilidad social empresarial y sostenibilidad (a las cuales a propósito, siempre vamos los mismos), no veo que la situación cambie drásticamente como debería ser. El quehacer ambiental de las empresas no es ni puede hacer un pañito de agua tibia, debe ser una masiva de acciones en todos los frentes y sin tacañez.
Las personas como miembros de la sociedad y ciudadanos: Mantenemos un alto grado de indiferencia sobre la gravedad de la situación y nos estamos poniendo nosotros mismos la soga al cuello. Nos es complicado comprender cómo todo está conectado con todo. Me explico, cuando hago un conversatorio sobre la deforestación que sucede en la amazonía, en alguna ciudad como Cali, Bucaramanga, Bogotá o Barranquilla, hay personas (incluso con altos estudios universitarios encima) que osadamente responden: “eso sucede allá y muy poco o casi nada tiene que ver conmigo acá”. En resumen, si las personas no comprenden la dimensión de los impactos ambientales y sociales que ellos conllevan, será muy difícil transformar sus posiciones y conductas sobre el paradigma del cuidado. Por eso, ¡hay que comunicar, comunicar y comunicar más y somos varios los que seguiremos insistiendo en ello hasta que seamos todos!
Las personas como consumidores: Insisto. No se necesita ir a la amazonía colombiana para cuidar el bosque. No se necesita hacer una jornada de limpieza para contrarrestar la generación de residuos en los ríos de Colombia. Basta con ser consumidores más conscientes. Consumidores que le permitamos la entrada a nuestros platos y a nuestros hogares a los productos y servicios de aquellos emprendedores y empresarios que están haciendo la tarea por generar prácticas ambientalmente eficientes y responsables en sus procesos. Recientemente conocí a unas productoras de hierbas aromáticas en Caquetá que en lugar de deforestar sus fincas para poner 2 vacas, gestionaron muy bien 7 hectáreas de su terreno para sembrar, procesar y producir productos como pronto alivio o albahaca. ¡Yo le compro a ojo cerrado a estas señoras!
El gobierno y los entes de control: Sencillo y directo. ¿Cómo es posible que el presupuesto del sector ambiental sea tan bajo en un país que saca pecho en el ámbito internacional por tener un capital ambiental tan rico? Esto debe replantearse. Por otra parte, leyes, planes y políticas hay muchas. Tengo la oportunidad gracias a mi trabajo de analizarlas y aplaudo el avance normativo. Pero, fallamos en la implementación y en el monitoreo, en verificar que las normas se cumplan.
Si, muchos coincidiran en este punto del artículo que hace falta más educación y que ésta es determinante e importante para cambiar los paradigmas, los hábitos y las conductas de las personas. Lo es, coincido, pero desafortunadamente no es el factor determinante. Necesitamos contextos, más sentido común, más determinación y menos discurso de conferencia.
Necesitamos hechos, pasar del debate a la acción. Y no se trata de recrear las imágenes del activismo ambiental de los 70s, se trata más bien de hacer del día a día un espacio y una nueva oportunidad para generar un impacto ambiental positivo por medio de nuestras decisiones y nuestros estilos de vida. Se trata, para terminar el artículo, de ser conscientes, de que todo lo que sucede hoy, agudizará o mejorará la situación mañana. Por eso este llamado a la acción más allá de la reflexión. ¡Gracias!