A veces me pregunto si realmente estamos tan conectados como creemos. Si ese scroll infinito que hacemos cada noche antes de dormir nos acerca a alguien o solo nos aleja de nosotros mismos. Si los likes que recibimos son abrazos o simples pulsos de dopamina que se desvanecen en segundos. Y sobre todo, me pregunto: ¿qué estamos callando mientras posteamos?
Tengo 21 años y, como muchos de mi generación, crecí con un celular en la mano. Las redes sociales no son solo una herramienta, son parte del paisaje emocional de nuestras vidas. Pero últimamente, he sentido que algo no está bien. Que hay una tristeza flotando en el aire digital, una ansiedad disfrazada de filtros y hashtags. Y no soy el único que lo percibe.
Un estudio reciente de la Universidad de Cambridge reveló que los adolescentes con problemas de salud mental pasan, en promedio, 50 minutos más al día en redes sociales que aquellos sin estos problemas. Además, son más propensos a compararse con los demás, a sentirse afectados por los comentarios y a tener dificultades para controlar el tiempo que pasan en estas plataformas .
Esto me hizo pensar en mis propios hábitos. ¿Cuántas veces he sentido que no soy suficiente al ver las vidas perfectas de otros en Instagram? ¿Cuántas veces he buscado validación en un like o en un comentario? ¿Y cuántas veces he ignorado mis propias emociones por estar demasiado ocupado viendo las de los demás?
La verdad es que las redes sociales pueden ser un espacio de conexión, pero también un espejo distorsionado. Nos muestran versiones editadas de la realidad, donde todo es felicidad, éxito y belleza. Pero detrás de esas imágenes, hay historias no contadas, luchas internas y silencios que gritan.
Recuerdo una vez que una amiga subió una foto sonriendo en la playa, con el caption “feliz y agradecida”. Días después, me confesó que estaba atravesando una depresión profunda. Esa imagen, que para muchos representaba alegría, era en realidad una máscara. Y como ella, muchos más.
La comparación constante, la necesidad de aprobación y la exposición a contenido negativo pueden afectar seriamente nuestra salud mental. Un informe de la HHS.gov indica que los adolescentes que pasan más de 3 horas al día en redes sociales tienen el doble de riesgo de sufrir problemas de salud mental, incluidos síntomas de depresión y ansiedad .
Entonces, ¿qué podemos hacer? No se trata de demonizar las redes sociales, sino de usarlas con conciencia. De recordar que lo que vemos no siempre es la realidad completa. De tomarnos el tiempo para desconectarnos y reconectar con nosotros mismos.
He aprendido que está bien no estar bien. Que no necesitamos fingir felicidad todo el tiempo. Que es válido pedir ayuda, hablar de nuestras emociones y establecer límites. Y que, a veces, el acto más valiente es ser auténtico en un mundo que premia las apariencias.
Si te sientes abrumado por las redes sociales, si notas que afectan tu bienestar emocional, te invito a hacer una pausa. A reflexionar sobre cómo te hacen sentir y a buscar apoyo si lo necesitas. No estás solo en esto.
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