domingo, 3 de noviembre de 2019

El docente debe generar un apetito intelectual en el alumno


Para Mauricio Rodríguez, el profesor actual debe ser un aliado y un guía de sus alumnos, más que un superior que todo lo sabe. 

En 1984 empecé a dictar clases universitarias, un curso de Finanzas en la Facultad de Administración de los Andes. Durante los siguientes siete lustros he dictado once cursos distintos relacionados con Alta Gerencia, Economía, Finanzas y Liderazgo en las universidades de los Andes, Externado, Cesa y el London Business School en Inglaterra. 

Actualmente soy profesor de Liderazgo del Externado y los Andes, y espero poder seguir enseñando el resto de mi vida porque me apasiona compartir mis conocimientos con los jóvenes y a la vez aprender de ellos.

Comparto a continuación las principales lecciones que he aprendido en tantos años de profesorado, con el objetivo de contribuir –de alguna manera, en algún grado– al progreso de la educación universitaria en Colombia.

Los jóvenes de hoy en día son mejores que los de hace 35 años. No me refiero a sus capacidades intelectuales ni a su formación escolar, que son similares, sino a sus valores y motivaciones. Son personas más sensibles y solidarias en cuestiones sociales y de protección del medioambiente, más vehementes en su rechazo a la corrupción y la politiquería, más interesados en los grandes temas del país y del mundo, cuestionan más y con mejores argumentos. 

Es más difícil enseñar a los jóvenes en la actualidad, al comparar con los años 80. Porque captar y mantener su atención exige mayor creatividad por parte de los profesores y un método de enseñanza mucho más participativo. 

Sin embargo, una muy buena cátedra magistral –en la que se destaque el dominio del tema y la preparación de la charla– sigue siendo, para algunas ocasiones, una forma muy efectiva de transmitir conocimientos y despertar el interés de los alumnos.

Las mal llamadas ‘habilidades blandas’, cuya enseñanza hace 35 años era mínima, tienen ahora un espacio importante en la formación.

Me refiero en particular en la carrera de Administración, a destrezas tales como el manejo del tiempo, las relaciones interpersonales, negociación, creatividad, comunicación eficaz, trabajo en equipo, etc., que en la práctica resultan tan importantes como los conocimientos ‘duros’ (las materias tradicionales) en el logro de los objetivos profesionales.

Es ahora tan abundante y veloz la creación de conocimiento que el papel principal de los profesores ya no se puede limitar a la transferencia de los conceptos claves de su materia, sino que debe generar sobre todo un apetito intelectual para que el alumno estudie el resto de su vida las frecuentes innovaciones que se darán en dicha materia.

Es decir, el buen maestro es tan solo un iniciador del proceso de aprendizaje –sienta sus bases– que tiene que inculcar en sus estudiantes un amplio marco conceptual y un método para aprender que estimule y facilite el aprendizaje continuo el resto de la vida. 

Una de las fallas en la formación de los administradores cuando me vinculé a la docencia en el 84 era la desconexión de la academia con la realidad nacional. No se estudiaban con suficiente profundidad y rigor la economía de Colombia y sus asuntos sociales y políticos claves, la historia de nuestras empresas, casos colombianos del sector público. 

Esto se ha corregido en gran medida, pero creo que todavía hay espacio para mejorar, porque necesitamos profesionales que conozcan muy bien los problemas y desafíos de nuestra nación, para poder encararlos acertadamente. 

Esa conexión con la realidad no se debe limitar a Colombia, es cada vez más relevante y pertinente entender los grandes retos del mundo –como, por ejemplo, el cambio climático, los delitos transnacionales y las migraciones– que exigen respuestas prontas y apropiadas en todos los rincones del planeta. 

No basta con traspasar ideas a las mentes de las nuevas generaciones, es vital enriquecer sus corazones y alimentar su espírit 

Una formación universitaria insuficiente e inadecuada en mi época de estudiante universitario y al inicio de mi actividad docente era la educación en valores, en principios, en ética en general.

Lamentablemente, ese vacío crítico no ha sido llenado, salvo en muy contadas facultades. Y es evidente, a diario, la urgencia e importancia de corregir esta falencia que propicia comportamientos muy dañinos para la sociedad.

La acelerada penetración de la tecnología en el ámbito académico ha facilitado el avance en la calidad de la educación. Los computadores, la internet, el celular y hasta las redes sociales son valiosas herramientas pedagógicas que a finales del siglo pasado no existían o tenían una importancia mucho menor. Pero los profesores siguen siendo, con amplia ventaja, el factor decisivo del éxito educativo.

Nada puede reemplazar el inmenso poder de enseñar e inspirar que tiene un gran maestro.

La relación profesor-alumno ya no es tan vertical, es más horizontal. Me refiero a que el profesor actual es más un aliado, un entrenador, un guía, un facilitador que un superior que todo lo sabe y cuya única misión es verter sus conocimientos en el cerebro de sus estudiantes. Ahora el maestro trabaja más en equipo con los jóvenes –sin perder, por supuesto, su rol de líder del proceso– en la apropiación de los conceptos, las teorías y sus aplicaciones prácticas. 

La infraestructura universitaria ha tenido una gran mejora. Es verdad que en bastantes universidades del país, especialmente en las públicas, hay todavía infraestructura de mala calidad. 

Pero también es cierto que en muchas ha habido un progreso notable en sus instalaciones. Las aulas y sus dotaciones –luz, sillas, tableros–, las bibliotecas, los salones pequeños para trabajos en grupo, los auditorios e incluso las oficinas para los profesores y administradores son hoy en día muy superiores en la mayoría de los casos. Este no es un asunto menor; como lo confirman diversas investigaciones internacionales, la calidad de la infraestructura sí afecta de manera significativa el desempeño académico. 

Una última pero crucial reflexión: no basta con traspasar ideas a las mentes de las nuevas generaciones, es vital enriquecer sus corazones y alimentar su espíritu. La educación tiene que ser integral, no puede limitarse a lo meramente intelectual. Los profesores debemos siempre recordar que más que profesionales estamos formando seres humanos, mejores personas para que el futuro sea mejor.