No sé si a ti también te pasa, pero a veces siento que estamos viviendo una época donde todo cambia tan rápido que ni siquiera alcanzamos a nombrar lo que está pasando. Un día estamos viendo memes en redes y al otro, la inteligencia artificial está diagnosticando enfermedades, escribiendo textos y ahora… ayudando a salvar la vida de un caballo. Sí, leíste bien. Caballos.
Vi una noticia que hablaba sobre cómo la IA se está usando en la medicina veterinaria para tratar y prevenir enfermedades en equinos. Me detuve. Porque no era solo el titular. Era lo que sentí que hay detrás. La tecnología no es algo ajeno a lo que somos; está entrando con fuerza a todos los espacios, incluso a los más nobles, los más silenciosos, los más puros. Porque si hay algo que me despierta ternura, respeto y admiración es el vínculo entre un ser humano y su animal. Y si una máquina puede proteger eso, vale la pena hablarlo.
Cuando leí ese artículo en Agronegocios, pensé en mis propias vivencias. Crecí rodeado de naturaleza, de historias contadas por mi abuelo y mi mamá sobre animales, sobre cómo la vida en el campo tiene su propia sabiduría. He escuchado a adultos llorar por la muerte de su perro, y he visto a niños callar durante horas cuando su gato no volvió. Así que sí, entiendo que la medicina veterinaria es mucho más que una ciencia: es una extensión del amor.
Y ahora aparece esta nueva herramienta: la IA. Al principio, cuesta creerlo. Que algoritmos, sensores y bases de datos puedan detectar una cojera mínima en un caballo antes de que su cuidador la note. Que puedan predecir patrones de comportamiento para prevenir enfermedades digestivas, respiratorias o musculares. Que con imágenes, voz y datos digitales se pueda salvar una vida. Pero está ocurriendo. Está pasando ahora.
Y como joven de 21 años que vive entre pantallas, inteligencia emocional, reflexiones nocturnas y el deseo constante de encontrarle un sentido a todo esto, no puedo evitar preguntarme: ¿qué significa esto realmente? ¿Estamos frente a un futuro donde las máquinas van a cuidar mejor que nosotros? ¿O estamos frente a una oportunidad para ser más humanos, porque delegamos en la tecnología lo técnico para enfocarnos en lo esencial?
Hace poco escribí algo en mi blog Juan Manuel Moreno Ocampo sobre cómo lo invisible también tiene fuerza: el pensamiento, la intención, la oración, el deseo profundo. Y si algo me inspira de esta fusión entre IA y medicina veterinaria es que lo que parece intangible —el dolor de un animal que no puede hablar, la intuición de un veterinario que siente que algo no está bien— ahora tiene aliados nuevos que lo hacen visible, medible, atendible.
En uno de los textos de Amigo de ese ser supremo leí una vez que los animales también son mensajeros espirituales. Que su presencia no es casual. Que vienen a enseñarnos a amar, a cuidar, a soltar. Y creo que si hoy una herramienta tecnológica puede ayudarnos a prolongar ese vínculo o a sanar con mayor rapidez, es parte del mismo acto de amor. Lo técnico no está peleado con lo sagrado.
Pero ojo, porque también me cuestiono. ¿Qué pasa cuando confiamos tanto en la máquina que nos olvidamos de mirar? ¿Qué pasa si empezamos a diagnosticar sin conectar? ¿Qué pasa si todo se vuelve tan automático que perdemos la sensibilidad? La IA es una maravilla, pero no reemplaza la intuición, el calor de una mano, la mirada compasiva, el silencio que escucha. Eso lo seguimos haciendo nosotros.
También pensé en quienes no tienen acceso a esta tecnología. En esos veterinarios rurales, en pueblos alejados, que siguen curando con lo que tienen, que se saben los ciclos naturales del cuerpo y la tierra, que tal vez no han leído sobre redes neuronales pero sí conocen cómo late un corazón asustado. ¿Cómo logramos que esta revolución digital no se quede en élites sino que abrace lo comunitario, lo humilde, lo cotidiano?
Y quizás por eso me motivó tanto esta reflexión. Porque siento que en estos tiempos de IA, blockchain, criptomonedas y algoritmos, seguimos siendo humanos cuando elegimos usar todo eso para el bien común. Cuando no olvidamos que detrás de cada dato hay una historia. Detrás de cada sensor, un cuerpo que siente. Detrás de cada caballo, una relación que ha cambiado vidas.
¿Sabes? A veces uno cree que la juventud es solo energía, prisa, ruido. Pero también es capacidad de asombro, de aprender con humildad, de hacer preguntas incómodas. Y este tema de la IA en la medicina veterinaria me parece una puerta gigante para preguntarnos qué tipo de futuro estamos construyendo. Uno donde los animales son vistos como datos o uno donde son cuidados con nuevas herramientas pero la misma compasión.
Desde mi visión, desde esta vida que he ido escribiendo entre palabras, silencios y búsquedas, creo que la tecnología bien usada nos acerca a lo mejor de nosotros mismos. A lo que no cambia con los siglos: el deseo de cuidar, de aliviar, de estar presentes.
Y aunque soy joven, siento que hay cosas que son eternas: el vínculo con lo vivo, la gratitud por lo simple, la mirada limpia cuando uno hace lo correcto.
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