Las ojeras o la somnolencia en los niños afecta desde el rendimiento escolar hasta el crecimiento.
Un estudio vinculó directamente la falta de sueño de los escolares al bajo rendimiento académico.
Andrew y Rayan tuvieron una mala noche. Fueron siete horas de insomnio y adrenalina, de hablar desde sus cunas, escapar de ellas, arrumar las almohadas de su habitación a modo de castillo –tres veces, en tres lugares distintos–, hacer algo de lucha, tomarse una pausa para acomodarse en un sofá y reflexionar, quizás, de lo que han sido sus escasos dos años de vida.
La escena parece elaborada, transcurre a cámara acelerada y le dio la vuelta al mundo recientemente por las redes sociales. Pero no, no es un montaje, sino un episodio de la vida real que tiene como protagonistas a los hijos mellizos de Jonathan y Susana Balking, una pareja de Nueva York que decidió instalar cámaras en la alcoba de sus pequeños para averiguar por qué en las mañanas se despertaban con dificultad y con un mal genio notable.
Para ellos, como para todos los padres que padecen el insomnio de sus hijos, la historia no es nada divertida, pues esta situación impacta directamente en la calidad de vida del núcleo familiar. Y tampoco se trata de un mal menor, pues las afectaciones, especialmente para los pequeños, están a todo nivel.
Un estudio realizado en más de 50 países por el Centro de Estudios Internacionales Timss y Pirls del Boston College (2013) vinculó directamente la falta de sueño de los escolares al bajo rendimiento académico.
La evidencia médica, además, relaciona estos trastornos con males de tipo fisiológico, pues pueden ser síntomas de alergias, dolores, enfermedades crónicas o una mala reacción a un medicamento; o de nivel sicológico, como consecuencia de matoneo o posibles abusos.
Si bien los especialistas recomiendan en ese sentido que padres e hijos consulten de manera oportuna para saber el origen exacto del insomnio, todos apuntan que hay varias causas posibles, todas dependientes de la edad de los menores.
El Instituto del Sueño, una clínica en Madrid que se dedica a la investigación, innovación y atención de estos problemas, señala que uno de cada tres niños en edad preescolar sufre despertares nocturnos. Y subrayan: el comienzo del sueño implica necesariamente “una compleja coordinación de circunstancias biológicas y de conductas aprendidas” y no se debe dejar como una simple circunstancia.
Leonardo Aja, psicólogo de la Corporación Buscando Ánimo, incluye dentro de ese grupo de malos hábitos, por ejemplo, que los menores vean televisión hasta altas horas de la noche, tengan dispositivos electrónicos en las habitaciones, coman a deshoras o no tengan horarios establecidos de sueño.
Y Aja advierte que el tema no es menor porque, por ejemplo, “crecimiento y sueño están directamente relacionados. En horas de la noche y en periodos específicos se libera la hormona del crecimiento, así que no solo basta con dormir, sino que hay que hacerlo a ciertas horas”. Y agrega que esa formación de hábitos es muy importante dentro de los primeros siete años de vida porque tendrán incidencia en los años venideros y en los procesos de desarrollo.
Álvaro Franco, director del posgrado de Psiquiatría Infantil de la Universidad del Bosque, indica que hay que entender que cada etapa es distinta y los factores perturbadores del sueño también puede serlo.
En los primeros meses de vida están causas como el factor cronológico, pues los recién nacidos no diferencian el día de la noche; y el reflujo, cuando la alimentación se devuelve del estómago al esófago y ocasiona agrieras.
En la edad preescolar –continúa Franco– pueden presentarse trastornos del sueño por pesadillas, temores o dolores. Y en niños más grandes, después de los cinco años, influyen igualmente factores ambientales como situaciones familiares, fenómenos climatológicos, el matoneo, el estrés escolar o incluso por la aparición del sonambulismo.
Eso le ocurrió a la bogotana Jimena Garzón con su hija Camila, quien sufre de sonambulismo. Jimena asegura que esta condición, al parecer heredada de su padre, comenzó a presentarse cuando su pequeña ingresó al colegio y asegura que el estrés de la carga académica incrementó el número de episodios.
Viviana Quintero, coordinadora de TIC e infancia en Red Papaz, pide no subestimar el impacto de los dispositivos electrónicos. “Cuando estos dispositivos se quedan en las habitaciones hacen que los pequeños se enganchen a su uso y se interfiera en el descanso. Si se conectan o los usan antes de dormir se genera una activación cerebral que dificulta conciliar el sueño”, sostiene.
La experta recomienda, por eso, antes de los 9 años se restrinja el uso de celulares inteligentes, ‘tablets’ o consolas a máximo dos horas al día. “Las pantallas de cierta manera frenan el desarrollo cerebral porque reducen la interacción de los pequeños con su entorno real”, añade.¿Cuántas horas al día necesitan?
Recién nacidos: 16 horas diarias, en unos episodios variables que no respetan la noche, por lo que se despiertan una o varias veces a lo largo de la misma.
Desde el primer mes hasta los 3-6 meses: los despertares nocturnos disminuyen y empiezan a dormir de manera continua prácticamente durante toda la noche.
Entre los 2 y los 4 años: duermen por la noche unas 10 horas, más dos siestas en el día. A partir de los tres años de edad disminuye la necesidad de dormir en el día, y prácticamente desaparece antes de los seis años.
Pasados los 7 años: no es habitual que el niño necesite dormir la siesta. Si ocurre, lo más probable es que por la noche duerma menos de lo que necesita o que padezca de algún problema durante el descanso nocturno.
En la adolescencia lo recomendado son nueve horas. La somnolencia diurna es una señal de alerta.Consejos para sueño de calidad
- A partir de los 3 meses comience a enseñarle al bebé las diferencias entre el día y la noche. Cuando haya que alimentarlo o cambiarlo en horario nocturno, hágalo, en lo posible, con la luz apagada, en silencio, simulando sosiego.
- Establezca horarios de comida y de sueño. Trate de que el niño se acueste siempre a la misma hora y que no se acostumbre a trasnochar. El ejemplo de los papás es clave.
-Evite en sus habitaciones la interacción con dispositivos electrónicos y con la televisión. La luz de las pantallas puede afectar la función cerebral que induce al cuerpo al sueño.
- La noche debe ser sinónimo de tranquilidad, Trate de optimizar la habitación del menor para eso. Una alcoba aseada, sábanas limpias, con las condiciones de luminosidad y temperatura adecuadas ayudan mucho.