sábado, 5 de julio de 2025

Lo que pintamos también nos pinta: colores naturales y decisiones conscientes


Si hay algo que siempre me ha fascinado es el color. Desde niño, los colores me contaban historias. Me acuerdo de los lápices de mi infancia, de los platos llenos de jugos rojos, azules, verdes, como si en cada comida uno pudiera meterse en una especie de arcoíris comestible. Pero claro, uno crece… y se da cuenta de que muchos de esos colores no eran tan mágicos como parecían.

Hace poco leí un artículo en Revista IAlimentos que hablaba de cómo la industria alimentaria está migrando (por fin) hacia el uso de colores naturales en vez de las tradicionales lacas sintéticas. Suena técnico, lo sé, pero cuando lo leí, sentí que no era solo una nota para ingenieros de alimentos. Era algo que nos toca a todos.

Porque… ¿te has preguntado alguna vez de dónde sale el color “rojo cereza” de una gomita? ¿O el “azul brillante” de un refresco? A mí me pasó una vez en el colegio, cuando en clase de química una profe nos mostró cómo se producían ciertos colorantes. No te voy a mentir, se me revolvió el estómago. Y no solo por lo químico del proceso, sino porque supe que durante años me habían vendido algo como “natural” que no tenía ni una fruta cerca.

Ahora resulta que esas lacas sintéticas —esas que le dan el color llamativo a tantos productos— están siendo cuestionadas no solo por razones de salud, sino también por ética, sostenibilidad y transparencia. Y eso me parece una conversación urgente.

¿De qué está hecho lo que nos comemos? ¿Por qué sigue siendo tan normal tragarnos algo sin saber qué es, solo porque tiene buen color o buen empaque?

Las alternativas naturales —como el carmín, la cúrcuma, el extracto de espinaca, el jugo de remolacha— están tomando fuerza. Y me parece bello. No porque sean perfectas, sino porque representan una intención distinta: volver al origen. No solo maquillarlo.

Y aquí quiero hacer una pausa. Porque no estoy diciendo que todo lo sintético es malo ni que todo lo natural es sagrado. Pero sí creo que estamos en un punto donde la conciencia debe guiar nuestras decisiones más que la costumbre o la publicidad.

En Mi blog personal, escribí hace poco que la forma como comemos también refleja cómo nos queremos. Y sí: si aceptamos lo artificial sin cuestionarlo, tal vez no sea solo por falta de información, sino porque hemos dejado que nos digan que “no importa”.

Pero sí importa. Porque los niños que consumen esos colorantes todos los días terminan desarrollando alergias, irritabilidad, déficit de atención, y un montón de síntomas que la industria suele minimizar. Porque los adultos que ya no saben qué es un alimento real están atrapados en un círculo de sabor sin sustancia. Porque estamos llenando el mundo de empaques brillantes, pero vacíos de alma.

Me acordé también de algo que leí en Mensajes Sabatinos: “No todo lo que brilla nutre.” Y es cierto. En los tiempos que corren, lo que más llama la atención no siempre es lo más verdadero.

El uso de colorantes naturales puede ser un paso pequeño para las grandes industrias, pero también puede ser una señal de algo más grande: una transformación en la forma como nos relacionamos con lo que consumimos.

Ahora bien, no podemos esperar que el cambio venga solo desde arriba. Nosotros también tenemos responsabilidad. Cada vez que elegimos un producto con ingredientes que entendemos, con un origen claro, estamos votando por otro modelo. Uno que no busca solo vender, sino también construir salud y verdad.

Y sí, sé que en Colombia esto no es tan fácil. A veces, lo más accesible es lo más procesado. Y lo más sano es caro o escaso. Pero ahí es donde entra algo que he aprendido de mi familia y de la vida misma: la transformación empieza con lo que se tiene, no con lo que se sueña.

Tal vez no podamos cambiar todo lo que comemos de un día para otro. Pero sí podemos empezar por informarnos, por leer las etiquetas, por apoyar marcas locales que hacen las cosas diferente, por exigir transparencia.

En Bienvenido a mi blog, mi papá suele escribir desde esa conciencia crítica que me ha enseñado a no tragar entero. Y me doy cuenta de que parte de nuestra misión como jóvenes no es solo adaptarnos al mundo, sino también cuestionarlo.

A veces me preguntan: ¿para qué te complicas tanto con lo que comes? Y yo respondo: no me complico, me responsabilizo. Porque el cuerpo que tengo es un templo, sí, pero también es una memoria. Y quiero que lo que le meto dentro deje una huella buena, no solo un sabor pasajero.

Hay una frase que me encanta de Amigo de ese ser supremo en el cual crees y confías: “Lo divino no solo está en el cielo. También está en la tierra, en el pan, en el color de una fruta.” Y yo agregaría: también está en la decisión de no seguir pintando de mentira lo que puede brillar por sí mismo.

Así que si tienes en tus manos una decisión, aunque sea pequeña —elegir un jugo sin colorantes, comprar algo hecho con ingredientes reales, preparar tu propia comida en vez de pedir a domicilio— hazla desde la conciencia. Porque cada elección cuenta. Cada color también.

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✒️ — Juan Manuel Moreno Ocampo
“A veces no hay que entender la vida… solo vivirla con más verdad.”

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